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Héctor Esteban
Viernes, 25 de septiembre 2015, 17:25
El partido del Valencia de ayer fue como una cebollas. Lleno de capas. Matices. Buenos y malos. Detalles para creer y pizcas de incierto futuro. Una vez pelada, de esa cebolla queda el triunfo. El cogollo sin capas. Para colocarse en la tabla con la intención de remontar. Tres goles para nueve puntos. Nunca tan poca munición sirvió para lograr tan gran botín. El equilibrio está en la defensa, pese a la sensación de una alocado desorden. Por unas cosas u otras es difícil que el rival marque un gol. Ayer, el larguero, Jaume y la ineficacia del Granada mantuvieron fresco el consuelo con el que Nuno se metió en la cama. La grada lo tienen en el entrecejo. Como el responsable de todos los males. Pero sólo amanecerá en su mañana si deja de pensar en el ayer. Él es el primero que lo sabe.
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El partido fue malo. Emocionante, pero malo. Velocidad sin orden. Sin el recurso de mecer el balón cuando el partido invita a que bostece el juego. Sin la precisión de llegar con tres toques al área de un equipo armado con los desechos de tienta de la familia Pozzo, esos mercaderes del fútbol que tienen al Udinese como nave nodriza y utiliza a equipos satélites para reinsertar a parte de sus futbolistas.
El Granada, que el año pasado sacó la cabeza a flote cuando ya le habían dado la extremaunción en Primera, nunca debería poner en aprietos al Valencia. Y menos en Mestalla. Ni por presupuesto ni por el caché de sus jugadores. Pero Sandoval vino con la lección aprendida. Carroñeros al olor de la sangre. Una táctica que es lícita tanto para comer como para jugalr al balompié. Y esa sangre es la que se olía en Mestalla tras la música coral ante el Betis y la vergüenza de Cornellà.
El Granada puso velocidad a los miedos del Valencia. Apareció con la intención de animar el barullo. En el centro, Khrin, Márquez y Rico jugaron al límite. Más preocupados de destruir que de construir. Si Javi Márquez hubiera tenido más tino en el área, hubiera armado la marimorena pasados los veinte minutos. Jaume estuvo en el lugar adecuado.
El Valencia salió con desconcierto. Sin la pausa necesaria para organizar y repartir juego. No era día para sobar. Era tarde noche de prisas. De marcar pronto. De superar angustias. El equipo de Nuno buscó la línea recta para encontrar el gol. Y ese camino corto pasaba por las botas de Bakkali. Por su velocidad y su capacidad de desborde. Casi siempre por la izquierda, pero también a la diestra cuando se dejó caer por allí. Nuno acotó hace días sus responsabilidades al cargo de entrenador. En el debe se apuntará el descarte del belga para la Champions.
De un centro de Bakkali llegó el gol. En el momento justo. Antes de que se acabara la paciencia. En la víspera de la media hora, esa delgada línea roja en la que la grada empieza a descontar las oportunidades concedidas. Una apertura de Cancelo a la derecha la puso Bakkali al centro para que entrara Mustafi con el alma y algo más. A Andrés Fernández se le dobló el guante para conceder el primer gol al Valencia. Un bálsamo. Un alivio para Nuno, momentáneamente liberado.
La primera parte se jugó al límite de la legalidad. Al choque. Con los tacos besando tobillos. A un ritmo taquicárdico. Propio de las necesidades de dos equipos sumergidos en la hambruna de resultados. Un fútbol de bocadillo de mortadela en el patio del colegio. La velocidad se confundió con el tocino de la imprecisión. El Granada no cambió el patrón pese al gol en contra. A los dos minutos del cabezazo de Mustafi, el travesaño escupió un remate de El Arabi. Nuevo alivio para Nuno.
El problema del Valencia se llama fútbol. Entre la media y la delantera hay un océano y medio. No se toca. No se mima. No se ama al balón. Llegar antes a la portería contraria no es sinónimo de éxito. La precipitación de la angustia. Fiarlo todo a las revoluciones de Bakkali. ¿Cuánto tiempo hace que el Valencia no se apoya en una pared? De esas que hacen disfrutar a Mestalla. Mucho tiempo. Quizá demasiado. A lo mejor ayer la mejor solución fue resolver por la vía rápida. Pero esa aceleración nuca se compensó con un dique de contención a las acometidas del Granada.
A un segundo del final de la primera parte, Doménech salvó al Valencia. Con un vuelo sin motor para tapar la escuadra. La parada de la noche para aliviar a Nuno. Otra vez. Al menos, al descanso se llegó con la sensación de que se había espolvoreado la añorada efectividad.
La segunda parte tuvo orden hasta que la batería se fundió. Un partido de billete de ida y vuelta. De los dos equipos. Por primera vez Nuno se echó a la arena con Alcácer y Negredo. Con los dos delanteros no se remata ni más ni menos. Por ahora, lo mismo y sin peligro. El Valencia no mató el partido. Y por eso terminó más pendiente de achicar y salir a una contra que de tratar de contemporizar. A la salvación ayudó la escasa puntería de la delantera andaluza. Bakkali se vació y Piatti salió para dar aire y calma. Igual que Fuego, que suplió a un Enzo Pérez que ligoteaba con la doble amarilla y expulsión. La salida de Rodrigo fue someterlo al veredicto público de una grada que tiró de pulmón.
Desde el segundo párrafo de esta crónica hasta el anterior punto y aparte son los matices. Las capas de esa cebolla llorosa. Los detalles que hacen rumiar este atisbo de depresión en la grada que ve que en el proyecto de este año habrá que picar más piedra que en la anterior campaña. Hay que quedarse con la victoria, que tiene que tener esa continuidad en Lyon para engancharse a la Champions. Nuno tiene la oportunidad de agarrarse a este clavo para remontar.
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