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Toni Calero
Domingo, 8 de febrero 2015, 23:01
Ni hubo barro ni los vecinos se asomaron a la venta para ver plácidamente el partido. Pero el Valencia regresó ayer a Ipurua. La misma receta que aplicó contra el Eibar fue la prescripción ideal para salir del bache a domicilio. Nuno quería el protagonismo del encuentro y lo tuvo. No desde el juego. No al menos desde la plasticidad y el toque de balón raso y certero. Sigue sin encontrar un patrón definido, pero sí tuvo el convencimiento y la raza para llevarse los tres puntos de Cornellà. Lo hizo con un mayúsculo Gayà, otra vez el mejor del Valencia. Asistente en el tanto que abría el marcador y salvador tras el 0-1 enviando al limbo un balón que se marchaba dentro, con Alves ya batido. El furor le lleva de nuevo a la cuarta plaza por delante del Sevilla.
Se había propuesto el Valencia volver a ser el que fue. Y recordó al equipo intenso, pragmático y solidario de los compases iniciales de Liga. Nada de dobleces. Sería ganar o perder, pero la batalla estaba servida. Se vio desde el pitido inicial. El equipo, con todo lo que eso conlleva, se había presentado en Cornellà. Estaba en cuerpo y alma. Nada de medias tintas como en Málaga. Pronto se plasmó en el campo, hubo más orden que en jornadas anteriores, más ahínco por llegar a los balones divididos. Un espíritu necesario y obligatorio para llegar a la Champions.
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Al Espanyol le ocurrió justo lo contrario. Con la semifinal de la Copa del Rey a la vuelta de la esquina, permitió que fuera el Valencia dueño de la situación. Sergio García no apareció en toda la primera mitad y los blanquiazules fiaron su suerte al habilidoso Lucas Vázquez. El problema de volcar el fútbol por la banda derecha fue el rival que se encontraron: un Gayà de nuevo infranqueable, con pulmones para controlar al contrincante y crear constantes situaciones de superioridad en ataque.
El asunto marchaba. Faltaba por comprobar la pegada de los blanquinegros y para ello Nuno había depositado su confianza en la astucia de Alcácer y la velocidad de Rodrigo y Piatti. Fue el hispano-brasileño el primero en hacer palpables las buenas sensaciones que había dejado el Valencia. Hizo el recorte, su recorte, hacía el interior del área y la madera repelió el balón con tanta fuerza que Alcácer mandó el rechace a las nubes. No entró, pero la ocasión confirmó la superioridad de un equipo y los complejos de otro, sin capacidad para sorprender, maniatado por la voraz presión de los hombres de ataque del Valencia.
Orban cumplía como sustituto de Otamendi y el centro del campo, con Enzo Pérez algo más entonado, no sufría lo más mínimo. Y de pronto, como queriendo romper los planes del éxito, aparecieron los nervios y las dudas. Contribuyó la extraordinaria maniobra de Caicedo dentro del área. En un punto que no es su fuerte, el ecuatoriano dribló lo que quiso y se plantó ante Alves con toda la ventaja del mundo. El ángel del brasileño visitó Cornellà para arruinar la mejor ocasión del Espanyol en los noventa minutos, pero el conjunto blanquiazul estaba de vuelta. Se lo había permitido un Valencia que perdió metros y protagonismo en la recta final de la primera mitad.
Nuno movió ficha en el descanso. Enzo Pérez, con golpes y una amarilla, dejó su sitio a André Gomes. Más fresco de piernas, con el campo prácticamente de par en par. El 'banquillazo' del portugués fue su resorte. Al toque de corneta de Gomes se apuntó todo el Valencia. En apenas unos minutos sobre el terreno de juego, el centrocampista había dejado solo a Alcácer delante de Pau, provocando que el Espanyol repasara su ideario para afrontar la segunda parte.
El plan del Valencia también se aceleró por la lesión de Alcácer. Saltó Negredo y, nueve minutos después, llegó el tanto de Piatti. Se lo sirvió en bandeja Gayà en la jugada de los zurdos: Rodrigo abrió al valenciano y éste puso un centro entre la defensa y el portero que dejó solo al argentino. La celebración del equipo blanquinegro habló por sí sola. La rabia contenida, el gol que justificaba su planteamiento. La ventaja para empezar a saborear el éxito en Cornellà.
El arreón del Espanyol no llegó de forma clara. Se marchó Caicedo, entró Stuani, pero de poco sirvió el ingreso del uruguayo. El Valencia se propuso consolidar el gol defendiendo cerca -quizás demasiado cerca- de su área y saliendo como flechas buscando el contragolpe definitivo. Ahí creció la figura de André Gomes y la capacidad de sufrimiento de Javi Fuego, que aparecía en todos y cada uno de los rincones donde le necesitaba su equipo. En la última media hora, fue un central más con vivienda en la media luna del área de Alves. Su colaboración resultó vital para Mustafi y Orban, multiplicados por la ingente cantidad de balones aéreos que el Espanyol metía sobre la portería del Valencia.
El 0-1 era excelso pero corto cuando un estadio empuja al rival. Y Parejo apuntilló a los blanquiazules. Un golpeo soberbio, un golazo de falta que le hace aún más pichichi del equipo. Su tanto fue una incalculable sorpresa para Nuno, el broche perfecto para enterrar las dudas del Valencia como visitante. Fundido y superado a los puntos, el Espanyol sacó fuerzas de flaqueza para apretar el marcador y volver a meterle nervio al encuentro. Sergio García batió a Alves, recogió el esférico de la portería de los blanquinegros y suspiraba por unos minutos más de asedio. Y los tuvo. Entró en juego la pillería, los segundos rescatados en cada falta, en cada balón perdido... Y el Valencia, listo, se llevó un triunfo de oro que debe consolidar la próxima semana ante el Getafe. Ayer le bastó la receta de Ipurua. El domingo tiene la de Mestalla. Otro valor seguro.
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