![La huella de la guerra en Mestalla](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202302/17/media/cortadas/partidoenmestalla-kyJG-R4NuA3FprCgDORilxUe4zRJ-1968x1216@Las%20Provincias-LasProvincias.jpg)
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JOSÉ RICARDO MARCH
Sábado, 18 de febrero 2023, 16:59
Testigo vibrante del último siglo de vida de Valencia y los valencianos, el campo de Mestalla fue un espacio de gran importancia en la retaguardia republicana durante los años de la Guerra Civil. Así, entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, el coliseo abrió sus puertas con frecuencia para albergar no solo espectáculos deportivos, sino también mítines políticos o entrenamientos de diversos organismos militares o paramilitares. Además, la instalación deportiva sirvió como espacio de reclutamiento y concentración de soldados y almacenaje de material bélico. Y sufrió, como los habitantes de la ciudad, los efectos de la contienda, que acabaron desfigurando completamente su aspecto.
Apenas se habían apagado los ecos de la brillante final copera de 1936 y la relevante asamblea de socios del Valencia FC celebrada el 28 de junio cuando a Mestalla, cerrado por vacaciones, llegó la noticia del levantamiento militar en el protectorado de Marruecos. Pocos días después, tras una tensa espera, los acomodadores del estadio, a instancias de la Unión General de Trabajadores, tomaron posesión del campo de juego, abriendo así el camino para la incautación del Valencia por parte de sus empleados. Una acción de la que daría cumplida cuenta el 13 de agosto el diario sindicalista UGT-CNT, que se imprimía en los –también colectivizados– talleres de LAS PROVINCIAS.
La Covadonga de la República
Mientras el nuevo comité directivo del Valencia, encabezado por el político Josep Rodríguez Tortajada, trabajaba para reanudar la actividad deportiva, Mestalla se convirtió en escenario de dos destacados mítines que, transmitidos por la radio a toda España, enardecieron a los partidarios de la República. Así, el 16 de agosto de 1936, el estadio se llenó para escuchar el acto confederal protagonizado por los dirigentes de la CNT Juan García Oliver y Federica Montseny, en el que participó, asimismo, Domingo Torres, quien meses más tarde sería nombrado alcalde de Valencia.
Una semana después, el recinto fue sede de un nuevo acto de afirmación frentepopulista, que contó en esta ocasión con figuras del relieve de Dolores Ibárruri 'la Pasionaria', Ángel Galarza y Vicente Marco Miranda, así como con el testimonio del popular teniente Fabra. Con todo, el discurso más resonante del día fue el pronunciado por el diputado cordobés Antonio Jaén Morente, quien, ante los cerca de noventa mil asistentes que, de acuerdo con la prensa, desbordaban la capacidad del estadio, proclamó que Mestalla –'la Covadonga de la República'– sería «el campo revolucionario de España», del que, según sus palabras, surgiría la fuerza necesaria para vencer la guerra.
Actividad deportiva incesante
Transcurrido el primer mes del conflicto, los deportistas volvieron a ponerse en marcha. Y Mestalla, escenario más destacado del fútbol local, se llenó de balompié todas las semanas. El indispensable estudio del profesor Josep Bosch 'L'esport valencià durant la guerra civil' refleja con detalle la continua actividad registrada en el estadio durante la contienda: a lo largo de los siguientes dieciocho meses, el fútbol alivió el sufrimiento de los habitantes de la retaguardia de la mano de casi un centenar de encuentros del más diverso pelaje.
De esta manera, los valencianos pudieron seguir las evoluciones de los equipos locales –e invitados de postín como el FC Barcelona, el Español o el Hércules– en torneos como los Campeonatos Superregional y Regional de 1936 y 1937, el Campeonato Amateur de 1937, la Liga del Mediterráneo, la Copa de la España Libre y la Promoción para la Liga Cataluña-Valencia de 1938.
En algunos de ellos, por cierto, el ambiente bélico se trasladó a las gradas, lo que motivó la intervención de las fuerzas del orden para enfado de las autoridades y los medios de comunicación. Mestalla también fue escenario de multitud de encuentros amistosos planeados con afán recaudatorio para fines benéficos. Y, asimismo, de una cita de alto valor simbólico: el festival deportivo Valencia-Cataluña celebrado en noviembre de 1936, en el que una potente selección local vapuleó a la catalana.
Pero Mestalla no solo fue espacio de disputa de encuentros de fútbol durante la guerra. Además, se convirtió, junto al estadio de Vallejo, en lugar habitual de práctica de deportes como el baloncesto o el rugby, de pruebas atléticas y espectáculos diversos. Sus buenas condiciones permitieron, asimismo, su utilización como campo de entrenamiento para organizaciones como la Unión de Muchachas, vinculada al Partido Comunista, o unidades militares.
Devastación y reforma
En marzo de 1938, mientras el ejército de Franco avanzaba en dirección al Mediterráneo, Mestalla albergaba el que sería su último partido hasta el final de la guerra, el enésimo encuentro amistoso entre el Valencia y el Gimnástico. A partir de ese momento, los continuos bombardeos y las dificultades para reunir a deportistas dieron al traste con la actividad futbolística en la ciudad. El estadio valencianista fue puesto, entonces, al servicio de las autoridades republicanas, que lo subordinaron al esfuerzo bélico del Ejército Popular de la República. De esta forma, en abril del mismo año se instalaron en Mestalla oficinas para el reclutamiento de soldados; poco después, tal y como ocurriría con el campo del Levante en el Camino Hondo, el estadio sería reconvertido en almacén militar y aparcamiento de vehículos. Paco Lloret ha documentado, asimismo, la instalación de antiaéreos en las inmediaciones del campo. El terreno de juego llegaría a ser aprovechado, incluso, como sembrado de patatas para alimentar a la tropa.
Todas estas actuaciones conllevaron el lógico deterioro de las instalaciones del hasta entonces pulcro estadio. Con el fin de la contienda, Mestalla fue transformado en efímero campo de concentración de presos, lo que acabó por destruir las instalaciones del recinto, al utilizar los prisioneros cualquier material disponible para cobijarse o calentarse. La pavorosa imagen del campo destrozado contrastaba vivamente con la del coqueto edificio de la primavera del 36. «Nada quedaba en pie. La uralita había volado, las butacas habían desaparecido, todo el vallado había sido quemado. La destrucción afectaba incluso a la misma médula del campo; la tribuna de ladrillo estaba perforada y los accesos obstruidos», relataba en la primavera de 1940 una publicación local. En abril del 39 parecía imposible que Mestalla recobrara el esplendor de tiempos pasados.
Fue entonces cuando apareció en escena el comandante Alfredo Giménez Buesa, mano derecha del nuevo capitán general, Antonio Aranda. Giménez Buesa, socio y antiguo directivo del Valencia, persuadió a Aranda de la importancia de reconstruir el estadio y de situar al club en la esfera de influencia del ejército. En connivencia con Luis Casanova, presidente interino del Valencia, y el presidente de la Federación de Valenciana de Fútbol, Antonio Cotanda, el militar obtuvo el plácet para que el campo fuera rehabilitado por un batallón de trabajadores, obra que fue ejecutada en tiempo récord. Por fin, el 18 de junio de 1939 un remozado Mestalla reabría sus puertas a la afición futbolística de la ciudad.
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