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PACO LLORET
Viernes, 23 de septiembre 2016, 21:53
H ubo un penalti que nadie se atrevía a tirar. Lo tiró Voro y marcó el gol que empezó a asegurar la victoria. Sucedió en Mestalla. Era la primera jornada de la temporada 87-88. Un día especial. El Valencia regresaba a Primera División después de purgar un ejercicio en Segunda. El arranque de aquel campeonato tenía añadida otra efeméride: debutaba el Logroñés en la máxima categoría del fútbol español. Ambos equipos se habían medido cuatro veces durante la campaña anterior puesto que se puso en marcha un torneo experimental dividido en dos fases. Entre el club riojano y el Valencia surgió una afinidad que se extendió a sus aficiones, cuyas relaciones fueron un modelo de cordialidad en aquella época. El roce hizo el cariño. El destino quiso que el ascenso del conjunto de Las Gaunas se consumara con motivo de la visita del Valencia en plenas fiestas patronales de Logroño. Jornada histórica. El Valencia ya tenía asegurado el ascenso. Los locales nunca habían estado entre los mejores.
El destino quiso reunir a ambos contendientes en el choque de apertura pocos meses después. Las fuerzas estaban muy igualadas, el Valencia y el Logroñés se conocían muy bien, sus entrenadores, Alfredo di Stéfano y Jesús Aranguren evitaban riesgos innecesarios. La primera parte acabó sin goles y pocas ocasiones. Al cuarto de hora del segundo tiempo, el colegiado señaló como penalti una infracción cometida sobre Quique Sánchez Flores dentro del área. La gran oportunidad de inaugurar el marcador. Los jugadores miran al banquillo para saber quién debe ejecutarlo, hay unos instantes de confusión. Nadie lo esperaba, pero el defensa central Voro toma el balón cómo si tal cosa, parece una broma, pero es cierto, será quién asume la responsabilidad. Todos los presentes esperaban que Subirats, Arroyo, Alcañiz o Fernando, sobre el papel, jugadores más capacitados, se encargaran de la transformación, pero Voro coloca el balón en el punto de penalti mientras la desconfianza surge en la grada. La duda se transforma en alegría. Voro bate al portero canario Pérez con un lanzamiento potente y cruzado. Gol, el primero del Valencia en su retorno. Después Carlos Arroyo establecería el 2-0 definitivo.
Voro despachó el compromiso con absoluta tranquilidad, como si el lance no le supusiera mayor problema. Aquella era su tercera temporada en el primer equipo valencianista. Atrás quedaban sus años de formación en Paterna, su ascenso al Mestalla y su cesión al CD Tenerife coincidiendo con el período de servicio militar. Un par de campañas en Segunda División con los canarios junto a gente veterana como Rubén Cano y bajo las órdenes de un entrenador que había tenido un paso efímero por Mestalla: el yugoslavo Dragan Milosevic. De vuelta a casa. Valdez lo incorporó a la plantilla profesional y Voro debutó en Primera División en la campaña 85-86, otro partido de inicio de Liga repleto de penaltis, Sixto Casabona marcó dos para el Valencia mientras que Sempere detuvo el lanzado por el chileno Aravena para el Real Valladolid. Victoria sufrida por 2-1. Por entonces, el zaguero de L'Alcudia se desplazaba a la banda puesto que Tendillo y Arias eran intocables en el eje central de la retaguardia. Una demarcación un tanto incómoda para sus condiciones.
La campaña de su estreno acabó con el traumático descenso de categoría pero nada hacía presagiar un desenlace tan triste en la quinta jornada cuando la Real Sociedad, dirigida por John Benjamin Toshack, cayó por 3-1 en Mestalla. Voro se estrenó ese día como goleador. Wilmar Cabrera, con otros dos tantos, completó el resultado. Voro era miembro de una camada de jóvenes valores criados en la casa a quienes las circunstancias obligaron a tirar del carro junto a veteranos ilustres y un foráneo, Bossio, que aportó oficio ejemplar para alcanzar el único objetivo posible, devolver a la entidad a su lugar natural. La carrera de Voro empezó a consolidarse con la llegada de Víctor Espárrago al banquillo. Junto a Giner y Arias, primero; luego con la irrupción de Camarasa, se forjó una línea defensiva muy solvente. Con Hiddink adquirieron galones mientras Quique y Leonardo volaban por las bandas. El Valencia llegó tarde a su renovación, un episodio lamentable de mala gestión y de pésima coordinación coincidiendo con la conversión en sociedad anónima, y Voro, después de disputar de titular todos los partidos ligueros de la temporada 92-93, un total de 30, se fue a La Coruña para enrolarse en el Superdepor, cuyo destino parecía unido al de Valencia con aquella Liga perdida en la última jornada y la célebre Copa del diluvio.
Voro representa, como tantos otros, la verdadera cultura de club que el Valencia persigue desesperadamente, tan necesaria en estos tiempos convulsos. Sin afanes de protagonismo, entregado siempre a la entidad, le ha vuelto a prestar un servicio impagable. En su normalidad cotidiana y en su manera sencilla de ir por la vida se esconde el secreto de lo que debería ser santo y seña del club de Mestalla. Todo resulta más fácil si se confía en quienes conocen y aman al Valencia desde que eran niños y lo sienten como algo propio.
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