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Toni Calero
Jueves, 21 de enero 2016, 18:07
La vorágine autodestructiva que engulle al Valencia alcanza también a la Copa del Rey. En pocas ocasiones las rondas finales de un torneo se presentaron tan sencillas: primero el Barakaldo, luego Granada y Las Palmas, dos equipos demasiado ocupados con la Liga como para acicalarse pensando en otros asuntos. Lo avisó Quique Setién: su mirada estaba fija en la próxima jornada contra el Levante, rival directo por evitar el descenso a Segunda. Y fue consecuente, alineando un once repleto de suplentes. Le bastó una pizca de control en el centro del campo y la fortuna en el gol de Zahibo (él no quería) para replantear su futuro copero. Las Palmas regresa a casa con ventaja para llegar a semifinales cuando ni siquiera su técnico se daba crédito. Tan oscuro pinta el panorama para el Valencia. Tan lastimoso. Desgarrador como la imagen de Mestalla. Primero con Nuno, más tarde con Neville, el irritante cuento de nunca acabar.
Tiene tanta urgencia el Valencia en encontrar soluciones. Y mientras, se agolpan los posibles culpables. ¿Son los jugadores? ¿Quizás un entrenador sin experiencia? ¿Falló la planificación de una estructura deportiva dibujada sin precisión? ¿Es el exceso de juventud un pecado mortal para la elite? El problema, el más acuciante, es el calendario, que no permite un segundo de reflexión. Pedía Neville, pura lógica, unas semanas para trasladar al campo los resultados de su gestión. Si los futbolistas querían, era cuestión de tiempo salir a flote. Un vestuario con Negredo, Alcácer, Mustafi, André Gomes, Enzo Pérez o Gayà entre otros posee el suficiente talento para remontar cualquier situación adversa que se produzca en el primer tercio de competición. Misión: salvar la temporada. Y la Copa, el trofeo más a tiro, se ha complicado y de qué manera. No sólo por el empate de anoche que señala al rival como favorito, sino por la propia inquietud e inseguridad que rodea al Valencia.
Hasta ahora, los cómodos encuentros de Copa eran un bálsamo para Neville. Se fumó al Barakaldo sin derroches y tampoco el Granada presentó batalla. Era lo previsto. Las Palmas aparecía como el tercer capítulo de la trilogía antes de asistir a Madrid y atender a los caprichos de las bolas. «En semifinales puede caer el Barcelona o el Atlético». «Mejor que se enfrenten entre ellos». «Al valencianismo le pone Emery y el Pizjuán». Planes de futuro, todos, aparcados hasta que Neville y sus hombres finalicen el trabajo en los cuartos de final. El Valencia quiere, claro que quiere, pero de momento no sabe. Y eso lo pudieron comprobar in situ los 10.000 seguidores que anoche sufrieron en Mestalla.
Neville había recuperado para la causa a Abdennour (el escarmiento contra el Rayo le sirvió para estar más concentrado) o Gayà. Eligió el inglés a Ryan, sentando otra vez a Jaume y aclarando su postura en referencia a los porteros. Era un once de plenas garantías. Y enfrente, ocho o nueve suplentes habituales de Las Palmas para cumplir el expediente y ganarse la fe del entrenador. Eso, y Valerón, superviviente de la eliminatoria de 1997 entre el Valencia y los isleños. La introducción a la historia fue fiel a lo previsto. Nada de locuras. El pez grande asumió el peso del partido y se comía al chico en zona conflictiva. La alta presión obtuvo premio pronto, con un balón robado y una asistencia sublime de Danilo que Alcácer no aprovechó. Salía en tromba el Valencia. Un rayo de luz entre tanta sombra. Lo siguiente fue un cabezazo de Rodrigo que murió en un córner. Intensidad. Altos niveles de testosterona y un rival a merced del Valencia. El plan de Neville funcionaba, con Danilo y Zahibo limpiando el centro y Parejo más cerca de Alcácer.
El fútbol de Las Palmas y la influencia de Setién en el mismo aún no se habían dejado notar. Y sería así hasta la segunda parte. Pero el Valencia es todo huesos en el frío invierno. Sufre incluso cuando no merece sufrir. El gol de Zahibo en propia puerta. Ryan buscando explicaciones. El rival celebrando su fortuna. El Valencia golpeado en la cabeza y el marcador. Desde el tanto al descanso no hubo forma de levantar el ánimo. ¿Cómo era posible que Las Palmas se fuera con ventaja si no había probado a Ryan en 45 minutos?
Necesitaba dos goles para remontar y más teniendo en cuenta que la vuelta no va a ser nada sencilla. Pero el Valencia estaba en estado de shock y Valerón hablaba con gestos para pedir a sus compañeros, que por edad bien podrían ser sus hijos, un alto en el camino. Paciencia para desesperar al rival. Las Palmas amasó el balón mientras pudo y Culio probó a Ryan. Así, en un constante estado de incertidumbre, transitó el encuentro hasta la irrupción de Alcácer. Otra vez él. Ayer capitán. Siempre oportunista y luchador. Su tanto, un latigazo que pilló a contrapié a Lizoain, hizo justicia. Faltaban treinta minutos y Neville pensó en Cancelo y De Paul para revitalizar las bandas.
El Valencia tenía más fuego que en los minutos previos, pero al mínimo descuido le hacían daño. Aún así, entró Negredo para acumular más hombres cerca del área rival. Llegó el partido a una fase algo dura: el árbitro perdonó la roja a Gayà y Danilo, que había recibido una durísima entrada y protestó de más. Los últimos minutos fueron de un Valencia con más inercia que fútbol. Mestalla aguardaba la ocasión. Y apareció. Un balón abierto a la banda izquierda y la incorporación de Gayà. Pase sencillo al corazón del área y error de Negredo. En el último minuto. Como ante el Madrid, no supo resolver el vallecano, que se trastabilló sin poder impactar al esférico. Sirva la jugada para resumir el presente del Valencia. La semifinal de Copa se endurece. Y sólo sirve estar en ella.
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