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Toni Calero
Sábado, 9 de mayo 2015, 17:03
Fue en un partido repleto de goles, alternativas, talento; fútbol en definitiva, dónde el Valencia supo elevarse y más tarde subsistir para dejar prácticamente sellada su clasificación para la próxima edición de la Champions. Es cierto: ganó un punto, perdió dos. Pero volvió a competir en casa de un grande, puso contra las cuerdas a un Real Madrid que sobrevivió únicamente por raza. El conjunto blanquinegro será de Champions si gana al Celta la próxima semana y el Sevilla tropieza hoy en el complicado Balaídos. El empate en el Bernabéu ha dejado a los de Nuno a tres puntos de la tercera plaza. Y hoy el Atlético tiene que pasar por Orriols.
Números para el futuro inmediato pero ayer, el Valencia se levantó con el pie derecho. Y con el destino, en ocasiones, es casi imposible luchar. La senyera era el espejo del alma del conjunto blanquinegro: colorido, impactante, chillón. El Real Madrid salió al campo dubitativo, después de conocer una victoria del Barcelona que no por previsible complicaba aún más la posibilidad de soñar con reengancharse a la Liga. Dos mundos. A los 22 segundos, Alcácer probó a Casillas, para el que llovieron todo tipo de gritos y pitos a lo largo de los noventa minutos. La fulgurante salida del Valencia mostraba algo más que eso: tenía un plan, como el del Camp Nou, y esta vez no estaba dispuesto a no ejecutarlo por la maldita falta de puntería.
Nuno apostó por darle vida al Madrid a través de las botas de Sergio Ramos. Sus envíos suponían blancos fáciles de interceptar y, mientras, Parejo, Piatti y Feghouli se comían a Kroos, James e Isco en cuanto rozaban el cuero. Del rival era la posesión, de Nuno y sus hombres la convicción. Alcácer volvió a avisar con un globo que se fue alto por poco. Se perdían las balas, en Barcelona de fogueo, y el Valencia lamentaba su suerte sin ni siquiera disfrutar de un segundo de respiro. La grada quería y más por inercia que ideas, el Madrid también gozó de las suyas. Pero Bale se estrellaba con la cruceta, aparecía Alves... Un suplicio para un once que intentaba aguantar el pulso en una guerra al tiempo que pensaba en la siguiente. Y el Valencia se lo hizo pagar.
Fue Gayà quien quebró la línea de centrales del Real Madrid para filtrar un balón perfecto a su inseparable Paco Alcácer. Cosas de niños. De canteranos. La puso el de Pedreguer y al de Torrent le bastó un toque con los tacos para superar a Casillas y romper el partido. La notable versión del Valencia en el Camp Nou había quemado la etapa de la finalización. Llegó entonces un perfil del Madrid taciturno y agarrotado. Ni había prisas por sacar de centro, ni probablemente fuerzas para remontar a uno de los equipos más incómodos de la competición. Para colmo de males, Ancelotti perdió a Kroos por lesión. Illarramendi le sustituyó.
Hubo tiempo para que Ramos viera madera y no red antes de que Javi Fuego estirara el cuello hasta lo imposible para hacer más grande la herida del Real Madrid. Esa acción fue de libro: la asistencia medida de Parejo, los movimientos para despistar a la defensa rival, el escorzo del asturiano. Un premio sublime para un jugador capital. Una recompensa vital para el Valencia. La Liga se marchaba hacia el noreste de España irremediablemente. La Champions tomaba color blanquinegro. Lim sonreía en el palco. Imposible soñar con una fiesta mejor.
Hacía una semana, a pocos kilómetros del Bernabéu, Alves cometía en Vallecas su primer error de bulto de la temporada. Tenía un regusto amargo. Y se resarció a lo grande. Primero voló para arruinar un latigazo de Bale con sabor a golazo, luego calentó a Cristiano. Su parafernalia de siempre, los trucos. El juego de los once metros, sin secreto alguno para él. Ronaldo dudó, frenó la carrera y el disparo se encontró con una respuesta que ya no sorprende. Alves no quiso que el Madrid tomara aire. Fue una situación idéntica a la que vivió en la primera vuelta con el Atlético en Mestalla. Cambiaron los protagonistas, Ronaldo por Siqueira, pero no la resolución.
Chicharito había provocado los pocos aplausos que concedió el Bernabéu. Y Ancelotti estaba contra las cuerdas con Nuno, sereno y satisfecho, cavilando a su derecha. El italiano se olvidó del duelo contra la Juventus y entendió que las rotaciones habían sido un auténtico desastre. En la caseta se quedaron Coentrao y Arbeloa, entraron Carvajal y Marcelo. Tampoco tenía demasiado de que preocuparse el Valencia, salvo por él mismo. La defensa había sufrido pero estaba intacta. El ataque respondía. El equipo volaba por momentos.
La proeza en el Bernabéu estaba a 45 minutos. Ni más ni menos. Necesitaba el conjunto blanquinegro mantener la templanza y una buena dosis de fútbol italiano para impedir que el Madrid se levantara de la lona. Cada uno interpretó su papel y salieron en tromba los blancos, pero Alves fue minando la moral de las tropas de Ancelotti. Tan pronto se echaba al suelo para frenar a Chicharito como exhibía reflejos que lograron desesperar al Bernabéu. Pepe encontró la rendija para darle más vigor al encuentro, pero el Valencia no se deshizo. No y no. La jugada que siguió al gol del portugués fue una declaración de intenciones: amasó el balón Parejo, pasó por Barragán, llegó a André Gomes... El cuajo de equipo grande subsistía, pero el Madrid llegó desatado por la necesidad a la recta final. Y fue Isco el que encontró la rendija para darle un punto inútil al Madrid y robarle dos al Valencia que tampoco eran de vida o muerte. El brillante tanto del exblanquinegro contrastaba con las oportunidades que Negredo, De Paul o Parejo no lograban llevar a buen puerto. Cinco minutos de añadido y el Bernabéu en llamas no resultó suficiente para tumbar al Valencia.
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