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La noche fue suya. El recuerdo a Jaume Ortí estuvo presente en cada rincón de Mestalla antes y durante un Valencia-Barcelona de alto voltaje, en el que jugadores y aficionados se dejaron el alma. El equipo blanquinegro se ganó una ovación tremenda para echar el cierre a una jornada inolvidable y desde el césped devolvieron los futbolistas el aplauso. La comunión perfecta. Justo lo que Jaume Ortí, el hombre de la unión y la concordia a cualquier precio, hubiera firmado. Para el dirigente fueron los gestos de Rodrigo Moreno, colocándose la peluca naranja cuando logró batir a Ter Stegen; los del club, con cuidados detalles para honrar la memoria de Jaume en tiempo récord; y los de la grada, porque el minuto de silencio no fue tal y se convirtió en un sobrecogedor aplauso.
Mientras Dani Parejo y Andrés Iniesta veían caer la moneda para escoger campo, el palmito paseado por Sarrià hace ya 46 años para celebrar la Liga tuvo un lugar preferencial en Mestalla. Ese abanico, asociado para siempre a Jaume Ortí y que también estuvo en los títulos de Rafa Benítez, acaparó buena parte de la atención del valencianismo en los instantes previos al partido. Sonó la dolçaina, como le gustaba a Jaume, y ese instrumento sustituyó al Adagio de Albinoni de los últimos tiempos. La afición había aparcado de forma natural la tensión de verle la cara al líder de la Liga y se centró en dar una despedida de altura al expresidente. Se sucedieron las pancartas. 'Per tu, Jaume, el president del poble', 'Gràcies, presidente' o la desplegada por la Curva Nord, 'Jaume Ortí, el president d'un València campió'. Además, la butaca que el dirigente ocupaba siempre en el palco de autoridades estuvo vacía.
Todo eso, también los brazaletes blancos lucidos por los futbolistas, sucedió en el terreno de juego. Mucho antes, la afición se empeñó en hacer historia. Así de simple. Así de rotundo. Ojos como platos para ver la Avenida de Suecia en llamas, a la altura de las noches de los títulos. Sobre la barandilla del balcón de Mestalla se apoyaban Mateo Alemany, Juan Sol y Voro. El director general alucinando y aún faltaban más de dos horas para el Valencia-Barça. Devolvió el cariño Voro pocos minutos antes de que se adivinara la llegada del autobús del conjunto blanquinegro. Hubo vídeos desde el interior, subidos a las redes por los propios jugadores, porque el recibimiento era propio de una final. Apareció el morro del autocar y la locura terminó por desatarse ante una multitud de seguidores.
Sin capacidad para crear un pasillo en condiciones, fue ganando espacio el autobús entre un desatado río de valencianistas. La imagen sobrecogía. La marcha del bus fue lenta: más de cuatro minutos y medio en un recorrido de apenas cien metros que habitualmente cuesta unos segundos. Eran las 19 horas y faltaban casi dos horas para el partido. Ya hacía bastante que era imposible caminar por la Avenida de Suecia. Fueron bajando técnicos y jugadores del autobús impresionados por la caliente bienvenida del valencianismo. Por cierto, el autocar del Barça ni lo intentó: directamente entraba por otra zona para evitar cualquier tipo de problema. Les quedaba por ver a los protagonistas el ambientazo del interior del campo. Por la mañana se había colgado el 'no hay billetes' en las taquillas.
Fue el único punto en el que no se encontró el techo. El Valencia esperaba más de 50.000 espectadores y no se alcanzó esa cifra. La última vez que entró tal cantidad de gente -50.100 para ser exactos- en Mestalla fue en la 2015-2016, contra el Barcelona precisamente. El de ayer apuntaba a primer llenazo de la temporada, pero el Valencia dio el número al descanso: 47.775. Era la octava mejor asistencia de los últimos cuatro años. En cualquier caso, el subidón del equipo a las órdenes de Marcelino está causando en la afición un impacto muy similar al que se vivió en la primera temporada de Nuno. Durante la 2014-2015, prácticamente en todos los encuentros se superaron, bien superados, los 40.000 espectadores. Y en la actual se está siguiendo esa línea.
Todo el calor que había aportado la afición antes del pitido inicial del colegiado se esfumó con el dominio del Barcelona. Entró el conjunto azulgrana mandón al partido y al equipo, como a la grada, le costó recuperar la temperatura. Cualquier acción era suficiente para elevar los decibelios y tras el descanso, Mestalla fue implacable para el rival. El gol de Rodrigo se erigió en uno de los momentos más emotivos de la noche. En la esquina esperaba la peluca naranja y el delantero la lució para celebrar su octavo gol en Liga. «Me compré una peluca ayer y le dije al recogepelotas que cuando marcara me la acercara», relató Rodrigo, y así sucedió. Zaza conseguía el respaldo unánime de Mestalla en esos repliegues que tanto le gustan. Ni la celebración del exvalencianista Jordi Alba pudo estropear una noche mágica. Firmada por Jaume Ortí.
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