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Héctor Esteban
Sábado, 4 de febrero 2017, 18:30
La temporada pasada, el Valencia ganó 4-0 al Eibar y Mestalla se puso a hacer la ola. El gesto fue consecuencia de la esquizofrenia colectiva de un equipo al que se le abrió el paracaídas cuando se precipitaba a plomo hacia el descenso. El Eibar, que llegó a Mestalla a hacer turismo, fue el acompañante perfecto. Pero toda ola tiene una resaca. De las que arrastran y ahogan en los malos momentos. El Eibar sepultó ayer al Valencia con un 0-4 durísimo. Ridículo. Espantoso. El club se asoma de nuevo a la barandilla del descenso, una pesadilla que se llevaría por delante casi cien años de historia. Ayer el árbitro no ayudó pero el que se agarre a esa excusa no tiene ni idea de qué va esto. Un tiro del Valencia entre los tres palos en todo el partido. Mestalla, antes de que terminara se largó casi en pleno. Los que se quedaron, lo hicieron para pitar y sacar pañuelos. Y Lim ausente.
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El repaso del Eibar al Valencia en la primera parte fue de libro. Insultante en ocasiones. Desesperante siempre. El centro del campo fue una cornada en la femoral. ¿Se ha olvidado Mario Suárez de jugar al fútbol? Este chico llegó a ser internacional. Hoy no es ni la sombra de aquello. Roto. Perdido. Un agujero constante por donde campó a sus anchas el Eibar. Los de Voro se presentaron en Mestalla con un centro del campo en precario y Escalante, tan duro como efectivo, se encargó de hacer añicos la endeble propuesta del Valencia. Hoy, en la sobremesa, de nuevo a hacer cuentas para evitar el descenso. El Sporting de Gijón, que marca la raya de seis puntos de ventaja, se enfrenta en El Molinón al Alavés. Si gana, otra vez a tres del descenso y con el agua al cuello. Maldita temporada.
La propuesta de uno y otro se vio al inicio del partido. El Eibar hizo el fútbol. El Valencia, nada. Desdibujado. Con jugadores incapaces de encontrar su posición. Zaza, la punta de ataque, buscando el balón casi en su área. Cancelo viviendo en su anarquía particular. Medrán desaparecido y Carlos Soler, sin la sobreprotección de Enzo y Parejo. El chaval se multiplicó tanto que terminó expulsado en el añadido del primer tiempo.
La primera la tuvo Zaza. Tras un centro por la izquierda de Gayà. El de Pedreguer, una vez superado el trago de Prandelli, ha recuperado esa rosca mágica que vale millones. El italiano entró con una sobredosis de voluntad. Tanta que por exceso remató de cabeza fuera. El Valencia no lo merecía pero un gol le hubiera dado el sosiego necesario. El Eibar siguió a lo suyo. Mendilibar es la horma para ese zapato. Sin otra pretensión que evitar el descenso. A partir de ahí, todo lo que venga es un premio.
Escalante, el muro que sostiene al Eibar en el centro, sacó un centro sobresaliente para que Sergi Enrich rubricara la excelencia con un remate en plancha en los morros de Montoya. Antes, el balón había pasado de largo por los dominios de Garay. Justicia. El Valencia era un desastre colectivo y una tomadura de pelo en más de una individualidad. A final de temporada, es obligado segar la hierba.
La excusa de las bajas en los locales no cuenta. El Eibar también se presentó con un carro de ausencias. La diferencia es el fútbol. Parejo tan cuestionado como echado de menos. La relación de amor-odio con el de Coslada es eterna. No hay más. A partir del gol del Eibar el drama floreció de manera obscena. Medrán, que ayer volvió a tirar por la borda una oportunidad para jugar -si lo hizo es porque no había otro- era un saltimbanqui pidiendo un balón que Alves nunca le dio. El brasileño, desquiciado, despotricó hacia la grada. El público siempre es soberano. Y más todavía con una nueva derrota.
Los espacios entre jugadores se hicieron kilométricos. Hay futbolistas que se esconden. Temerosos de pedir el balón. Aquello que decía Prandelli que había futbolistas que le susurraban que tenían miedo de jugar en Mestalla. Soler se equivocó muchas veces con el balón. En el paso y en el ritmo. Pero lo hizo porque fue el único que se atrevió a pedir el balón. A intentar algo. Suárez fue un trotón. Con un boquete a su espalda impropio de Primera División. El exdirector deportivo del Valencia, Jesús García Pitarch, defendió que la hora de rendir cuentas sobre lo planificado y hecho era el 30 de junio. La lástima es que él no estará ahí, en ese momento en el que habría que preguntarle por Suárez y compañía. Muy deficiente.
El Eibar, con la ventaja, no se dedicó a guardar la ropa. Quiso más. Y lo logró. Dominó a sus anchas. Cuando y como quiso. En el tiempo añadido, Munuera apuntilló al Valencia. No vio la galleta de Escalante a Carlos Soler. El chico, pardillo todavía en estos lares, respondió con otra galleta. El argentino, zorro viejo, se tiró para que el trencilla picara y mandara a la ducha con roja directa a Soler. El chico aprenderá de su error. No es excusa la actuación arbitral pero la roja de Munuera enterró cualquier posibilidad de remontada. Adrián, el hijo de Michel, impidió que Alves engordara su leyenda de parapenaltis.
En la segunda mitad el monólogo continuó. Con uno menos, golazo de Dani García -Suárez no salió a cubrir- y otro de Sergi Enrich. Debutó Orellana, que dejó pizcas para la esperanza y partido completo de Zaza, más voluntarioso que efectivo. El Valencia sigue con su relato de la temporada de la infamia.
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