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Recemos por la salvación eterna de un club que murió hace ya unos años. El Valencia actual ya no es el Valencia de siempre. Justo hace tres días se cumplían veinte años de una clasificación que los más jóvenes creerán increíble. El club blanquinegro era ... el número uno en el ranking de la UEFA por delante de Real Madrid, Barcelona, Milan, Juventus, Manchester United o Bayern Munich. Conseguía títulos y presumía de credibilidad. Era una entidad relevante. Ahora es insignificante, pequeña. Sin ninguna aspiración deportiva (bueno, sí, no bajar a Segunda) y débil. En poco tiempo, Alavés y Osasuna han ridiculizado al Valencia llevándose dos jugadores que pretendía. Repito, Alavés y Osasuna, no el Atlético, por ejemplo. Lim se negó a pagar cantidades menores por Carlos Vicente y Bryan Zaragoza (600.000 y 250.000 euros, respectivamente). Porque ha sido el magnate de Singapur, y nadie más, quien se ha empeñado en permitir un equipo abocado a la supervivencia y confeccionado para pelear por no descender. El proceso de debilitamiento deportivo que mantiene el máximo accionista desde hace unos años ha tenido este verano momentos sonrojantes. Un descarte del Zaragoza que se iba al Elche, un cedido del Levante o un central de un equipo descendido a la Segunda francesa son algunos de los éxitos de Miguel Ángel Corona en base a esa sostenibilidad que pregona, justificando con esa palabra lo que realmente es desinversión. Nada tiene que ver una cosa con la otra, aunque intente disimularlo. Desde 2020, la diferencia a favor de las ventas respecto a los fichajes es de 140 millones. Se trata de una plan preconcebido porque las cifras son menos interpretables que las palabras. Lo que es, es. En todo ese tiempo el Valencia ha realizado 36 operaciones deportivas. Pues bien, 21 de ellas han sido cesiones. La llegada de jugadores en préstamo son el pan de cada día en todas las ventanas. Síntoma de club frágil. De los 15 fichados en esos cuatro años, cinco han sido a coste cero. Y lo peor es que se ha pagado por algunos que realmente no lo merecían. Recuerden que Marcos André costó 8,5 millones o que Cenk («un central de enorme potencial», según Corona) llegó a cambio de cinco millones. Ahora está en el Valladolid. También se pagó esa cantidad por Pepelu y el éxito ha sido absoluto. Al César lo que es del César. Gracias, Corona.
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La misma desidia que Lim ha tenido desde el principio por acabar el nuevo estadio de Cortes Valencianas es la misma que ahora presenta hacia el equipo deportivo. Decidió en su día no hacer aportación económica alguna y que sobreviva como pueda. Pero esto es un club de fútbol y evitar que el equipo se refuerce para ahorrar es la pescadilla que se muerde la cola porque niega que lleguen ingresos por jugar en Europa o de la TV. El capítulo de sueldos también refrenda que el único objetivo de Lim es cuadrar las cuentas. Ahora es de 60 millones cuando hace tres años era de 83. Normal, jugadores de menor pedigrí o canteranos.
¿Y cómo ajusta los gastos? Por la vía más fácil. Venta de futbolistas. En esta ocasión ha sido Giorgi Mamardashvili. Antes lo fue Carlos Soler o Ferran o Paco Alcácer. El Liverpool ha pagado 30 millones más 5 en varibles por el portero georgiano. Un dinero casi íntegro para las arcas valencianistas, ya que en 2021, cuando llegó procedente del Dinamo Tbilisi, sólo se pagaron 850.000 euros. Lim pierde cada año en torno a 30 o 40 millones en su gestión y es la cantidad que pretende recibir con traspasos. Conforme ve que relumbran futbolistas desde Paterna sus manos echan humo de frotárselas. Si al singapurense le da igual que el Valencia muera de inanición, ¿qué hace todavía aquí? Hay quien piensa que pretende rebajar la deuda lo máximo posible y tener los beneficios urbanísticos tanto de Cortes Valencianas como de Aragón para hacer más atractiva una posible venta del 92 por ciento del club. Otros no le conceden tanto interés, sólo que le cueste el mínimo dinero posible y mantenerlo por orgullo, aunque las críticas hacia su gestión sean cada día más grandes. Pero los valencianistas sufren al ver cómo se estrangula el futuro de la entidad histórica.
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