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CAYETANO ROS
Lunes, 7 de marzo 2022, 00:21
La felicidad del miércoles por la noche en Valencia, alentada por la llegada de marzo y el olor de la pólvora, contrastaba dramáticamente con las casas destruidas en Ucrania y las filas de miles de refugiados hacia la supervivencia. La vida y la muerte. El valencianismo se levantó por encima de su propietario, Peter Lim, y también por encima del 'establisment', que prefería ver al Athletic en la final de Copa, para alimentar la energía ancestral del campo de Mestalla. La grada se identifica con ese espíritu salvaje del Valencia de Bordalás, el entrenador forjado en el humilde barrio de Rabasa, de Alicante, rodeado de nueve hermanos, marcado por una grave lesión a los 16 años y por haber dirigido a conjuntos de Regional tras haber trabajado desde limpiando cristales a faenar en la huerta. El Valencia de Bordalás no juega a nada y se lo juega todo en cada jugada. Mestalla ha visto autenticidad en este equipo áspero en contraste con la falsedad de los gestores de la entidad. El Valencia es el 19º de la Liga en pases completados y el 13º en posesión de balón; es el primero, sin embargo, en faltas cometidas, el primero en tarjetas amarillas y el primero en rojas. La grada bendice a este Valencia que ante el Granada acabó con Bryan Gil como central en una acción al final del encuentro, venciendo a balón parado, con la inteligencia suprema de Carlos Soler y Guedes en el primer gol: el pie de Carlos en el centro y el genial desmarque del portugués antes de cabecear a la red.
Bordalás ya ha salvado la temporada. El estado de ánimo se alargará como mínimo hasta el 23 de abril, día de la final en La Cartuja de Sevilla. El Valencia rendirá mucho mejor en la Liga hasta esa fecha como ya le sucedió hace tres años con Marcelino. Tras la clasificación para la final de Copa, el club lanzó unas imágenes de forzada complicidad entre el entrenador y el presidente del Valencia, Anil Murthy. Como si fueran colegas después de una gran batalla. Pero no: antes de vencer en Mallorca, Murthy había lanzado a sus arietes periodísticos, coloboracionistas varios, contra el entrenador. Y Bordalás, agobiado por haber ejercido de portavoz en buena parte de la campaña y sin audiencia por parte del dueño, lo sabe.
No era trigo limpio. El todavía propietario del Chelsea, Roman Abramovich, ha puesto a la venta al club londinense tras la invasión rusa de Ucrania. La huida no deja lugar a dudas. Durante 19 años, ha disparado billetes de 50 libras sobre los jardines británicos, según la metáfora del empresario David Dein. Ganó cinco Premiers y dos Champions, pero no ha sido ningún cuento de hadas. Abramovich amasó su fortuna al calor de su alianza con Vladimir Putin. Todos, en la Premier, se taparon la nariz. Roman tiene ahora prisa por vender el Chelsea. Ahora bien, si Boris Johnson le impone sanciones económicas, como le reclama parte de la sociedad inglesa, se le congelarían los bienes y se desvanecería su intento de venta del Chelsea. Muchos de los oligarcas que reinan en el fútbol moderno no son trigo limpio.
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