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Entre el selecto grupo de futbolistas gaditanos que han militado en el Valencia (a saber: Reyes, Botubot, Poyatos, Romero, Joaquín, Vallejo y Delgado, así como Imossi, oriundo de Algeciras aunque nacido en Gibraltar, y Antón, bilbaíno criado en Barbate) quizá Paco Mateo sea el menos ... conocido para el valencianista medio. Lo es no solo como consecuencia de la distancia temporal que nos separa de su carrera futbolística sino, fundamentalmente, debido a que su brevísimo paso por el club blanco se produjo a caballo entre las campañas 1936/37 y 37/38, borradas de la estadística del fútbol español al final de la guerra.

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La forja de un futbolista. Nacido en Algeciras en 1917, Mateo, miembro de una brillante saga (su hermano Andrés fue una de las estrellas del Sevilla de la posguerra e incluso llegó a alcanzar la internacionalidad), se fogueó en equipos locales hasta dar el salto, primero, al Algeciras FC y después al Athletic de Tetuán, uno de los cuadros más potentes del Protectorado. Su versatilidad llamó la atención del Britannia de Gibraltar, que lo incorporó en vísperas del estallido de la Guerra Civil.

La experiencia valencianista. La ausencia de informaciones precisas respecto a los avatares del fútbol durante la contienda impiden conocer cómo se fraguó la llegada de Mateo a Mestalla. Sí sabemos, gracias a los datos que hemos logrado exhumar, que debutó en un amistoso en mayo de 1937 en el que el Valencia, en plena preparación para la Copa de la España Libre, goleó por 10-1 a la AD Alcira. Mateo, presentado por la prensa como «un valiosísimo elemento de un club de Gibraltar (…) que el Valencia pone a prueba con vistas a la próxima competición de Copa», se alineó como interior en una delantera en la que también figuraban Goiburu, Doménech, Lerma y Amadeo y contribuyó al festival con tres tantos. A decir de la prensa, el nuevo fichaje «causó una impresión excelente entre los espectadores». Titular indiscutible en la Copa a pesar de sufrir en carnes propias la crispación de la retaguardia republicana (los registros penitenciarios lo sitúan en la Celular entre el 8 y el 12 de junio del 37), sus números fueron estimables: en sus ocho comparecencias, alineándose como escudero de Vilanova o Amadeo, marcó cuatro tantos. Tan solo se perdería un encuentro de la competición: la final, jugada en Barcelona el 18 de julio, en la que el Levante derrotó al Valencia por 1-0.

Barcelona y Francia. Mateo espació después del verano sus apariciones con el Valencia. De hecho, únicamente vestiría la zamarra blanca en tres ocasiones más, en agosto, como mediocentro, en el partido de revancha de la final, jugado contra el Levante en Mestalla (2-4), y en dos jornadas del Regional: ante el Sueca (2-4) y el Gimnástico (3-1). Meses después, tras pasar a Barcelona, se convertiría en el referente del bisoño Barça que ganó la Liga Catalana de 1938. Con todo, la gran aventura de Mateo estaba aún por comenzar. Después de salir de España fue internado en el campo de concentración de Saint-Cyprien, del que le rescató Benito Díaz. La confianza del técnico en el andaluz obtuvo premio de manera casi inmediata: el juego y los goles de Mateo acabarían conduciendo poco después al Girondins de Burdeos a la élite del fútbol francés. Para entonces aquel delantero, estrella fugaz en Mestalla, era ya considerado uno de los ídolos del balompié galo.

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