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Despedida. José Bordalás, durante su comparecencia en el Alfonso Pérez que puso punto final a su etapa en el Getafe. getafe cf

José Bordalás, el hijo del sastre que nunca se rindió

Octavo hermano de diez, aprendió desde pequeño que el orden y la disciplina son claves en la convivencia. Profundizó en ello con su fijación por la antigua Roma, aplicando al fútbol que el colectivo está por encima del brillo individual del jugador

Jueves, 27 de mayo 2021, 01:01

José Bordalás Jiménez nació en Alicante el 5 de marzo de 1964. Fue uno de los niños del baby boom español puesto que en ese año se registraron 697.697 alumbramientos en un país de 30 millones de habitantes. Siendo justos, en su casa ... del barrio de Rabasa esa etiqueta ya daba para sonrisas. José fue el octavo de diez hermanos y aprendió desde muy pequeño que la organización, el orden, el sacrificio o la solidaridad eran muy importantes para gestionar el día a día de un hogar tan poblado. Sus equipos bien podrían haber salido de esa postal. También aprendió que la paciencia, el gusto por el detalle y el patronaje, características del oficio de sastre de su padre que heredó de sus abuelos, son buenos compañeros de viaje a la hora de trabajar.

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En su etapa en el Getafe se ha hablado mucho de los 'soldados de Bordalás'. La vida es muy curiosa. Rabasa es conocido por albergar el Mando de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra desde que se trasladó de Jaca a finales de 1999. Ley y orden. 'Pepe', así le conocen sus amigos y si aún hay más afinidad 'Pepito', comprendió desde muy joven la importancia de no rendirse, pase lo que pase. De niño, su pasión por el fútbol se inició viendo a la Holanda de Rinus Michels en el Mundial del 74. Con aquella 'naranja mecánica' se enamoró del fútbol de Cruyff, al que luego siguió ya como entrenador de fútbol en su etapa de gloria en el Barcelona. El sueño de todo niño de triunfar como futbolista -era un extremo zurdo con mucha velocidad- comenzó a truncarse con una grave lesión a los 16 años. Con 18 ya era padre del hijo que le hizo ser un abuelo joven. Una década después, tras bajar al barro en campos de Tercera y Regional, colgó las botas para comenzar su carrera como entrenador. Para entonces, consciente de que el pan en casa había que llevarlo todos los días, ya se había subido las mangas como temporero en los campos de Almería cogiendo sandías o melones, repartiendo periódicos, limpiando cristales, atendiendo una librería o vendiendo seguros. Un hombre para todo.

Si algo tenía claro Bordalás cuando comenzó en 1993 su carrera como entrenador era que quería forjar un estilo propio. El apodo de 'romano' que se había ganado en su etapa de jugador fue uno de sus faros. Enamorado de la Roma clásica, lleva varios tatuajes en el cuerpo con caracteres o motivos de esa cultura, siempre ha entendido los vestuarios como una unidad con disciplina, donde cada uno sepa lo que tiene que hacer y entienda que todo está al servicio del colectivo. Algo que ya aprendió desde muy pequeño en la organización de su casa y que, aplicando todo lo devoraba en forma de libros que caían en sus manos, descubrió de una civilización romana que le fascina. En más de una ocasión ha reconocido que si es cierta la teoría de la reencarnación, tiene claro que si un equivalente suyo vivió en otra época seguro que fue allí.

Enamorado del fútbol de la Holanda de Cruyff del Mundial del 74, escapa del perfil de funcionario que le gusta a Peter Lim

La personalidad de no rendirse también la aprendió muy pronto en su trabajo. Al no haber llegado al mundo de los banquillos después de triunfar como jugador, como sí les pasó a muchos coetáneos que empezaron sus carreras tras una de éxito en un fútbol español que hay que recordar fue la vía de escape como ocio de todas la generaciones de la postguerra, le tocó escalar poco a poco. Bajando a Segunda Regional si era menester. Si algo no se le puede negar es que no tiró la toalla hasta conseguir su sueño de entrenar en Primera. Pasaron 24 años hasta que lo consiguió con el Getafe en 2007, tras ascender de Segunda. Para llegar a la categoría de plata ya había tardado trece. A buen seguro que otra de sus máximas fue clave para no abandonar ese bucle entre Segunda B y Tercera que parecía no tener fin; vivir el presente y nunca mirar atrás. José Bordalás, defensor del coaching que le lleva si se tercia a aconsejar a algún futbolista en cuestiones de la vida personal, repite continuamente a sus jugadores que el éxito es efímero, que siempre hay que reciclarse o que si se trabaja igual que el día anterior lo más normal es que se consiga menos. Todo ello lo condensa en un pensamiento que se convirtió para él en obsesión desde que se hizo adulto, la idea de que el ser humano no es consciente al cien por cien de la capacidad que tiene. Esa obsesión por buscar la perfección le ha llevado, con sus pros y contras, a un modelo de trabajo en un campo de fútbol donde la exigencia (empezando por él mismo) es máxima en cada entrenamiento. Algo que, cuando las cosas no van de cara, sabe que aprieta al límite la convivencia en sus equipos. En su concepción de que un equipo es como una familia, por esos malos tragos hay que pasar.

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Defensor de su estilo de juego

Si algo no se le puede discutir a José Bordalás es que siempre defiende a sus jugadores. Incluso delante de la directiva de turno, como bien sabe Ángel Torres. Que tomen buena nota Peter Lim y Anil Murthy de la concepción de funcionario que tienen de la figura del entrenador. También lo traslada a su estilo de juego. El alicantino tiene claro que si hablamos de gustos, o preferencias, si él pudiera escoger la plantilla que entrena (volvamos al dato que tardó 24 años en tener a un equipo de Primera bajo sus órdenes) apostaría por la salida con balón y a un fútbol parecido al de Klopp en el Liverpool o su idolatrado Michels en Holanda. La presión tras pérdida que desde sus inicios en Segunda B implementó en sus equipos no era muy distinta, salvando la distancia, a la del Barça de Guardiola.

Amante de los toros -uno de sus hermanos fue novillero- o del cine, tampoco oculta su patriotismo. Bordalás defiende la teoría de que España es el único país en el cual se te etiqueta de facha por llevar una bandera nacional. Cuando regresa a Alicante, una casa que tiene en la playa es su Ítaca personal. Sin redes sociales, ni ganas de tenerlas, siempre ha cuidado su aspecto. Familia de sastres. Su look actual, con barba cuidada, le podría transportar a la antigua Roma. O más cercano, a Valentia o Saguntum.

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