Héctor Esteban
Domingo, 8 de marzo 2015, 19:06
Hay partidos en los que no hace falta jugar bonito. Donde el resultadismo prima y ayer el Valencia, con un juego sin destellos, se llevó un buen botín cuando el Atlético se disponía para entrar a matar. A diez minutos del final, Mustafi silenció al Calderón, mantuvo la ventaja de los de Simeone en un pírrico punto y blindó las aspiraciones del Valencia para lo que pueda venir en primavera. El Calderón lució de gala. La grada desbordó como síntoma de partido de campanillas. Los primeros minutos fueron de tanteo, con dos centros del campo hormigonados. La salsa se ataría en el círculo central. Donde se ganan y se pierden los partidos. El éxito y el fracaso se danza sobre una línea de cal. Simeone, al que idolatran en el Calderón, armó una alambrada de cuatro con Arda-Gabi-Tiago-Koke más un Raúl García, a medio camino entre la guardia y Torres. García es el broncas que todos querrían tener en su equipo. Ayer el partido le vino como un guante.
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El Valencia salió bien plantado. Incluso tocando con criterio. Velocidad y presión. Hasta descarado. Como si no le asustara asumir la responsabilidad. Desde el minuto uno Otamendi demostró que su tobillo es de titanio. Ni se inmutó en los balones largos a Torres. La primera la tuvo el Valencia. Gayà se mostró más internacional que Juanfran (Del Bosque debió tomar nota) y sirvió para que el disparo acrobático de Negredo pegara en la defensa atlética. Si marca era el gol de la jornada.
El Atlético dejó jugar. Como el torero que capotea para adivinar la querencia del bicho. La idea era ver con qué intenciones llegó el Valencia al Calderón al asalto de la tercera plaza. Al cuarto de hora, una falta clarísima de Torres a Otamendi abrió el telón. El del escenario perfecto. El terreno que quería pisar el Cholo. La reacción fue un corrillo de rojiblancos rodeando a Jaime Latre, un bisoño del arbitraje que todavía está tierno para plazas de Primera. El trencilla ya era de los suyos. La grada, con pitos, ayudó a generar el miedo escénico. Ese barullo le dio la vuelta al partido. Falta en contra pero viento a favor para los del Calderón.
A partir de ahí el Atlético se hizo con el centro del campo. Los locales empezaron a cargar el juego por la izquierda. Por la grada de tribuna, con un Arda Turan que es canela. A base de córners empezaron a perforar la defensa del Valencia. No por juego sino por cabezones. Por esas cosas que tiene el Atlético y que le llaman cholismo. Los misterios de la fe. Al árbitro, al señor Latre, ya lo tenían de cara. Porque el corrillo del minuto quince sirvió para algo. Las tarjetas volaron para los valencianistas y Enzo por supuesto que se llevó la suya. Como el que cada domingo santifica la fiesta. Los jugadores del Atlético debieron pagar bula. Latre fue un crupier para los valencianistas.
El partido se empezó a jugar cerca de Alves. Más por la izquierda de Gayà que por los dominios de Barragán. Torres es el hijo pródigo aunque ya no es un prodigio. No pasa de ser un chico voluntarioso, con reminiscencias de un pasado glorioso y un presente que se encamina a la reserva. Pero asume su papel e incordia lo suficiente para que haya que estar pendiente de él. Recibe a izquierda y derecha para dejar en el banquillo a un panzer como Mandzukic. El suyo con Otamendi fue el duelo de la noche.
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Y en ese zafarrancho llegó el gol de Koke. En un baile de rechaces por el área de Alves que le llegó al canterano que le pegó con el alma. Esos balones que si uno empala con el corazón van dentro seguro. Mientras tanto, las bandas mortales del Valencia se plegaron, la presión bajó y la velocidad aminoró. Lo más destacado fue que a Gayà casi le parten la rodilla mientras Latre siguió a lo suyo: castigar a los de fuera. Los de Nuno se fueron al descanso con Moyà de vacaciones.
Tras el descansó salió Rodrigo por Feghouli. Al minuto, el Calderón en pie le agradeció los servicios a Torres que dejó su puesto al revoltoso Mandzukic. El guión fue el mismo que en la primera parte. El Valencia tratando de inventar algo y el Atlético como una hormiga a lo suyo. Arda siguió siendo canela y el Valencia se aturrulló al borde del área rival.
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Nuno sacó a monsieur Gomes para destapar alguna esencia. A lo que Simeone retrucó con Mario. Bazocas contra flores. Porque la ventaja se iba a defender siempre en el medio. Con pitbulls hambrientos. El Valencia buscó las contras sin orden. Y Tiago la tuvo a dos metros de la portería pero besó el larguero cuando era más fácil meterla.
A falta de veinte minutos los de Nuno le pusieron una pizca más de intensidad. La necesaria para generar dudas en los locales cuando el Calderón ya vivía era una fiesta. Un par de intentos de contra hicieron tiritar a los defensas atléticos. En una de esas, Parejo sacó una falta con rosca desde la izquierda que Moyà y el larguero se encargaron de escupir para que Mustafi volara y marcara. No era el mejor partido del Valencia pero nadie dijo que el fútbol se ordenara desde la justicia. A partir de ahí más miedos a no perder que ganas de ganar. Latre, el de la baraja mágica, le sacó la encarnada a Javi Fuego al borde del pitido final. No hubo más. Un punto de muchísimo valor para el Valencia, que se presentó en el Calderón con los deberes hechos y salió de Madrid con las credenciales intactas. Perder no hubiera sido un drama pero el punto supo a gloria bendita ante un Atlético en el que el cholismo atraviesa una crisis que le puede hacer zozobrar. El viernes, ante el Depor, habrá plantà.
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