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Radoja y Negredo disputan el balón.
Un punto como único consuelo
Fútbol | liga bbva

Un punto como único consuelo

Alves para un penalti y sostiene al Valencia ante un Celta muy superior

EFE

Sábado, 10 de enero 2015, 18:11

En Galicia se han escrito dos de los peores capítulos de este Valencia. Primero fue el Dépor, ahora el Celta. Aquel fue un golpe seco y rápido. Nadie lo esperaba. Dolió lo justo y sirvió, en principio, para aprender que en esta Liga no hay invitados de piedra. Eso pareció antes de llegar a Balaídos, aturdido por el bajón de su equipo tras un brillante comienzo. La diferencia entre la derrota de Riazor y el empate de anoche es que esta vez el Valencia sí compitió, aunque futbolísticamente el rival le pasara por encima. Pudo más la garra del pequeño que la suficiencia del grande. Y, de no haber sido por Alves, el botín del regreso a Manises hubiera estado vacío. El punto sirve como único consuelo antes de afrontar la vuelta de los octavos de Copa. Otra guerra para la que el Valencia, si quiere pasar, tendrá que recordar las dos batallas de Galicia.

Estaba el equipo de Nuno frío, como el tiempo, a pesar de los continuos avisos, de la eliminatoria de Copa, que distrae lo suyo, y un tute que justifica y mucho el apelativo de cuesta de enero. Lo mejor que le podía ocurrir es que el Celta saliera con los nervios metidos hasta el tuétano, dejando hacer y pensando en rascar lo permitido por el rival. Pero no. Le gusta sentir el balón, bien cerca, y además tiene futbolistas para ello. El estilo de los locos bajitos del Celta acabó por dar sus frutos. Orellana y Krhon-Dehli aprovechaban la distancia entre Enzo Pérez y la línea de dos formada por Parejo y André Gomes para picar piedra. Intentando que Mustafi y Otamendi salieran de la cueva, que Orban perdiera el sitio y los centrocampistas corretearan sin sentido buscando un esférico, el único, que fue suyo desde el principio.

El Celta había transformado la necesidad en coraje y buenas ideas, y Orellana obligó al primer lujazo de Alves cuando el reloj prácticamente ni se había movido. No al menos en una fase trascendente. Llegó el remate precedido de un error tremendo de Otamendi, algo disperso y sin la seguridad que acostumbra. El Valencia, más que sufrir, dudaba. De casi todo. Permitía la posesión del rival, de acuerdo. Concedía muchas segundas opciones, admitido. Pero se desperezaba minuto a minuto buscando los valiosos segundos que Negredo permite al equipo con su repertorio de controles. Así llegó el cabezazo del oportunista Alcácer que Sergio salvó en la mejor ocasión del Valencia en el primer acto.

¿Había acertado Nuno cambiando el dibujo que le sirvió para ganar los últimos tres envites? Al principio no lo pareció. De los tres centrales se pasó a una defensa de cuatro. Juntó a otros tantos en la medular (defendiendo) y dos hombres arriba que eran tres cuando el Valencia salía al ataque. Rodrigo ejercía de ayudante de Barragán y locomotora en las arrancadas del conjunto blanquinegro. El cambio respecto al 3-5-2 que valió ante Eibar, Real Madrid y Espanyol despistó al Valencia pero no le incomodó especialmente porque se siente tan a gusto o más cuando es el rival quien asume la iniciativa.

Al arreón de la grada de Balaídos tras la ocasión de Alcácer le echó gasolina el árbitro señalando una falta dentro del área de Otamendi a Orellana. Se escurría ya el delantero del Celta cuando el argentino se echó al suelo. Se relamía Berizzo viendo la bola plantada a once metros de la portería: su equipo tenía una ocasión inmejorable para acabar con una racha de más de 600 minutos sin marcar. No contaba el argentino con la destreza de Alves, ese duende que le acompaña en los penaltis. El aura del mejor especialista del mundo. Secó los guantes el brasileño, miró a Orellana y se lanzó a su derecha. Balaídos no lo creía, pero Alves había vuelto a poner en el mapa del encuentro al Valencia. Le dio vida.

El Celta, como moribundo, se revolvió. Aún le quedaban balas en la recámara. Y siguió probando suerte con disparos lejanos que, ahora sí, ya no intimidaban lo suficiente. El Valencia resistía atrás sin pasar tantos apuros (Orban se multiplicó) persiguiendo el contragolpe de oro. Y lo encontró en la botas del anoche híbrido Rodrigo, en una carrera interminable que, con cualquier otro final, no habría tenido el más mínimo sentido. Con Negredo y Alcácer esperando el pase, Rodrigo decidió jugársela. Dribló, alzó la vista y soltó un zurdazo que Sergio no pudo detener.

Fue el segundo gol del hispano-brasileño esta temporada un respiro inesperado para el Valencia, que, como en Eibar, se había puesto por delante con más oficio que fútbol. Berizzo, no obstante, guardaba la bomba nuclear en el banquillo. En Nolito empezó y acabó todo lo que fabricó el Celta en la segunda mitad. Salía de una lesión pero no lo parecía. Quince minutos después de su ingreso, Charles peinó un córner y Orellana encontró el vacío en el segundo palo. Allí fue a esperar el balón y ahí fue donde se acabó la angustia para los vigueses. Balaídos lo celebró con rabia y quería más.

Nuno movió ficha tras el empate. Sacó a Negredo, fundido por una pelea constante, y metió a un Rodrigo de Paul que en sus pocos ratos sobre el césped demuestra merecer más minutos de los que goza. Eléctrico y vertical, se bastó para crear una clara ocasión de gol y triangular con André Gomes en busca de una salida a la asfixiante presión del Celta. El último tercio del encuentro lo pasó el Valencia achicando agua y salvando con todas las partes del cuerpo posible todos y cada uno que llegaban con veneno procedentes de Nolito. A falta de un suspiro para el final, el Celta perdonó en una oportunidad inmejorable y ahí se murió un partido que el Valencia debe olvidar lo antes posible. Se esfumó el sueño de los 40 puntos al término de la primera vuelta. Pero toca resetear. Vuelve la Copa. En Liga aún hay margen para el error.

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