«Para Lim, el Valencia es su juguete y está absolutamente convencido de que prefiere manejarlo porque cree que lo puede hacer muy bien». La reciente y privada reflexión de uno de los altos ejecutivos que han desfilado en los últimos años por el club va más allá incluso del significado de sus propias palabras. Dibuja al máximo accionista como un señor que no tiene ninguna intención de deshacerse –por ahora– de un club al que considera suyo y que, como tal, debe ser capaz de asumir tanto lo bueno como lo menos bueno. En esa última faceta se encuentra poner en orden un asunto que ensucia la imagen de la ciudad, que molesta tanto a aficionados como a ciudadanos de a pie, que incomoda a los políticos (se quejan siempre en voz baja de la inacción), que tiene completamente descolocado al propio club y que mantiene vigilantes a Bankia y a Caixabank: el hormigón de la avenida Cortes Valencianas, una losa que sepulta al Valencia desde hace once años cuando cerró la puerta por fuera el último obrero. Allí hay enterrados, por así decirlo, 125 millones de euros y aún faltan otros cien. Y a poco más de cinco kilómetros de distancia de ese tétrico escenario se encuentra un viejo pero emblemático estadio cuyo solar no hay nadie que lo compre por 140 millones de euros. Si no se vende uno, no se construye el otro. Y así se han ido pasando la pelota los presidentes, aunque Lim ya no tiene a quien pasársela ahora salvo que coloque sus acciones.
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Este viernes, precisamente, se cumplía justo un año del anuncio que hizo el Valencia del acuerdo con ADU para ventilarse la parcela y afrontar por fin el desafío de reiniciar las obras. Diez meses duró la esperanza. La cooperativa pasó el filtro de Deloitte –firma que pone en juego su prestigio– en una fase final a la que llegaron otras dos propuestas pero que acabó sucumbiendo ante lo inevitable: la falta de clientes primero y la ausencia después de respaldo financiero. «Si no lo conseguimos, al menos estaremos orgullosos del trabajo que hemos hecho», deslizaba ya José Luis Santa Isabel, responsable de la cooperativa, el 13 de febrero en una reducida charla para profesionales del sector en el Colegio de Ingenieros. ADU, antes siempre en guardia por cuidar su imagen, opta ahora en cambio por esquivar las respuestas.
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Si ya era difícil el panorama, con la crisis provocada por la pandemia y con el futuro deportivo más incierto que nunca, todavía se pone más cuesta arriba la papeleta que tiene Lim por delante. «Queremos acabar el estadio», ha sido lo último que ha dicho (29 de marzo) Anil Murthy, presidente del club, al respecto. Ya se cuidó mucho el portavoz de Meriton de no señalar alguna fecha que pueda asfixiar al dueño. Han aprendido. Ya no cometen los mismos errores verbales de antes. Que le pregunten a Amadeo Salvo y a Aurelio Martínez, que pusieron a Lim como la solución definitiva si no aparecía comprador en dos años. Han pasado seis de aquella promesa. Ahora, se ha apuntado que se le ha encargado a Layhoon que busque una solución en los mercados para empujar la venta de la parcela, porque parece evidente que el máximo accionista no se la va a quedar. No a esos 150 millones pues de los que se habló en su momento.
Con la economía mundial encogida por el desbarajuste creado por el coronavirus, ¿quién va a ser capaz de comprar un solar en el que todavía se juega al fútbol y cuyas viviendas por hacer tienen que ser entregadas en 2025 tal y como marca la ATE? No le queda otro remedio al club que darle una patada al asunto y pedir una prórroga a los políticos, aunque desde Conselleria se aseguraba esta misma semana que el Valencia no ha solicitado ninguna iniciativa en este sentido. Es una patata caliente que unos y otros se van pasando. Eso sí, nadie se atreve a levantar la voz por miedo a molestar a los valencianistas. Y lo peor es que es el propio club el que siempre ha defendido que la mejor vacuna contra esos 500 millones de deuda es cambiarse de campo.
En febrero de 2006, el Tribunal Supremo respaldó la sentencia del Tribunal Superior de Justicia dando la razón a la Federación de Asociaciones de Vecinos sobre la ilegalidad de las obras de ampliación del graderío del viejo Mestalla. El caso prescribe el año que viene y por ahora los vecinos no tienen ninguna intención de apretar el nudo. «Ganamos una sentencia firme. El Valencia es una Sociedad Anónima Deportiva que tiene un dueño y como tal es responsable de una mala gestión que se hizo en un momento dado. Fuimos y seguimos siendo coherentes, entendemos que los aficionados quieren ir al fútbol y por lo tanto no queremos fastidiarles. Los antiguos gestores quisieron aprovecharse y lo hicieron rematadamente mal. Si ahora tirasen abajo la grada, como así debería haber sido, fastidiaríamos a todos», afirma María José Broseta, presidenta de este colectivo, que admite que nunca se ha reunido con Murthy ni Layhoon y que pone su vigilancia en el nuevo estadio: «Allí tenemos un muerto, sin polideportivo, con vallas en las calles... no va a ser eterno».
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