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Con 21 años, Miodrag Belodedici ganó contra pronóstico la Copa de Europa. Enrolado en las filas del Steaua de Bucarest, se llevó la edición de 1986 en los penaltis ante el Barcelona. Cinco años después, defendiendo los colores del Estrella Roja de Belgrado, volvió a ... llevarse el título de igual manera en la final frente al Olympique de Marsella. Belodedici transformó el tercer máximo castigo de la tanda decisiva. Un año después de aquel partido disputado en Bari, se anunciaba a bombo y platillo su contratación por el Valencia.
La noticia fue muy bien recibida. Se trataba de un fichaje llamativo y valorado como un gran acierto. Avalado por su condición de doble campeón continental con dos clubes diferentes, ambos de la Europa del Este, Belodedici sentaba un precedente. Ningún otro jugador hasta entonces había logrado ese registro. El rumano había sido titular en ambas finales y las jugó íntegramente. Huido de su país bajo la dictadura de Ceaucescu, llegó a Yugoslavia en pleno proceso de descomposición antes del estallido de la guerra de los Balcanes. Con este traumático bagaje vital, no es de extrañar que aceptara encantado la llamada del Valencia, un club que con Guus Hiddink en el banquillo, aspiraba a mejorar su nivel competitivo en España y en Europa.
En la primavera de 1992, con el Valencia instalado cómodamente en la cuarta posición del campeonato, «Belo» aterrizó en Mestalla. El club, bajo la presidencia de Arturo Tuzón, se había transformado en sociedad anónima deportiva. El equipo precisaba de mayor consistencia, una vez había exhibido una apreciable capacidad atacante. Lubo Penev era el gran referente en la delantera, con Quique y Leonardo como laterales ofensivos, y centrocampistas que aportaban goles como Fernando, Robert, o Arroyo. Junto al rumano, llegaron otros refuerzos contrastados como el extremo Álvaro, el centrocampista Ibáñez o el portero González, junto a futbolistas jóvenes entre los que sobresalía Mendieta.
La adaptación de Belodedici a su nuevo equipo se complicó pese a las bendiciones recibidas. Titular por decreto en las primeras jornadas, se encontró con un inconveniente que le cerró las puertas de las alineaciones. El trío integrado por Giner, Voro, y Camarasa, se consolidó hasta el punto de ser reclamados por Clemente para la selección española. De carácter apocado, Belo se resignó y asumió una nueva realidad inesperada a la que no estaba acostumbrado. Se le buscó ubicación en la medular como centrocampista de contención pero su rendimiento no respondía a las expectativas.
Para un jugador habituado a las máximas glorias continentales, su estreno con el Valencia en la Copa de la UEFA, no pudo finalizar peor: el Nápoles, con Claudio Ranieri en el banquillo y el uruguayo Fonseca desatado, goleó en Mestalla por 1-5. En la Liga el equipo cumplió con lo esperado y volvió a ser cuarto, sin opciones de disputar el título. El drama se vivió en la Copa. Alcanzadas las semifinales, los valencianistas eran favoritos ante el Real Zaragoza, pero sucumbieron tras empatar en casa y perder por la mínima en La Romareda. El defensa rumano no participó en ninguno de los dos partidos, pero sí que fue titular en el encuentro que cerraba el campeonato liguero, ante el Real Oviedo en Mestalla, con la grada frustrada y enfurecida. Otros tiempos.
Aplicado en mejorar sus prestaciones, Belo encaró su segunda campaña dispuesto a convertirse en titular imprescindible. La salida de Voro, camino de Riazor, favorecía sus planes. El rumano se integró en un equipo que arrancó con fuerza y se encaramó al liderato. La incorporación de Mijatovic deslumbraba. El Valencia apuntaba hacia grandes objetivos. Todo se fue al traste en Karlsruhe. El club, que celebraba sus 75 años de vida, entró en un proceso acelerado de desintegración. Entre destituciones, dimisiones, escándalos y adversidades, el equipo cayó en desgracia. Los malos resultados se sucedían hasta que se pudo estabilizar en la segunda vuelta.
La revolución encabezada por Paco Roig llamaba a la puerta. La suerte de Belodedici estaba echada. Pese a que se incorporó a la selección rumana que cuajó una notable actuación en el Mundial de Estados Unidos, salió de Mestalla rumbo a Valladolid, donde coincidió con Víctor Espárrago en el banquillo. Tampoco le fueron bien las cosas a orillas del Pisuerga, el equipo de Pucela acabó penúltimo pero se libró del descenso por decisión administrativa. El misterio envolvía a un futbolista, cotizadísimo en su día, que acabó en el Villarreal en segunda división antes de la llegada de la transformación de la entidad «grogueta». Su carrera concluyó, tras una corta estancia en México, en el Steaua de Bucarest, el club que lo lanzó al estrellato.
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