Arias, Tendillo, Camarasa, Giner, Voro... El Valencia, a finales del siglo pasado, reunía una curiosa y atractiva condición: la de ser una inagotable fuente de centrales, con más o menos virtudes y condiciones, pero centrales y líberos –figura ya casi en desuso– que además de ofrecer la garantía sentimental por ser gente de la casa aseguraba siempre un más que correcto nivel futbolístico. Luego sería el turno de los Ayala, Djukic, Pellegrino y Marchena, pero de nuevo aparecerían los David Navarro y Albiol.
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El destino y la mala planificación (que se lo pregunten a Parejo, que ya lo había advertido públicamente cuando se lesionó Garay al reclamar a Lim un refuerzo) ha hecho que el Valencia, hoy por hoy, tenga un gravísimo problema en una zona tan delicada como el centro de la defensa, y más cuando sabes que el equipo hacia atrás y tácticamente hace agua por todos lados. Con Europa y sus millones en juego, no hay forma de adelgazar el saco de goles que están acercando peligrosamente a Celades al fracaso.
Ni la más que eficiente actuación de Hugo Guillamón el viernes contra el Levante evitó focalizar toda la responsabilidad de los dos puntos que volaron en el desaguisado que provocó Diakhaby, a quien la cuarentena le ha servido de bien poco y a quien meses atrás se trataba de revalorizar ficticiamente con supuestas ofertas. Contra el Atalanta hizo dos penaltis evitables y ante el Levante no se le ocurrió otra cosa que agarrar dentro del área a Vezo –ex central del Valencia– en una falta casi frontal sabiendo que el VAR sí o sí se iba a dar cuenta.
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Hasta Celades, siempre comedido en sus comentarios, se vio superado por la situación. «Cuando hace errores, como pasó antes del parón y hoy –viernes–, es difícil de asimilar y aceptar. Nos ha costado puntos, perder posiciones en la clasificación y lo de la Champions. Hay que intentar que no vuelva a pasar. Esperemos que no vuelva a pasar», decía sabiendo que no puede hundir definitivamente al francés porque todavía queda competición por delante y hay que remar entre todos.
Representan hoy por hoy Guillamón y Diakhaby, respectivamente, la cara y la cruz para el valencianismo. Y como si nada fuera tan fácil en este club, hasta la buena imagen del joven Guillamón –que se estrenó como titular a sus 20 años– llega acompañada por su rocambolesca situación contractual. Criar desde bien pequeñito al joven futbolista de l'Eliana; mimarlo para que crezca y se luzca en todas las categorías inferiores de la selección (la misma progresión que Ferran); llevarlo hasta el filial y abrirle –más por necesidad que por convencimiento– las puertas del primer equipo para que, justo cuando debuta y demuestra que puede llegar a ser jugador de Primera, dejar que se le escurra por no haber sabido en su momento haberle planteado una fiable renovación.
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A Hugo Guillamón le quedan oficialmente diez partidos con el Valencia. Salvo que César consiga convencer de verdad a su representante y al futbolista con el nuevo intento, el valenciano acabará contrato esta temporada, después de toda una vida de blanquinegro. Cuando el Valencia pudo, disimuló porque no quería; y ahora que quiere vamos a ver si lo consigue. Está en juego –como pasa con Ferran– esa política de cantera que como cabecera quiere Meriton hacer suya.
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Guillamón, ignorado durante muchos meses en el sentido contractual, está condenado a ser ahora uno de los que le pueda sacar las castañas del fuego a Celades. Con Paulista hay que andarse con cuidado. Lesionado el lunes pasado, cualquier elongación con sobrecarga en el muslo como le pasó puede suponer a un futbolista estar como mínimo dos semanas de baja, por el riesgo a una rotura muscular. En estos tiempos, dos semanas pueden ser cuatro o cinco partidos. Demasiado tiempo para Celades, que debe por un lado reforzar las prestaciones de Guillamón y evitar el descalabro emocional de Diakhaby –ya lo pasó mal el día del Atalanta–, a quien el valencianismo compara con las frustraciones de Abdennour y Aderllan Santos, los dos peores centrales de las últimas décadas.
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