«A veces, nosotros cometemos errores porque aún estamos aprendiendo... Nunca es alegre destituir a un entrenador, es una necesidad». Para ser la primera vez que Peter Lim hablaba por sí mismo y sin intermediarios al valencianismo (nombraba a la entidad como 'Footbal Club'), el empresario de Singapur decidió aplicar un perfil bajo a sus palabras en un estudiado gesto enfocado a obtener la complicidad de la afición del Valencia. El problema es que esas manifestaciones, las únicas desde que es el dueño de la sociedad y realizadas al canal de televisión del propio club, fueron en diciembre de 2015 cuando el aficionado de a pie empezaba a dudar de la verdadera capacidad del dueño al resultar más que sospechoso que el mando del equipo se lo diera por aquel entonces a un neófito como Gary Neville. Hoy, cuatro años y medio después de aquella cuidadosa entrevista y cuando la sensación de desgobierno es más que patente, Lim no habla pero acredita la fama mundial de ser un triturador de banquillos al querer curar los males que él mismo causa rajando las tripas del propio club. El ejemplo de lo ocurrido con Neville le sirvió para poco porque Celades –de la misma edad que el inglés– ha supuesto un nuevo fracaso y refuerza la idea de que el daño que se hizo echando a Marcelino y a Mateo Alemany empieza a arrojar ahora las consecuencias.
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Hoy, cuando todo el valencianismo ya ha borrado de la escena a Celades y ha despotricado a conciencia contra las absurdas maneras de Meriton, se ha vuelto a entregar ciegamente en el espíritu de Voro para que sea éste quien arregle en las seis jornadas que restan (18 puntos) todos los desaguisados que desde el verano pasado se cometen desde Singapur.
Fue precisamente cuando el arranque de Liga ya se acercaba cuando la plantilla del Valencia planteó la posibilidad de hablar con el máximo accionista con el fin de reconducir una situación que ya por entonces empezaba a torcerse. Por supuesto, Lim no aceptó lo que consideraba una injerencia en los roles que unos y otros desempeñan. El que paga manda. Luego llegaría la destrucción total, con la destitución de Marcelino, el despido de Alemany y una revuelta del vestuario que Anil Murthy creyó inocentemente sofocar. Desde entonces, el presidente no ha sido nunca bien recibido en el vestuario y su credibilidad a nivel popular está en unos niveles bajísimos, muy por debajo que el que tuvo Layhoon y eso que la ejecutiva no hablaba ni una palabra de castellano. La campaña mediática internacional de ensalzar las virtudes de Meriton han sido reducidas a cenizas cuando en pocas horas se ha pasado de reforzar a Celades a mandarlo a la calle.
Curiosamente, justo este miércoles cumple de manera oficial tres años Murthy como presidente del Valencia y tan peculiar aniversario coincide en uno de los momentos más convulsos y peligrosos de la entidad, con la amenaza deportiva de quedarse fuera de Europa con las gravísimas consecuencias que a nivel económico se generarían. Lim, que pronosticó para fundamentar su oferta a la Fundación aquello de estar todos los años en la Liga de Campeones, sólo lo ha cumplido al cincuenta por cien.
El Valencia, con él, ha disfrutado tres campañas en Champions pero otras dos se ha quedado sin nada que echarse a la boca. Igualar tristemente la balanza con un tercer ejercicio sin ingresos extraordinarios provocará una difícil travesía por el desierto agravada, más aún si cabe, por la crisis económica mundial que asoma y que obligará en lo que al Valencia se refiere a una reestructuración drástica de la plantilla. Este vestuario está concebido para jugar en la élite europea y sólo así se sostiene desde el punto de vista económico. El Valencia, eso sí, puede presumir de ostentar en la 'era Lim' el angustioso récord de cambiar de entrenador cada ocho meses. La fría estadística, contando los 66 meses de mandato singapurés y los ocho técnicos (incluido Voro) que han desfilado por el banquillo alejan al club de todo aquello que tiene que ver con la estabilidad de los proyectos que el mismo Lim se fijaba. «La clave es la sostenibilidad», decía. Es difícil conjugar ese propósito con las convulsiones que provoca la sociedad, que está a punto de arrojar ese sexto proyecto a la basura en el peor de los años.
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