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Una de las protestas contra Lim en los aledaños de Mestalla. IRENE MARSILLA

Lim, una década de infamia

Hace diez años, Salvo dirigió la venta del Valencia hacia un mesiánico inversor de Singapur. Hoy, la amenaza de la desaparición sobrevuela las gradas de Mestalla

Héctor Esteban

Valencia

Viernes, 15 de diciembre 2023, 00:36

El 22 de diciembre de 2013, el entonces presidente del Valencia Club de Fútbol, Amadeo Salvo, convocó a los medios de comunicación y sin ... tapujos aseguró que había dado con un mesiánico inversor: «Lim es lo mejor que le puede pasar al Valencia». Diez años después, el tiempo ha demostrado que la llegada del magnate de Singapur es lo peor que le ha pasado al club en su más de cien años de historia. La mayor transacción del fútbol mundial –Salvo dixit– es ahora mismo una infamia en la que nadie ha asumido ninguna responsabilidad. Ni los políticos que vendieron el club, ni los colaboradores necesarios para ejecutar la traición, ni los compradores de la entidad.

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Aquella tarde de diciembre, el mismo día de la Lotería de Navidad, al Valencia parecía que le había tocado el Gordo. Amadeo Salvo hizo de comercial de un magnate de Singapur que llegaba al Valencia de la mano de uno de los grandes tiburones del planeta fútbol, Jorge Mendes, que ha manoseado en estos años el club a su antojo para lograr pingües beneficios en la compra y venta de jugadores.

Salvo proclamó a los cuatro vientos, con la inestimable colaboración de Aurelio Martínez, que Lim acabaría con la deuda, que el equipo estaría en las principales competiciones y que en la avenida de Les Corts Valencianes luciría uno de los mejores estadios del mundo. Mentira. Ayer, la presidenta, Layhoon Chan, apuntó, en otra patada más hacia adelante, que la obra del nuevo Mestalla es «ahora o nunca». La experiencia invita a pensar a que será «nunca».

En esta década de la infamia hay que ajustar cuentas. Las primeras, con los políticos. El PP de Francisco Camps metió al Valencia en una trampa mortal. Las Ligas y las Copas cegaron a aquellos que se creyeron que el club sería el mejor del mundo. Se proyectaron estadios y futuros que en ningún caso se ajustaban ni a la ciudad ni a un club como el Valencia, pero nadie le dijo al presidente que estaba desnudo. Delirios de grandeza. El problema es que hubo elementos, como la presidencia de Juan Soler, que crearon la tormenta perfecta. El PP llevó al Valencia al callejón sin salida de un proceso de venta manipulado y torticero, donde hubo poco trigo limpio sobre la mesa. Aspirantes a trileros, ofertas fantasma, chinos que al final no concurrieron y un millonario de Singapur envuelto en la fábula del pescadero –que no pescador– que fue la flauta de Hamelin para arrastrar a una masa manipulada y poco leída sobre el proceso. Salvo, el más listo de la clase hasta que Lim guillotinó su presidencia, halló en Bankia al enemigo perfecto para allanar el camino a Meriton. Salvo pudo destapar la farsa el día que se quiso fichar a Rodrigo Caio, tuvo la oportunidad de desvelar que Lim y Mendes querían gastarse el dinero en un jugador que tenía la rodilla partida en seis pedazos. No lo hizo y calló para siempre, porque todo lo que ha dicho después carece de credibilidad.

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Con la llegada del Botánico, las cosas no mejoraron. Compromís y PSPV manosearon al Valencia para su propio interés, para ganar votos. No sirvió y perdieron el gobierno de la Generalitat y del Ayuntamiento. Ahora, el PP de Mazón le debe una al valencianismo, que no es otra que hallar la fórmula para que el club, la entidad social más importante de la Comunitat Valenciana, vuelva a las manos de las que nunca debió salir, a la de los valencianistas.

Diez años de amnistía política que han servido para que Lim incumpla las condiciones de venta. La deuda sigue viva –aún resuenan las palabras de Aurelio Martínez frente a la tribuna de Mestalla donde aseguró que Lim la dejaría a cero–, el nuevo Mestalla es un vergonzoso esqueleto de hormigón que amenaza con dejar a Valencia fuera del Mundial 2030, el proyecto deportivo es una ruina –con Gary Neville como el cénit del despropósito– y el rosario de la venta de los mejores y peores jugadores es una constante, porque en el Valencia todo se vende. Layhoon Chan, como una Milei de turno, recordó ayer el mensaje de los últimos tiempos por si alguien lo había olvidado: «No hay plata».

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El Valencia no puede soportar más una década como la vivida, porque no habrá tiempo de resucitar al muerto. La gestión de Lim y los suyos no va por otro camino que no sea el del descenso a Segunda División.

Ayer, una vez más, la presidenta presionaba al Ayuntamiento para la construcción del nuevo Mestalla. La alcaldesa, María José Catalá, sólo tiene que dar facilidades para una cosa, que no es otra que allanar el camino para que el máximo accionista se vaya del Valencia. No hay otra opción para un club que flirtea con el riesgo de la desaparición, porque se quiera o no se quiera creer, el Valencia, con una deuda económica inasumible y un proyecto deportivo que no existe, no tiene futuro a corto plazo si el mesiánico de Peter Lim sigue destrozando más de cien años de historia de valencianismo.

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