PACO LLORET
Sábado, 27 de marzo 2021, 00:28
El eterno gol de Forment cumple cincuenta años. El domingo 28 de marzo de 1971 se paró el tiempo en Mestalla. A media tarde, cuando el sueño de conquistar la gloria se desvanecía, se produjo una sacudida emocional incomparable. No ha habido nada igual ni, probablemente, lo habrá. Un momento único. Cuando se evoca la gesta de la Liga del 71 surgen en la memoria dos imágenes: la del gol de Forment al Celta en el minuto 92, en la última jugada de un partido dramático; y la carambola a dos bandas de la jornada final con la derrota de Sarrià y la euforia desmedida del posterior alirón.
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El gol legendario del de Almenara simboliza el carácter de aquel equipo modelado por Alfredo di Stéfano, la fe de unos jugadores que no se rindieron y desafiaron la lógica. Había otras plantillas más potentes, mejor formadas y con el aval de una mayor experiencia. El factor desequilibrante del plantel valencianista fue la osadía con la que compitió, sin miedo al fracaso, su estilo desafiante, alegre y rebelde. Una sugestiva combinación de virtudes. La solidez del sistema defensivo, el criterio magistral de la medular y la capacidad resolutiva delante. Futbolistas guerrilleros en ataque, clase y talento en el centro del campo, una zaga férrea y un portero en estado de gracia. Esos fueron los ingredientes del gran Valencia campeón de 1971. Un equipo único, de autor, creado por la sabiduría de su entrenador.
A ese cuadro se suma otro factor indispensable para entender lo que sucedió hace medio siglo. La revolución ambiental en Mestalla. Un fenómeno extraordinario. La afición jugó su partido, se contagió del espíritu indomable de aquel equipo, entendió la magnitud de aquella realidad y se volcó como nunca. La tormenta perfecta. La actitud rutinaria con la que los espectadores acudían desapareció, el entusiasmo campaba a sus anchas, cada cita era una convocatoria para empujar al equipo, una invitación para desempeñar un papel fundamental. Llenazos en la grada, pasión desbordante, colorido sin límite y presión al rival. No era fácil actuar de visitante en el campo del Valencia, tampoco arbitrar. La atmósfera agobiaba: tracas, ánimos y protestas subidas de todo, todo muy desproporcionado, con un público muy próximo al terreno de juego. La conquista de un objetivo inesperado alentaba al valencianismo, nadie podía dar crédito a aquello: después de haber ganado un solo partido en las primeras cinco jornadas, aquel equipo se enderezó y empezó a acumular victorias, se puso líder y presentó su candidatura al título. Todos iban en el mismo barco.
El gol de Forment al Celta representa el triunfo de la épica. El desenlace deseado, el final inverosímil de una película de aventuras, cuando el protagonista parece irremediablemente condenado al fracaso. La locura, como escribió maestro Jaime Hernández Perpiñá en el semanario 'Deportes' un día después, consciente de la magnitud de lo vivido. El autor del gol del triunfo, futbolista criado en la casa, había debutado en primera ese ejercicio. Forment parecía llamado a conseguir goles trascendentales, pero el cabezazo con el que batió al meta del Celta, merece una consideración superior, fue su momento de gloria, ese fogonazo que le permitió entrar en la Historia.
De los quince partidos ligueros jugados en casa a lo largo de esa campaña, ocho se resolvieron por la mínima, la mitad por 1-0, la otra por 2-1, pero en ninguno de ellos el tanto del triunfo llegó en período de prolongación salvo en este choque. Entre las victorias con un solo tanto destacan dos: las obtenidas ante el Atlético y el Real Madrid. La primera de ellas, gracias a un gol de Sergio, significó un punto de inflexión. Ese triunfo, logrado una semana después del 0-2 en el Camp Nou, investía al Valencia como aspirante legítimo. El gol de Forment ante los madridistas, 3 de enero de 1971, llevaba el premio añadido de situar a los valencianistas en lo más alto de la clasificación por primera vez. Aquel era un momento clave, el inicio de la segunda vuelta. Una coincidencia que se dio en los cuatro partidos resueltos por 2-1 es que en todos, nunca dispuso de una ventaja de dos tantos.
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Al igual que el choque con el Celta, hubo de deshacer una igualada que resultaba insuficiente para las aspiraciones valencianistas, en todos ellos el gol del triunfo se logró en el segundo tiempo y, en más de un caso, en el último cuarto de hora. Pero ni ante el Sabadell –que marcó primero–, RCD Espanyol y Granada, se vivió con tanta angustia como en el duelo con los vigueses. Todo título lleva aparejado uno o varios momentos en los que el fútbol demuestra su capacidad para hacer real lo que se antoja posible. Sobran los ejemplos. Se trata de esos golpes de fortuna que el destino se reserva para momentos mágicos, como éste en el que Forment hizo llorar de alegría a miles de personas una tarde en Mestalla.
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