«La voz del pueblo es la voz de Dios», dijo un patrono tras la votación que concedió el Valencia en bandeja de plata a ... Peter Lim (allá por 2014). Ante frases así, ¿qué podía ir mal? La ironía circula en paralelo a la historia de una mentira que ha desembocado en un gran fracaso. Los valencianos verán por televisión cómo en estadios de ciudades menores los futbolistas sí se calzan las botas para los partidos del Mundial 2030 que España compartirá con Marruecos y Portugal. Todos los actores del comité local han sido incapaces de ponerse de acuerdo. Entre todas la mataron y ella sola se murió. Será la primera gran cita deportiva que pasará de largo por la insultante inacción del propietario del club durante años, por unos grupos políticos que han volteado sus opiniones en busca del voto y una sociedad civil que permitió en su día que el club dejara de ser de los valencianos. Aunque lo peor no es que un señor de Singapur adquiera la mayoría accionarial, sí que lo hiciera sin asumir ningún compromiso. No se le exigió la firma de ninguno de los veinte puntos del proceso de venta. En el contrato no figuraba penalización alguna en el caso de que no finalizara el coliseo para el centenario del club (2019) ni tenía que aportar ninguna garantía para hacerlo. Y, claro, pues ancha es Castilla. Innumerables cambios de diseño del estadio y poco más, maquillaje ante el incumplimiento constante de la ATE que desembocó en la caducidad que dictó el Consell y que el club ha desviado al Tribunal Supremo.
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Y ya en los últimos tiempos, ante la urgencia por presentar la documentación, el club ha ejercido de pasota. Primero se blindaron blandiendo una inseguridad jurídica, luego dijeron que accedían a firmar si la FIFA admitía una cláusula que les liberara en caso de no recibir la licencia (sabían perfectamente que el organismo futbolístico jamás iba a aceptar) y, por último, cuando se vivía ya al límite, retrasaron la signatura alegando, según denuncia la Federación, que ese día era fiesta, que lo enviaban otro día –tampoco cumplieron– y cuando lo hicieron todo estaba fuera de plazo. «Lo que no se ha hecho en quince años no se puede solucionar con una moción de urgencia», vino a decir un día Juanma Badenas, portavoz municipal de Vox. Así ha ocurrido. Debe ser que no han tenido tiempo para encontrar una solución. Pero si desde el Valencia CF el interés por el Mundial ha sido todo un postureo, visto el espectáculo político no hay nada que no se pueda esperar. Compromís ha pasado de ser tibio con Meriton cuando Ribó ocupaba el sillón de alcalde a ser el azote al pasar a la oposición. O su actuación era impostada antes o lo es ahora. El PSPV acordó unas fichas cuando manejaba Urbanismo que después no quería aprobar tras salir del gobierno municipal queriendo añadir cosas para justificar su negativa. Y el PP, que en su día tenía claro cómo actuar contra Meriton, ha ido anunciando medidas que se evaporaban. Catalá ha insistido en que el Mundial no puede hipotecar el futuro del Valencia pero igual que se ha peleado por otros grandes eventos (regreso de la Copa América, Copa Davis...) debía haberse conformado una fórmula hace ya bastante tiempo para que el club firmara sin renunciar a las obligaciones que le competen y de esta forma la Federación hubiera incluido a Valencia desde el primer momento en la nómina de sedes del Mundial 2030. Y Vox ha hablado con sus actos. Se ha querido erigir en el protector del valencianismo, bajo el manto de opiniones ajenas, sin poner de su parte para el acuerdo que atraiga el Mundial.
Ahora, ante la firma in extremis de la documentación de la FIFA, la presentación de la licencia y el acuerdo político para aprobar las fichas, todos saldrán diciendo que lamentan la situación, que se ha intentado. Nadie asumirá culpa alguna. Fallaron los demás. No. Todos han tenido la culpa. Del primero al último. Y da igual que aún queden opciones, ya que el organismo futbolístico mundial todavía puede tumbar alguna sede. Y da igual también que exista una guerra soterrada entre el Consejo Superior de Deportes y la Federación Española de Fútbol. Si Valencia tuviera estadio, como así debería haber cumplido Peter Lim, y si los grupos políticos hubieran antepuesto el interés general al de los votos, el debate no hubiera existido. La ciudad acogería nuevamente un Mundial. Esta decisión compromete a Valencia a nivel reputacional. Por supuesto. Y a nivel económico. También. Un informe del Ayuntamiento de Zaragoza cifraba en 350 millones de euros el impacto financiero que supone albergar partidos del torneo mundial. La ciudad será un fantasma mientras en otros enclaves menores disfrutan de la fiesta del fútbol, mientras los hoteles y la restauración dejarán de beneficiarse de la llegada de aficionados. Y, además, la Federación anuncia que Valencia sí será subsede en la Ciudad Deportiva de Paterna, la del Levante y Oliva Nova. Una pedrea indecorosa. Parece hasta de choteo. Las migajas.
¿Y quién sale ganando de todo esto? El de siempre. A Peter Lim le da absolutamente igual que Valencia tenga Mundial o no. Al magnate le interesaba que se aprobaran las fichas para recuperar los beneficios urbanísticos, como así ha ocurrido deprisa y corriendo para ver si todavía entraban en la quiniela de sedes. Ahora el club vale más. Pero la ciudad pierde más.
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