Hasta que los entrenadores no se planten de verdad (al menos los de los principales equipos entre los cuales por desgracia no está el Valencia), la competición de Liga en España seguirá ofreciendo en agosto situaciones un tanto rocambolescas y que no benefician a nadie. ... Que le pregunten por ejemplo a Baraja, que llega hoy a esta tercera jornada en Bilbao con la presión de no haber sumado ni un solo punto en los dos partidos anteriores, con el peso de saber que su equipo no acaba de transmitir buenas sensaciones y con el semilujo de dejarse un futbolista como Cenk en Valencia para evitar que cualquier contratiempo pueda perjudicar su inminente salida. Eso, teniendo en cuenta que si acaba finalmente marchándose, a Corona le entrarán las prisas por encontrar un recambio que aporte como mínimo las mismas garantías –si es que aportaba algunas más allá de completar la convocatoria–.
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No es que el turco, pretendido entre otros por el Valladolid, sea hoy en día el alma de la defensa (no ha contado en las dos citas anteriores), pero no hay que olvidar que el Valencia es colista y que cualquier contratiempo en situaciones extremas puede adquirir dimensiones importantes desde el punto de vista negativo. «Son un equipo joven, como lo son sus dos centrales, y con cierta inestabilidad por el mercado», apuntaba ayer mismo Valverde. Corona se esforzaba el lunes en quitarle dramatismo a la situación en general y Baraja repetía guión ayer, en un lógico intento del vallisoletano de evitar que al joven grupo que trata de concienciar pueda terminar pasándole factura. Pero es evidente que hasta que la cosa del mercadeo no se cierre de manera definitiva, el ambiente seguirá un tanto enrarecido y hasta tenso.
No hay que olvidar que durante este verano se ha hablado mucho de lo de Mamardashvili –se hizo oficial este martes por la noche–; de las posibilidades que siempre tiene en su mano Jorge Mendes, el amigo de Lim, para colocar a Thierry y/o a Almeida o cualquiera que se le proponga; de lo tentador que es Javi Guerra que siempre gusta a unos y a otros; de que se han rechazado propuestas por Mosquera y hasta por César Tárrega, y de que más allá de lo de Rioja –¿por qué no se hizo dos semanas antes?– habría que apuntalar la defensa al margen de que esté o no Cenk. Si de algo adolece este equipo es de experiencia y contundencia en la parte de atrás. Cinco goles en dos partidos es el balance.
A tres días de que se baje definitivamente la persiana, Corona presume con excesivas pretensiones de haber aguantado el tirón de las tentaciones de venta. En esas está el Valencia, expuesto por los cuatro costados a que cualquier llamada telefónica descabalgue a uno u otro futbolista de la convocatoria o del once por miedo a estropear un buen pellizco de millones.
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Eso hace que se observe hasta con cierta envidia situaciones como la que tiene el rival de esta noche. Banquillo incluido. Vuelve a tener el Valencia delante a Ernesto Valverde, ese entrenador que cautivó en su día a Braulio Vázquez para traerlo con los ojos cerrados Mestalla y que salió escandalizado por los tiempos que asomaban. Qué tiempos aquellos (2012-13) en los que el Valencia, dentro de su propia idiosincrasia –siempre agitada–, al menos tenía un patrón al que acogerse. Se vendían jugadores, claro que se vendían, pero la premisa era siempre invertir una porción con criterio para que la rueda no dejase de girar.
Pero estos días presumen de que el líder del vestuario está a punto de cumplir los 400 partidos con el Athletic. Se trata de Valverde, un espejo que se rompería pedazos si lo rozase el de Singapur, una máquina de triturar entrenadores. Después de entrenar a cadetes, juveniles y Bilbao Athletic, de cambiar las botas y la camiseta por los zapatos y el traje prácticamente sin transición ni períodos de reflexión, de asistir a Jupp Heynckes y al difunto Txetxu Rojo, Ernesto Valverde desplegó las alas y voló en solitario para sentarse en el banquillo de San Mamés.
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Lo hizo el 30 de agosto de 2003 contra el Barcelona, hace ya 21 años, momento en el que puso en marcha un contador que ahora mismo devuelve la cifra de 399 partidos dirigidos como técnico rojiblanco. Hoy serán 400 con motivo de la visita del Valencia, precisamente uno de sus cinco exequipos, una efeméride que quiere celebrar con una victoria tras el tropiezo ante el Getafe y la derrota frente al Barcelona. Nadie en Bilbao ha llegado tan lejos como él.
En Valencia, Baraja suma 61 (22 triunfos, 14 empates y 25 derrotas). Un mundo de distancia entre uno y otro. Hace siete años, Valverde bromeó en Lezama con una frase que le dijo un «amigo inglés» cuando se enteró de que se convertiría precisamente en el técnico con más partidos en el banquillo de La Catedral, por delante de Javier Clemente. «Vas a ser una 'fucking legend'». Esos 399 encuentros han tenido 185 victorias (46,3%), 91 empates (22,8%) y 123 derrotas (30,8%).
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