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La inauguración del campo de fútbol de Mestalla, el 20 de mayo de 1923, se debe insertar en el conjunto de acontecimientos que la ciudad de Valencia vivió aquella primavera con motivo de la Coronación de Nuestra Señora de los Desamparados. Valencia, a lo ... largo de su historia, tiene momentos de fulgor, instantes en los que se siente exultante y tan orgullosa de sí misma como de su imagen exterior. Preparada a toda prisa para la Coronación, iluminada y llena de visitantes, la ciudad recibió a los reyes Alfonso y Victoria Eugenia. La fiesta religiosa se celebró el 12 de mayo; pero en la tarde del día 20, mientras se estaba celebrando la solemne procesión que cerraba los actos marianos, Mestalla vibró por primera vez con el partido entre el Valencia y el Levante.
Cuando Tomás Trenor Palavicino, presidente del Ateneo Mercantil, reunió a su junta directiva y propuso el loco proyecto de celebrar una nueva Exposición Regional quizá apenas intuía los múltiples saltos que estaba proponiendo realizar a una ciudad todavía ensimismada. Pero el caso es que, en 1909 con carácter regional y luego, en 1910, como nacional, la Exposición trajo de la mano no pocas revoluciones para Valencia. La primera fue empezar a perder el miedo urbano, colectivo, de dar el salto a la orilla izquierda del Turia; la segunda, el descubrimiento de un deporte nuevo, el fútbol, que acabaría despertado pasiones en el curso de muy pocos años.
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El primer campeonato valenciano de foot-ball se jugó en la Gran Pista de la Exposición Regional. Y aunque el Valencia CF no estuvo todavía allí, la mecha de la afición quedó prendida. A los equipos locales que disputaron el trofeo, uno de ellos el histórico Gimnástico, se añadió, en 1919, el Valencia. El del león, el que vestía de blanco y lucía un escudo con las barras de la bandera y el Rat Penat. Una entidad que dio el salto a la orilla izquierda para jugar en dos enclaves sucesivos de la huerta: primero Algirós, y luego, en 1923, Mestalla. El que ahora cumple un siglo de vida.
No solo huertas y acequias
¿Qué había por aquellos parajes en 1923? No eran solo acequias, barracas y huertas de caballones bien alineados. Como siempre, como ahora, las huertas, aquí y allá, estaban salpicadas de construcciones. Que no siempre eran alquerías. Estaban los jardines del Real, vulgo los Viveros, que desde 1915, como todavía incierta propiedad municipal, empezaban a usarse como jardín público adornado con la verja trasladada desde la Glorieta. Estaba el proyecto de hacer un largo paseo hasta el Mar y la asombrosa ambición de los periodistas de construir allí, tan lejos de todo, unos chalés con jardín al estilo de los ingleses. Pero había ya un par de grupos habitados o en obras. No lejos de los lentos andamios de la Facultad de Ciencias.
Estaba, claro que sí, el frondoso jardín de los Monforte. Y el palacio de Ripalda, un castillo romántico con una torre de ensueño. Y después estaba la Alameda, que por el camino de la Soledad llegaba solo hasta la bajada de un puente, el del Mar, que no tenía escaleras todavía: los tranvías subían y bajaban las rampas para tomar el camino del puerto y la playa. Pasaban por delante de los cuarteles de Infantería y Caballería, y de la Estación Churra, la de Aragón, que mostraba su fachada con vistas al Turia y, detrás, un gran complejo de andes, vías, depósitos y talleres que se adentraba en las huertas de Benimaclet señalando hacia el norte, hacia Alboraya.
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Y luego estaba la Exposición. Los valencianos albergamos el dolor de aquel espacio deslumbrante que se perdió cuando terminaron los festejos. Pero todo tiene sus matices necesarios. El primero es que los terrenos fueron alquilados, arrendados a los propietarios agrícolas; de modo que se hizo preciso devolverlos, en gran parte, cuando todo terminó. La muerte prematura de Trenor, el déficit que quedó al término de las exposiciones, llevó al derribo de gran parte de lo que, por otra parte, fue levantado con aire efímero, no de continuidad.
Lo que nos queda, lo que quedaba en 1923, era el palacio de la Exposición, el pabellón del Ayuntamiento para el certamen, y la Tabacalera. Ese gran edificio de ladrillo, levantado para sustituir la Fábrica de Tabacos que estaba en la Aduana de la Glorieta, fue clave en la Exposición cuando Trenor pidió al gobierno su uso como pabellón de la Industria valenciana. Allí vieron los valencianos la primera escalera mecánica y el primer aeroplano. Pero luego, en 1914, tuvo que empezar a fabricar labores de tabaco. Cientos de mujeres se empleaban cada día en liar cigarrillos y encajar puros; y sus niños de pecho estaban, al otro lado de la calle, cuidados por un grupo de monjitas. El Asilo de Lactancia, donde las cigarreras iban un rato a dar de mamar a sus hijos, se construyó a expensas del Ateneo como compensación de la cesión del edificio de Tabacalera que hoy es del Ayuntamiento.
El general Pando y el Stadium
También estaba, no la olvidemos, la vieja Pasarela. La primera obra construida en Valencia con cemento armado cruzó al Turia específicamente para servir de acceso a la Exposición. Es la obra modernista que luego partió a trozos la riada de 1957, la que se repuso y fue sustituida por la actual pasarela de Santiago Calatrava.
Junto a Mestalla, pues, había mucha vida y no poca edificación. Estaban las señales urbanas de la Exposición y muy cerca, en 1923, ya funcionaba una industria, la Lanera, levantada en 1921 más o menos sobre el solar que había ocupado la Gran Pista del certamen, la de las cabalgatas de flores, la que albergó los actos más solemnes y la primera gymkana de automóviles. El espacio donde la infanta Isabel, la Chata, se interesó por el primer campeonato regional de foot-ball.
Claro que es preciso hacer hueco, con el debido honor, a un grupo de viviendas obreras levantado un poco antes de la Exposición Regional, del que Tomás Trenor tenía noticias muy cercanas de esas casas sencillas de mampostería y ladrilla. Porque antes de dedicarse a la política, antes de imaginar la Exposición, Trenor, oficial de Artillería, fue ayudante de un capitán general de Valencia, Luis Manuel Pando Sánchez, veterano con honores de la guerra de Cuba. Este militar, que estuvo muy poco tiempo al frente de Capitanía, es el que impulsó, en 1901, la construcción de las casas para familias trabajadoras que se levantaron en la calle que lleva su nombre, frente a Mestalla mismo.
Allí estuvieron las viviendas durante los avatares de la riada que inundaron el estadio y allí resistieron hasta que las reformas del Mundial de 1982 abrieron un entorno, y singularmente una avenida, la de Aragón, que ya no tenía vías de ferrocarril. Mayo de 1923, un momento memorable de Valencia. En el que, es preciso anotarlo, nació también, ante la pasividad municipal, un autoproclamado Stadium en el viejo cauce del Turia.
Entre los puentes del Real y de la Trinidad, a la vista del despacho del gobernador civil y sin especiales licencias, un avispado empresario puso un pie un espacio que habría de ser característico durante el resto de la década. Porque nació como terreno para que jugara el Gimnástico, pero también para toda clase de deportes y espectáculos al aire libre, desde verbenas a proyecciones de cine. De ahí que se encajonara el espacio entre cartelones publicitarios y que se levantaran lonas anti-mirones que se arriaban en los puentes históricos en los días de taquilla.
En un momento, los años veinte, de vibrante expansión de la pasión por el fútbol, aquello duró lo que las inevitables riadas del Turia permitieron. Pero le dejó al Gimnástico, es decir al Levante, la encantadora leyenda de sus ranas; mientras, a cuatro pasos, en su nuevo campo, el Valencia, en ese 1923 de tantas celebraciones, empezó, casi desde el primer día, una sucesión de proyectos y sueños, de obras de ampliación y ubicaciones, que todavía no ha terminado. Porque un afán deportivo que no aspire a transformarse y mejorar, arrastrando consigo a la ciudad misma, se quedará congelado en el tiempo.
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