JUAN CARLOS VALLDECABRES
JEREZ.
Viernes, 24 de mayo 2019, 00:52
«Me sabe muy mal pero he tenido que impedir que entraran varias familias con niños que sólo querían ver a los jugadores, al menos cómo bajaban del autobús». El portero de la lujosa urbanización Montecastillo en Jerez se convirtió ayer en el guardián más incómodo para aquellos aficionados o simples jerezanos que se acercaron a este espectacular complejo con la sana intención de ver de cerca a los futbolistas del Valencia. El club dio la orden rotunda de que no se dejara entrar a nadie a este centro, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad y enclavado dentro de una urbanización que tiene, además de campo de golf y un par de campos de fútbol, viviendas de alto nivel económico y dos hoteles de la misma cadena, uno de ellos de súper lujo. En este es donde Marcelino ha decidido recluir a sus pupilos durante tres días hasta la hora del partido (el Barça se queda en la Ciudad Condal y apura el tiempo hasta desplazarse a Sevilla).
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Nunca había estado Marcelino en este complejo, lugar habitual de algunos equipos cuando vienen por la zona con motivo de partidos y concentraciones. Por aquí en otros momentos han desfilado Real Madrid y United, y también clubes andaluces como Betis, Córdoda y Cádiz. Está pegado valla con valla con el circuito de velocidad jerezano y se ha librado el Valencia de escuchar el fuerte ruido que suelen hacer las motos cuando ruedan.
Pero el Montecastillo trae por otra parte dos recuerdos que tienen que ver con un pasado valencianista y valenciano. Aquí, por ejemplo, fue donde Santi Cañizares se cerró las puertas del Mundial de Corea y Japón. El 18 de mayo de 2002, una botella de colonia al salir de la ducha en la habitación que ocupaba -dio mucho que hablar- terminó con el guardameta valencianista en el quirófano para que le suturaran el tendón extensor del primer dedo del pie derecho. Se quedó sin Mundial y el que se aprovechó de ello fue Casillas, aunque Camacho -por entonces seleccionador- tuvo que llamar de urgencia a Pedro Contreras.
Situado por carretera a una hora de autovía de Sevilla (es la gran incomodidad para el día del partido) y a más de 200 euros de media por noche el alojamiento, cuando se conoció que el Valencia había elegido este hotel para pasar los días previos a la final, muchos levantinistas recuperaron de la memoria un momento decisivo en su historia reciente. Hay que remontarse a junio de 2004, cuando el Levante de Manuel Preciado y tutelado por Pedro Villarroel y Ángel Rubio se convirtió en nuevo equipo de Primera. 39 años habían pasado del último ascenso granota a la élite y fue aquí, donde hoy están alojados los blanquinegros, donde los azulgrana montaron su campamento antes de medirse en un encuentro decisivo al Xerez en campo andaluz. Reggi y Rivera fueron los autores de los goles del Levante (1-2) que certificaron el adiós a Segunda y la entrada con los grandes. Después del partido y en lugar de regresar a Valencia, el equipo volvió de nuevo al complejo y fue allí donde se montó la celebración en una gran sala habilitada para la ocasión y donde los jugadores y diversos componentes de la expedición, directivos, familiares y hasta algunos periodistas, participaron en la alegría de este histórico retorno a la élite. Hoy el Valencia busca tal paz que no están ni siquiera los consejeros.
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