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PACO LLORET
Sábado, 2 de enero 2021, 01:31
Navidad de 1983. El Valencia busca a la desesperada un fichaje que reactive al equipo. La campaña que había empezado de forma extraordinaria se ha torcido. La afición se deshincha, hay que encontrar un revulsivo pero no queda dinero en caja. El mercado europeo ya es inaccesible en aquel momento para una entidad que intenta sobrevivir a una deuda monstruosa. Al menos, se compite en primera división tras esquivar de forma milagrosa el descenso. Con la salida de Arnesen y Welzl que, por distintos motivos, ya no continúan se termina la presencia de foráneos del Viejo Continente. Hasta el fichaje de Lubo Penev, seis años después, no se volverá a incorporar un jugador europeo. Los refuerzos llegarán desde el otro lado del Atlántico, con la excepción del argelino Madjer, cedido por el Oporto a mitad de la temporada 87-88.
La solución está en Argentina. No queda otra. El mercado resulta más asequible. El club de Mestalla se lanza a por un delantero resolutivo. Unos meses antes, en verano, llega Urruti porque Amuchástegui se echa atrás cuando en principio era el objetivo deseado. Un culebrón. «La Araña» Amuchástegui, así era conocido en su país, se negó a fichar y se deshizo la operación cuando el futbolista se hallaba en un hotel de Valencia para su presentación. La versión oficial apuntó que fue por nostalgia de su ambiente familiar. De la chistera salió su sustituto, un extremo zurdo: Juan José Urruti que formó con Kempes la pareja de extranjeros en la temporada 83-84.
Toda iba sobre ruedas hasta la lesión en el hombro del «Matador». Aquel percance significó el inicio del ocaso. Después de alcanzar el liderato, el equipo se va descolgando a medida que avanza el campeonato. Antes del final de la primera vuelta se disparan las alarmas. Paquito, el entrenador, viaja para ver personalmente al posible refuerzo que alivie la situación. En San Lorenzo de Almagro destacan sus tres delanteros: Iglesias, Husillos y Rinaldi. El trío se desintegra y acabará sucesivamente en el fútbol español. El Valencia se decanta por el primero: Raúl Iglesias. Husillos se irá al Cartagena y más tarde al Málaga mientras que Rinaldi fichará por el Sporting.
La segunda vuelta de aquella Liga se inicia, precisamente, con un duelo ante los gijoneses. Ese día llueve a mares en Valencia. Mal presagio para el debut de Iglesias que actúa en la vanguardia por la derecha junto a sus dos compatriotas, Kempes de ariete y Urruti en la izquierda. El «Toti» Iglesias no ocupa plaza de extranjero, es hijo de españoles. La documentación está en regla. La delantera del Sporting, adiestrado por Vudjadin Boskov, está formada por Eloy Olaya, Laurie Cunningham y Enzo Ferrero. Los asturianos se imponen por 0-3. Los tres goles llegan en la segunda mitad y la decepción se extiende por Mestalla.
Raúl Iglesias fue el primer fichaje del mercado de invierno de cierta relevancia, aunque un año antes, en pleno naufragio, se incorporó a Adjutori Serrat, procedente del Hércules que actuaba en segunda división. Los siguientes fichajes foráneos llegaron en cuentagotas desde Uruguay: Wilmar Cabrera, desde Nacional, en el verano del 84 y Bossio, procedente de Peñarol, en el verano del 86. Entre ambos charrúas, en 1985, se produjo el del hispano-holandés Sánchez Torres. Por entonces, la entidad valencianista estaba tocada en su línea de flotación y terminó por hundirse.
La aventura de Iglesias en el Valencia resultó decepcionante. Las referencias que llegaban desde Argentina avalaban la conveniencia de la contratación. El delantero ya conocía el fútbol español, había pertenecido al filial del Barça, al Logroñés y al Recreativo de Huelva. En ninguno de esos equipos gozó de continuidad. Tan sólo marcó cuatro goles, todos ellos con el Barcelona Atlético, y curiosamente el último lo consiguió en el triunfo ante el Levante UD por 2-0 en segunda B. Su mayor éxito lo vivió esa misma campaña en el decano del fútbol español con el histórico ascenso a primera división de la temporada 77-78. Los onubenses, con un veterano Víctor Espárrago en la plantilla, lograron subir a la máxima categoría, una gesta que hasta entonces no habían logrado.
Cuando el Valencia lo contrató hasta final de temporada se le presentó la gran oportunidad para triunfar, Iglesias tenía 26 años. En un contexto complicado, con el equipo bloqueado, y el inevitable relevo en el banquillo, destituido Paquito tomó el relevo Roberto, su aportación no marcó las diferencias que se esperaban. Su nombre aparece en seis de los diecisiete partidos de aquella segunda vuelta, un tercio de las jornadas, cuatro de titular. Lo más sangrante es que se quedó sin marcar un solo gol. Las estadísticas que le precedían se convirtieron en una especie de maldición porque desembarcaba en Mestalla con 99 goles en su haber y se marchó sin haber conseguido el deseado centenar. Para más inri, en la Copa de la Liga, ante el Sevilla en Mestalla, no tuvo la oportunidad de lanzar el penalti correspondiente en la tanda que debía decidir el ganador de la eliminatoria porque ya no era preciso. Esa noche acabó su etapa valencianista.
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