![El nuevo Mestalla es la ruina de un estadio 15 años parado](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/02/24/Imagen%2095196309%20copia-R8M977C0Urh0m39iJdSIKyJ-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![El nuevo Mestalla es la ruina de un estadio 15 años parado](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/02/24/Imagen%2095196309%20copia-R8M977C0Urh0m39iJdSIKyJ-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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El uso más recurrente del esqueleto de cemento que adorna la Avenida de las Cortes Valencianas desde hace década y media es el chiste, o meme para los más modernos, que utilizan los guías cuando el bus turístico de la ciudad enfila la rotonda adornada ... con la Dama Ibérica. El 'Coliseo' valenciano es retratado por los turistas con sus móviles mientras ríen la ocurrencia. Ni pizca de gracia tiene. El 25 de febrero de 2009, Vicente Soriano, el entonces presidente del Valencia, sacó las grúas de la obra. El comunicado del club advirtió que esa decisión «no supone un parón definitivo de las obras sino que se trata de una decisión temporal». Lo clavaron. Sólo han pasado 15 años desde que pararon los trabajos. Los 150 millones invertidos entonces, que se han disparado a 172 por los mínimos trabajos de conservación que se han acumulado en la última década y media, son a día de hoy una inversión ruinosa. Lo sería de forma total si acaba cogiendo forma la hipótesis de demoler la estructura y que el Valencia se quede en Mestalla. En ese escenario habría que sumar el coste del derribo y la remodelación del actual estadio para poner en negro sobre blanco una cifra final que fuera el símbolo de una de las mayores vergüenzas urbanísticas de la historia de la ciudad.
Los únicos elementos románticos que han esperado el paso de los años, con la ilusión de que algún día se abrieran las vallas metálicas que protegen la obra para que vuelvan los obreros a trabajar, son los bares que abrieron entre 2006 y 2008 al ver la oportunidad de negocio que suponía la casa a la que se iba a mudar el valencianismo. El caso más evidente es el del Restaurante Nuevo Estadio, que sigue levantando la persiana para servir a los vecinos del barrio con vistas a una estructura de hormigón. Hay cientos de historias que pivotan en estos quince años con mucha nostalgia. Un valencianista llegó a vender su apartamento en Cullera para comprarse un piso en una de las plantas más altas de las torres de Cortes Valencianas, con vistas al campo. Lamentablemente ya ha fallecido y nunca vio ni reanudarse las obras.
Nelson Rocha García, Luis Medardo Sinchiguano, Enrique Pradas Franco y José Vilanova Rosas. En esta sociedad que devora el pasado a velocidad de vértigo hemos olvidado sus nombres con demasiada, e injusta, facilidad. Son los cuatro trabajadores que perdieron la vida en la construcción del nuevo Mestalla, al ceder un andamio, en mayo de 2008. Sin duda, es la mayor desgracia que siempre estará ligada a la obra. Mucho más que todas las luchas, mentiras y cruces de intereses que ha tenido todo lo relacionado con el estadio en los últimos 15 años. Resetear las prioridades es sano. Una obligación.
Tampoco conviene olvidar que buena parte de la culpa de la ruinosa realidad a 2024 viene de 2006. Los delirios de grandeza de Juan Soler, presentando en sociedad con sonido de violines y músicos vestidos de frac el proyecto de construcción de un estadio por 350 millones cuando no se tenía la financiación para acometer la obra, mutaron en una temeridad que el Valencia sigue pagando cada año en sus cuentas. Los trabajos se iniciaron en agosto de 2007 y cuando Soriano los paró en febrero de 2009 no había dinero en la caja ni para pagar las nóminas de los jugadores. Muchos se echaron las manos a la cabeza cuando se descubrió que se habían recurrido a los pagarés. Una afrenta para una entidad histórica. Con Peter Lim ha vuelto a ocurrir y ya nadie se alborota. Estamos inmunizados ya contra el escándalo.
La entrada de un perfil con el cerebro tatuado de números, Manuel Llorente, tampoco fue la solución. En 2010 se produjo una nueva revisión del proyecto, con un presupuesto más «austero y realista» tal y como lo definió el gestor, y en 2011 un intento bajo el paraguas de Bankia que incluyó una nueva cubierta de vidrio azul en el proyecto que era mucho más económica que aquella de Juan Soler donde sobre la silueta del río Turia se iban a identificar los barrios de la ciudad. Aquel proyecto con el banco saltó por los aires un año después cuando estalló el caso Newcoval, con Rodrigo Rato al frente, y la entidad fue intervenida por la Unión Europea. Había que buscar otro camino y, de forma paralela, el Valencia también cambió de rumbo.
Amadeo Salvo saltó a la presidencia del club desde la Fundación, donde Federico Varona inició un romántico intento de democratización que fue devorado de forma interna cual Saturno en el cuadro de Goya, y en 2013 se produjo otro tiro al aire. El estudio de Mark Fenwick, posiblemente nadie habrá cobrado más por rediseños de un mismo proyecto sin ejecutar, presentó un estadio con 61.000 asientos y 100 millones de presupuesto para acabar la obra. Con ese dossier se marchó Salvo a Nueva York y Miami, aprovechando una gira del equipo, buscando financiación. Sin éxito. De forma casi paralela, la Generalitat había comenzado el que iba a ser el último intento serio del desbloqueo para las obras. El plan Valencia Dinamiza, que comenzó a diseñarse en 2012, tenía una inversión de 626 millones e incluía una Actuación Territorial Estratégica sobre el nuevo Mestalla. Ahí nació la famosa ATE, que se desinfló tras el intento fracasado de vender el solar del actual estadio en 2019, en modo de cooperativa, a Adu Mediterráneo. Es cierto que en ese momento, se descubrió una de las grandes mentiras del proceso de venta. Aurelio Martínez, presidente de la tenedora de la entidad propietaria de las acciones que se vendieron a Meriton, aseguró que Peter Lim compraría el solar del actual Mestalla por 150 millones si no llegaba ninguna oferta por ese importe mínimo. Otro truco de trilero, donde la bolita es una mole de cemento que cumple hoy quince años parada para sonrojo de todo el valencianismo... y de los vecinos de la ciudad.
La cruda realidad es que el club no ha cumplido sus compromisos en la última década y media. Ni con los abonados y aficionados de su entidad ni con los ciudadanos de Benicalap. Es más, la situación a día de hoy es la más surrealista de todas. Hay 80 millones metidos en un cajón para financiar parte de la obra que resta. La desgracia real del valencianismo es que tiene un máximo accionista millonario –es la única verdad que se le puede atribuir a Lim– que nunca ha querido terminar el campo. Nadie le obliga a pagar lo que resta de la cuenta entre un proyecto de gran estadio y el dinero que aporta CVC, pero podría avalarlo. Esa acción desbloquearía el candado. No ocurrirá. Más que nada porque nadie se fía de una persona a la que hay que auditar la redacción de un proyecto por miedo a que aparezca otra vez la bolita en uno de los tres cubiletes.
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