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Fútbol | liga bbva

El orgullo resucita al Valencia

Suárez marca en fuera de juego, el Barça no mata y Mina logra un punto de fe

Héctor Esteban

Sábado, 5 de diciembre 2015, 18:29

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El Valencia vive. Palpita para una nueva resurrección. Otras más. La historia de Mestalla se cimenta en noches de gloria. Con Nuno ya como un mal recuerdo. Lejano pese a lo tierno de su adiós. Ayer, la resistencia, la fe y la testosterona, en ese orden, reconciliaron al equipo con Mestalla. Con Voro como mediador y con un empate de justicia divina. Éxtasis colectivo a cinco minutos del final. Con un gol de Mina después de que Alcácer engendrara entre los dos centrales la semilla de vida.

La resistencia como manual también sirve para jugar al fútbol. Al menos para un enfermo comatoso que lucha por hacer vida normal, por salir de esa indolencia hiriente a la que Nuno llevó a un equipo que transitaba desde hace meses sin alma. Sin el coraje necesario para dar un espectáculo con una mínima dosis de dignidad. Una semana ha sido suficiente para que Voro inoculara en el once una metamorfosis kafkiana para salir a competir. El fútbol en mayúsculas ya se dejará para tiempos venideros. De lo que se trataba ayer era de que, como Lázaro, el muerto echara otra vez a andar. Empezó al paso y terminó el partido al galope.

Voro y Phil, el menor de los Neville, han logrado en cinco días que al menos el corazón, donde se lleva el escudo de un club casi centenario, bombeé sentimiento. Lo suficiente para exhibir la garra obligada. La primera parte del Valencia, con el mejor once posible debido a las bajas, fue para aplaudir. Por la resistencia, por los atributos expuestos ante un Barcelona que llegó a Mestalla con aires de apisonadora. Voro impuso la lógica, la que pedía el equipo a gritos, alejada de los ataques de entrenador de un Nuno que al final llevó al Valencia al diván de la desesperación. Los diestros a la derecha; los zurdos, en la izquierda. El abecé del fútbol añejo.

La resistencia pareció una táctica suicida al primer vistazo. Aguantar al rodillo barcelonista pertrechado por detrás de la línea de medios, con Alcácer como vértice adelantado de la defensa, pareció un suicidio colectivo al minuto de que empezara a rodar el balón. Una defensa con los cuatro únicos jugadores vivos y cinco centrocampistas con Parejo de 5 argentino como aquellos buenos tiempos de Valverde. Por delante, Enzo Pérez y Danilo, y en las bandas un recuperado De Paul y Santi Mina en un hábitat más natural.

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El Barcelona salió a pisar la pierna coja. La derecha. Donde Rubén Vezo transitó por un vía crucis cara a cara con Neymar. Al luso no se le puede reprochar nada. Un lateral por accidente. Porque no había nadie más. Y por allí perforó el Barça, para inclinar el partido por el flanco débil, donde Neymar se dio un festín. Hasta el empacho. Siempre con la espalda de Vezo con más espacio que las dos Castillas.

La grada sufrió. Por encima incluso de lo saludable. Pero a la danza culer se respondió con una defensa agazapada pero muy junta. Hay veces que meterse en la madriguera también es orden y concierto. Voro tiró de pizarra. No para perder sin ser goleado, sino por convencimiento. Resistir hasta lo imposible, hasta hacer creer de nuevo a sus jugadores ante el mejor equipo del mundo.

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Abdennour y Santos, dos centrales tan distantes de la técnica como comprometidos en el cuerpo a cuerpo, se sacudieron el peligro como pudieron. A trompicones. Hasta con la propia fe. Mediada la primera parte, superados los temores y templado el pulso, el Valencia estiró las piernas. Con tímido atrevimiento pero con la velocidad suficiente como para anunciar que en un contra quizá encontrara petróleo. Un despertar ahogado a partir de la media hora, donde la dictadura de Iniesta sometió a los dos equipos a sus pies. Sublime. Caviar para el paladar del buen aficionado alejado del forofismo. Voro tejió una tela para que el toque del Barcelona se enmarañara. Para que el juego entre líneas encontrara las trabas suficientes. Lo consiguió durante muchos minutos. Es cierto que el Barcelona se pudo ir con ventaja al descanso pero para ganar hay que meterla. El asedio fue una asfixia. Demoledor. Con una angustia constante en el área local. Sólo el desacierto del Barça permitió un descanso en tablas.

La segunda parte comenzó igual. La misma estructura por parte de unos y otros. El malabarismo culer frente a la maraña local. Todo con un punto menos de intensidad barcelonista. Ese orden cayó por una traición a la pizarra de Voro. Una jugada en la que la línea defensiva del Valencia se adelantó a terrenos pantanosos para que en dos toques arrancara Luis Suárez en fuera de juego, tumbara a la Roca y metiera el balón por el único hueco posible. En la oportunidad menos clara del encuentro el Barcelona se puso en ventaja. Suárez no debió llegar a ese momento si el árbitro hubiera visto un pisotón sin balón a Abdennour.

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A partir de ese momento se jugó a otra cosa. El Valencia a buscar un premio. El que fuera. Con más voluntad que orden. Sin la percepción de un peligro extremo y con un exceso de riesgos atrás. Pero envalentonado, crecido por el orgullo recuperado, vivo, muy vivo, alejado de la depresión en la que le sumió Nuno. Los jugadores se vaciaron pero el depósito de la fe, del nuevo credo, rebosaba. Y por ahí vino el gol. Con Bakkali y Piatti para dar ritmo desde el banquillo. Aliento.

Alcácer, sublime, pilló un balón largo del belga para fabricar con malabarismos tres cuartos de gol entre Piqué y Mascherano. Y se la dejó a Mina. Franca, de dulce, para empotrar a Bravo. El gallego soltó un zambombazo para el éxtasis colectivo. El Valencia vuelve a tener pulso, vida, gracias a Voro, que le indicó a Gary Neville el camino a seguir.

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