REDACCIÓN
Domingo, 5 de febrero 2023, 23:17
Hay que echarlos (Jorge Zarco)
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No creemos que tengamos ninguna posición en la que estemos muy cojos», aseguró Miguel Ángel Corona al inicio del mercado de fichajes, que evidentemente se cerró sin ningún refuerzo para el Valencia. Hay que tener la cara de cemento armado. En Girona y en muchos otros partidos está jugando Lato de extremo, de central un tipo mediocre como Cenk y en el mediocentro dos futbolistas como Hugo Guillamón o Yunus Musah, que llevan mucho tiempo a un nivel paupérrimo. En Montilivi sentí vergüenza viendo al Valencia. Solo las paradas de Mamardashvili y la poca puntería del rival evitaron otro ridículo histórico. Pero el equipo es un bochorno, un auténtico despropósito, el peor de Primera División sin ninguna duda. Y el plan es que San Voro lo vuelva a solucionar. ¿Hay alguien con dos dedos de frente en Meriton? Por favor, no quemen a alguien que sí que ama y respeta al Valencia y traigan a un entrenador con experiencia que solucione la situación. El valencianismo debe tener el único objetivo de que esta gente se marche. De no ser así, el club está abocado a la desaparición.
Canto triste de Mestalla (Álex Serrano)
Mis primeros recuerdos del Valencia se remontan al salón de mi abuelo, donde él veía el fútbol siempre sentado a la mesa. ¿Se acuerdan de ese anuncio de Bancaixa en el que la última A hacía una chilena poco antes de la banda sonora de Piratas del Caribe? Con el paso del tiempo celebré el título de liga recién operado de la rodilla, postrado en la cama: veía los partidos con un decodificador pirata que se activaba con una palanquita y entre esa niebla vislumbré a Ayala pedirnos que nos calmáramos. Luego, claro, empecé a vivir los partidos con mi padre y mi tío, que se emocionaban porque yo me emocionaban, y luego empecé a ir a Mestalla con mi hermano, en un ritual que siempre era especial y que me dejaba las primeras sonrisas de la semana. También me acuerdo de la noche de transistores con el despido de Quique Sánchez Flores y, sobre todo, de ese día en Sevilla donde fui inmensamente feliz: no quedaba agua en el AVE de vuelta y me dio igual. Les cuento todo esto porque espero que les parezca más interesante que la enésima crónica de una (otra) mirada más al abismo al que Meriton ha abocado al club de mi (nuestros) corazón. Que se vayan pronto, que nosotros nos quedamos.
El Valencia sigue herido (Pablo Martínez)
Otra vez y ya he perdido la cuenta, el Valencia volvió a estar vivo, gracias a Giorgi Mamardashvili que con sus paradas fue de los más destacado. Al equipo le falta punch arriba, así que vienen turbulencias y habrá que apretarse los cinturones. Voro hace lo que puede, otra temporada más le toca bajarse al barro. Aunque con Meriton ya empieza a ser una costumbre verle en el banquillo, así van las cosas y la mecánica con Peter Lim. Ya no es cuestión de acierto, más bien de escasez futbolística, de generar sensación de peligro. De llegar a portería, porque la historia se repite partido tras partido, hasta que llegue el susto y la herida sea irreparable. El equipo solo espabila en las segundas partes cuando el rival aprieta y se avanza en el marcador. Sólo queda remar hasta el final para al menos alejarse lo más posible del descenso. Las jornadas pasan y el equipo necesita puntuar de tres en tres. La situación ya es insostenible y el temor por el descenso en una parte de la afición ya está instaurado.
Legado del valencianismo (Verónica Nogales)
Esta semana se viralizó la imagen de un niño extendiendo con orgullo la bufanda del Valencia hacia el cielo del Bernabéu. Este pequeño de nombre Diego, sin saberlo, nos enseñó que ahora, más allá del resultado de ayer, debemos proteger el legado del valencianismo.
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Yo nací el año que descendimos a Segunda y mi padre desde temprana edad se encargó de inculcarme el amor por estos colores. Crecí escuchando sus relatos sobre la delantera eléctrica, los goles de Kempes y sobre los títulos que se habían ganado. Cuando me hice del Valencia no hubo vuelta atrás. Ni los 20 años de sequía de títulos, ni los comentarios inoportunos de mis compañeros de clase que eran del Madrid o el Barça pudieron hacerme cambiar de opinión.
Años después, reafirmé mi decisión con la época dorada llena de títulos. Y ahora, me preocupa el futuro del valencianismo. Los mayores que crecieron viendo el fútbol en blanco y negro, los que celebraron los goles de Kempes, los que idolatraron al Piojo López y lloraron con las finales de Champions perdidas y lo volvieron a hacer en el año del centenario en Sevilla tienen la misión de transmitir a los niños como Diego o a los que aún no han nacido el legado del valencianismo. Esto es lo único que Lim nunca podrá quitarnos.
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