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Héctor Esteban
Domingo, 7 de diciembre 2014, 18:50
En el caos puede pasar cualquier cosa. El desorden alimenta la euforia. Despierta a los aburridos. Los últimos minutos en Granada fueron esquizofrénicos. Errores desencadenados para meter al partido en un manicomio que, a fin de cuentas, impartió justicia en el marcador. El Granada fue mejor durante casi toda la segunda parte. Pero marcó Negredo, en su tercera oportunidad, cuando minutos antes el trío arbitral dio por ilegal un gol magistral de El Arabi. Las cosas del fútbol. En este hilarante final de partido, el Valencia demostró que está desnudo. La autocrítico sirve de terapia, la autocomplacencia es un error. Alguien le tiene que decir a Nuno, como en la fábula del emperador, que su equipo está desnudo. El traje nuevo se quedó en el armario, a medio camino.
La compensación forma parte del fútbol. En ocasiones es innata en árbitros con falta de autoridad. Por eso Hernández Hernández mandó a la ducha a Alcácer a los cinco minutos de entrar por bracear y responder a una provocación de Piti. La veteranía es un grado. Al de Torrent parece que le ha mirado un tuerto. No le debe gustar el banquillo. Normal. El exceso por participar lo debe rebajar con la templanza necesaria del esfuerzo colectivo. Alcácer, tipo listo, aprenderá del error de juventud. Después el Granada resucitó. Con un balón a la olla, el único plan de Caparrós, en el que los centrales se estorbaron para un despeje en corto de Alves aprovechado por Success, un recién llegado. Al límite del fuera de juego. La locura fue justa.
Caparrós mandó a Córdoba y a El Arabi a la guerra. El colombiano es un experimento de futbolista que nadie sabe cómo acabó en la llamada mejor liga del mundo. Los presupuestos no permiten florituras. Y menos para equipos que sobreviven en el valle del terror. Córdoba, voluntarioso y torpe a partes iguales, ya le aguó la temporada pasada la noche al Valencia en Mestalla con los colores del Espanyol. El Arabi, por su parte, es la estrella que nunca llega. Ha llegado el momento en que en Los Cármenes el ateísmo es absoluto con el marroquí.
Pese a las taras, los dos se encargaron de marear lo suficiente en los primeros minutos para embotellar al Valencia en su área. Dos mastines a la caza de un balón templado que llegara con sentido común desde atrás. La Pitidependencia le llaman. El 10 del Granada es excelso. Un lujo para un equipo del fondo de la tabla que sólo se entiende a golpe de talonario. Pero tiene un problema, el de los genios que no terminan de llegar: sólo juega cuando le da la gana.
El Granada, una vez agotada la batería tras el arreón inicial, dejó respirar a un Valencia que empezó a ganar metros. Parejo y Gomes empezaron a carburar. Las bandas, en la primera parte, descompensada. Rodrigo, que ha conquistado la plaza de Piatti, no apareció. Por la derecha, Feghouli tan voluntarioso como errático. El que la tuvo fue Negredo. Pasada la media hora. Caviar para bajar el balón y rancho para definir. Ante Roberto eligió mal al primer palo con la derecha cuando tenía las puertas de la gloria abiertas de par en par un poco más allá. A partir de ahí, un combate de codos voladores que le interesó más al Granada que al Valencia. Algunos danzaron con sus tacos por el filo de la expulsión. A Gayà le vino bien el descanso. Los andaluces se atrincheraron con la máxima del hombre o el balón. Nunca los dos. Iturra, el chileno errante, merece un monumento al sacrificio. Un Murakami que no piensa. Sólo corre. No tiene tiempo para más. Engulle kilómetros con el apoyo de Fran Rico, un tipo disciplinado y con futuro. El resto se lo fían al bíceps de ébano de Foulquier y Nyom.
La segunda parte no varió el guión. El árbitro siguió sin domar el partido. El Granada sólo entendió el juego por arriba para ver si Córdoba y El Arabi enganchaban alguna propina. Foulquier la tuvo al cuarto de hora. La buena noticia era que Piti, el del sentido común, siguió sin aparecer. Los de Caparrós se lo empezaron a creer. Con más voluntad que orden. El Granada se hizo con el balón. En realidad no lo quería. Pero el Valencia, con la marca de la casa, se lo regaló.
Negredo la tuvo. Otra vez. En una jugada del perfil de la bomba. Por fuerza se la llevó y golpeó para que el balón se fuera contra un palo que parecía imantado. El balón parado desde el córner parecía que iba a ser de nuevo la solución. Se lanzaron tres en dos minutos. A veinte minutos del final era el momento de matar. Pero el balón al palo de Negredo le cortó la digestión al Valencia. Los de Caparrós, que cambió de plan al sacar a Success, tocó con más criterio. Con Fran Rico como centro de operaciones. El Valencia estuvo impreciso en el pase. Nervioso. Con la cabeza fuera del agua gracias a que Hernández Hernández anuló un gol legal a El Arabi.
Cuando el Valencia se mantenía a flote a duras penas, apareció el Tiburón. Negredo. A la tercera fue la vencida. Para eso tuvo que meter Nuno a Alcácer en el verde. Un balón al área metió el tembleque en la defensa local. De Paul, que se está ganando la titularidad a marchas forzadas, se la dejó en bandeja a Negredo, que la reventó para marcar su primer gol con la camiseta del Valencia. Los tres puntos parecían volar para Valencia pero la expulsión de Alcácer, por roja directa, abrió la vía al Granada para resucitar. El árbitro se excedió en una sanción que se podía haber repetido en cada lance del encuentro. El partido no fue limpio.
La expulsión de Alcácer decidió. El Granada sacó petróleo al final del partido en un balón colgado que tras varios errores encadenados acabó dentro de la portería. Un punto que sabe a poco después de tener la victoria en la mano. El problema es que el Sevilla no falla -a cuatro puntos- y el Villarreal y el Málaga resoplan en el cogote con el viento a favor.
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