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toni calero
Domingo, 6 de noviembre 2016, 14:11
Vivió el valencianismo enganchado al efecto Prandelli, un reconfortarte salvavidas, porque el proyecto se desmoronaba y había riesgo de echar la temporada a perder a las primeras de cambio. Al italiano no le costó demasiado llegar y besar el santo. Notable trayectoria, discurso convincente, triunfo con jugosos detalles en Gijón, derrota inmerecida contra el Barcelona... Todas, o al menos la gran mayoría de señales estaban volcadas hacia el optimismo y la resurrección. Entre tanto destello, la luz que parpadea y avisa: uno no se alimenta de las ilusiones, hacían falta puntos. Y siguen faltando puntos.
El empate contra el Deportivo quedó señalado como accidente puntual pero aún había más, un lamento en Vigo que trae de vuelta los cientos de preguntas sobre la construcción del equipo y los inacabables errores defensivos. Y otra: pareció más vivo el Celta que el Valencia, algo incomprensible teniendo en cuenta que los de Berizzo jugaron Europa League el jueves y Prandelli llevaba una semana meditando el plan para Balaídos. Al italiano le falta un mundo para exprimir a esta plantilla, o ese es el clavo al que agarrarse, al menos hasta que el mercado de invierno se abra y el Valencia consiga mitigar alguna de las carencias más relevantes del equipo, principalmente la de la falta de gol. El bagaje real duele porque la sexta plaza se escapa (a nueve puntos) y los signos de recuperación han quedado sepultados en Galicia y sus siete días fatídicos.
El partido murió entre llamas, pero había empezado muy flojo. Frío. Al Valencia, regreso al norte, donde Prandelli advirtió del «paso atrás», aún le duraba la caraja de Riazor. Nadie conseguía prender la llama en una hora complicada, sobre un césped repleto de baches, con un equipo definido pero sin ritmo, el Celta, y otro con las pilas cargadas falto aún de una idea mantenida en el tiempo, como el Valencia. Sólo la pequeña bronca de Nani a Parejo por una mala entrega, Mario Suárez adaptándose al medio natural convertido en pulpo y birla do un balón tras otro o los nervios de David Costas (18 meses sin ser titular) provocando el murmullo de Balaídos. Al asunto había que echarle sal como fuera y Clos Gómez quiso explorar esa vía. Carga legal de Garay, Guidetti al suelo y amarilla para el delantero por simular un penalti. Erró el árbitro y causó una brusca subida de la temperatura.
Desde ese momento hasta la cariñosa despedida que la grada dedicó a Clos Gómez, Celta y Valencia apretaron el acelerador. Mientras Berizzo insistía en los balones a Sisto para buscar el error de Joao Cancelo, Parejo, Nani y Rodrigo se iban asociando cada vez más. Así nació el gol. Un centro de Cancelo en la zona dónde más dañino resulta para los rivales y la fulgurante entrada de Rodrigo para provocar un penalti de libro. Nani le pidió el tiro a Parejo, pero no hubo caso. El capitán engañó a Rubén y puso la primera piedra para llevarse el triunfo de Balaídos. Sin aparecer demasiado, algo estaba lo suficientemente claro: a Iago Aspas y Guidetti no se les podía dar un metro. Iban tan pendientes Garay y Mangala del dúo de ataque celtiña que apareció Roncaglia. Su gol fue brillante e inesperado. La defensa le dejó demasiado tiempo para pensar y el Celta celebró el empate. Imposible, parece, que el Valencia deje la portería a cero.
La titularidad de Fede
A Prandelli no le había dado un gran resultado la apuesta por Fede Cartabia, pero aguantó al argentino sobre el césped y, entre resbalón y resbalón, Cartabia al menos ayudaba a Cancelo para taponar al Celta en la banda. Con Montoya muy serio en la izquierda (le tocó lidiar con Aspas, un hueso), era el momento de buscar la velocidad de Rodrigo y Nani. Tampoco es que brillara el juego colectivo vigués, y así fue probando el Valencia con algunos contraataques bien dirigidos pero mal ejecutados. Fueron acumulando ocasiones incluso Medrán pero nada. Rodrigo chutó mal con la derecha y Nani probaba y probaba sin alcanzar un resultado que trascendiera al marcador. El partido había entrado en una fase de mayor dominio valencianista, sin ser éste suficiente para incomodar demasiado al Celta.
Con las fuerzas justas, se hizo obligatorio seguir de cerca las instrucciones de Prandelli a la hora de remover las tripas de su equipo. El técnico pedía más ayudas a Cartabia o intercambiaba cortos mensajes con Mario Suárez. Nada más. Munir ojeaba la banda durante el calentamiento esperando la llamada, pero en el tiempo que tardó en reaccionar Prandelli cayó el golpe final. El Celta ejecutó una jugada de estrategia y, como en el primer gol, se durmió en la presión para facilitar la faena de Guidetti. El 9 del Celta, que tuvo sus papeletas para acabar en el Valencia en verano, cabeceó picado para darle la vuelta al marcador.
Entonces sí se apresuró Prandelli metiendo en el campo a Mina se llevó una pitada tremenda y Munir, pero era demasiado tarde. Apenas diez minutos por delante y un Valencia que en esos minutos acumuló muchas piezas en ataque sin orden establecido. En el último suspiro intentó Mario Suárez meter la pierna entre varios rivales pero el balón rebotó en Costas. De ahí hasta el pitido final de Clos Gómez tan sólo pasaron unos segundos. El Valencia, «convencido y preparado», según Prandelli, de llevarse los tres puntos, volvía de vacío.
Por delante, más tiempo para analizar fallos y crecer de una vez por todas. El mal viene con los partidos. Tantos tortazos socavan la confianza de técnicos y jugadores. De la afición. Van haciendo mella los disgustos, crece la distancia con Europa, pasan las jornadas y el Valencia sigue igual. Metido en un agujero del que le está costando horrores salir.
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