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Sábado, 25 de octubre 2014, 15:52
La afición del Valencia vio ayer a su genio. Al de la lámpara maravillosa. La que llevan frotando desde hace meses. Con la necesidad de deseos infinitos. De peticiones. Casi súplicas. En lo social y en lo deportivo. Unos para soñar. Otros para abandonar el borde del precipicio de la bancarrota por el que el Valencia ha estado saltando a la comba. Ayer, el genio apareció: Peter Lim. Como en los cuentos de final feliz. Donde se comen perdices. El nuevo dueño del Valencia, después de que Bankia, la bruja de esta película, anunciara el viernes por la noche un minuto después de las once y media que había acuerdo. Patapúm. Y de la lámpara salió el genio.
El 18 de marzo de 1919 se fundó el Valencia. La idea se parió unos días antes en el Bar Torino. Un equipo que representara a la capital. Desde el centro de la ciudad floreció un club que hoy, 95 años después, deposita la confianza de sus orígenes a más de 15.000 kilómetros de distancia. En Singapur, en otro continente. Le llaman internacionalización. Operación de marca. Octavio Augusto Milego Díaz fue presidente del Valencia por una moneda al aire. Hoy Peter Lim es dueño hasta de la mascota. No por una moneda al aire, sino por un buen puñado de millones de euros: 22 al contado y casi 300 refinanciados. Es otra época. Tiempos modernos en los que magnates de la lista Forbes cumplen caprichos de pequeño. Mola la idea de comprarse un club de fútbol como el que se merienda un bocadillo de pan, aceite y sal.
Lo cierto es que ayer se abrió un nuevo capítulo en la historia del club. Muy triste para los románticos, para los socios más longevos que recuerdan otras épocas en el viejo Mestalla. Maquillado con tonos subidos, como las octagenarias que todavía lucen colorete para ir al baile. Pero el cambio es necesario para evitar colocar una esquela en la fachada principal de lo que un día fue un gran club para mutar en un pozo sin fondo asfixiado por las deudas.
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El 10 de diciembre del año pasado, Nuestra Señora del Loreto, Bankia colocó el cartel de se vende a la institución más arraigada en la Comunitat Valenciana. Un drama. Amadeo Salvo, el hombre que llegó a la presidencia por vía directa, se echó a la espalda el enfermo comatoso para darle vida. Sus métodos pueden ser discutibles. Pero lo ha logrado. Ayer, a los pies de la imponente fachada de Mestalla, con los mitos del valencianismo como testigos en carteles en blanco y negro, estrechó su mano con Peter Lim para escenificar en el templo sagrado el traspaso de poderes. Porque este, desde ayer, es el nuevo Valencia de Lim. Día uno de una nueva era.
El viernes la firma orilló la medianoche. Nervios. Tensión desbordada. Angustia. Incluso gritos. Con el mantel puesto y los canapés en la mesa todo se podía ir por la borda. Pero la rúbrica llegó y ayer por la mañana, don Peter Lim amaneció por la terminal de vuelos privados del aeropuerto de Manises. En su día fue el magnante de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone, el hilo conductor para poner a Valencia en el mapa. Famosos eran sus paseos por el Mercado Central. Ahora, con los bólidos fuera del circuito urbano, Lim es el nuevo tótem para la ciudad.
Lo primero que hizo el hijo del pescadero -cuántos perfiles sobre el magnate titulan con la profesión del padre- fue dirigirse donde hay deberes pendientes. Al nuevo estadio. Al símbolo de la ruina del club. A una tartaleta hormigonada que provoca que los valencianistas agachen la cabeza avergonzados cada vez que enfilan la avenida de Les Corts Valencianes. Era otra época. La de vino y rosas. Los tiempos en los que el ladrillo alimentó una soberbia que invitó a desdeñar de malas maneras hasta ocho proyectos para un nuevo estadio. Arrogancias que derivaron en patéticos y presuntos intentos de secuestro.
Lim, nada más llegar, puso rumbo al nuevo estadio. A las obras. A patear en directo el desaguisado. Con vaqueros, una camiseta negra, americana azul y unas Asics negras para echar kilómetros. Nada que ver con lo mudados que acudieron sus anfitriones a recibir al dueño. Durante más de una hora Peter Lim inspeccionó ese horrendo mastodonte que debe de sustentar, en buena parte, el futuro del club. El campo, vendido o en propiedad, debe ser la gallina de los huevos de oro para que Meriton, el Valencia, o lo que sea haga frente a la deuda del club. A ese muerto económico. En vivo, se pudo hacer una idea de lo que hay. Lo que no trascendió es lo que vio era mejor o peor de lo esperado.
Para cerrar el acuerdo, ha sido clave llegar a un acuerdo con Bankia sobre el futuro del estadio. La venta o enajenación de las explotación se supone que traerá un ingreso multimillonario que las partes han pactado que se quedará en el Valencia. Banki y Meriton llegaron a la conclusión que lo mejor era dejar de estirar las puntas de la cuerda para llegar a un acuerdo necesario para que el proceso fluyera en el embudo de la venta. Desde hace tiempo no había otra salida. O Peter Lim o el abismo.
Porque el proceso de venta ha sido el de las sensaciones. Como la de Aurelio Martínez, presidente de la Fundación, que en unos meses ha pasado de asegurar que dimitirá un minuto antes de firmar la venta a fotografiarse con sonrisa kilométrica con Lay Hoon una vez el acuerdo estuvo confirmado. Palabras más o menos ayer me decías, como cantaban Los Rodríguez.
Tras supervisar lo importante, lo que puede generar quebraderos de cabeza, Lim se fue al Palace a saludar a sus chicos. A conocer a la mayoría de la plantilla, tutelados por el amigo Nuno, el chico de confianza que desde junio amaestra a una plantilla nacida para ganar. El nuevo dueño saludó uno por uno a sus soldados. Era día de presentación.
Por la tarde era la fiesta. La grande. De traje y corbata. Donde predominó el negro para contrastar con el caleidoscópico armazón de Mestalla. Vítores. Alabanzas. Saludos a Peter Lim. Agradecimientos con las bufandas al viento. Porque ayer se cumplió el sueño. Se acabó la pesadilla. Más dinero. Para acabar con la deuda. Para traer jugadores. Porque a la afición, 95 años después, le da igual que el Valncia se tutele desde Singapur que desde una mesa de aquello que fue el Bar Torino.
Puerta grande para Lim. Con el mayoral también a hombros. Porque también fue el éxito de Amadeo Salvo, que por la mañana hizo el amago de dar un paso a un lado pero que conforme pasó el día seguro que Lim le convenció de lo contrario. La empresa familiar manda. Pero los negocios se pueden hacer en muchos sitios. El fútbol, para bien o para mal, abre puertas. Y es lícito. Peter, el amigo de Amadeo, rodeó porencima del hombro al presidente del Valencia frente a la puerta 0 de Mestalla para que miles de aficionados fueran testigos de la complicidad de los dos referentes. Dueño y presidente.
El genio de la lámpara maravillosa se apareció en Mestalla. El de los buenos deseos. El de las peticiones ilimitadas. Para el Valencia. Por deseo de la afición. Que validó la compra del dueño por aclamación popular. Con reventón ante el Elche, un invitado de piedra a la fiesta que hizo lo justo y necesario para que el resopón fuera agradecido y abundante.
La afición ha frotado la lámpara. Y quiere la Champions. Disputarle la Liga al Real Madrid y Barcelona. Que Lim eche raíces. No la flor de un día. El valencianismo asegura que se lo merece. Tras años de penas. Llantos. Peleas y guerras que no han llevado a nada. La afición ya no quiere la lámpara, sino al más maravilloso de los genios.
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