Pepe González, la lealtad al Valencia CF

Mestalla despidió a un gran valencianista y fallero

Héctor Esteban

Valencia

Domingo, 1 de septiembre 2024, 15:44

A José González Soriano había dos cosas que le apasionaban en la vida: el Valencia Club de Fútbol y las Fallas. Hace unos días nos dejó, tras un verano raro, con 84 años recién cumplidos. El sábado, la grada de Mestalla le dio un merecido adiós con un minuto de aplausos y dolçaina, porque en Valencia la gente es más de ruido que de silencios.

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Paquito y Pepe, dos valencianistas sin fisuras por encima de filias y fobias. El primero, leyenda; el segundo, escudo.

El miércoles pasado, a la misma hora que el Valencia jugaba en San Mamés, familia, amigos y vecinos de Pepe González le daban su último adiós en Minglanilla, localidad conquense fronteriza con la Comunitat Valenciana donde Pepe cultivó y legó su pasión por el Valencia CF. Más allá del Rabo de la Sartén no sólo se mira a Madrid.

Desde Cuenca llegó a Valencia a trabajar. Empezó a ir a Mestalla en la temporada 63/64 y era socio con carné desde la 72/73, 52 años de fidelidad inquebrantable a su equipo.

De gesto serio y rudo, bigote eterno y piel cetrina, surcada por el paso de los años, fue fiel hasta el desaliento a un Valencia CF al que adoraba sin pliegues. El equipo, el club y el sentimiento estaba por encima de todo. El amor a algo más que un club.

Fuimos vecinos de bloque durante toda la vida. Mi familia en el patio de la avenida Burjassot y la suya, en el de Peset Aleixandre. Y la falla nos unió, con esos lazos que se anudan en las comisiones de barrio donde entre unos y otros se forma una gran familia.

Pepe fue presidente de la comisión Peset Aleixandre-En Guillem Ferrer un buen puñado de años. Ahora, tras dejar paso, ejercía de patriarca. Austero y generoso, términos que no son incompatibles. Siempre con uno ojo de halcón que lo controlaba todo. Detrás de esa primera impresión fría como una puerta había un tipo socarrón, con humor, de risa sincera, que si te colabas por la rendija le sacabas siempre una carcajada.

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Hablábamos más de fútbol que de fallas. Se acercaba a mí a paso lento, con el Marlboro dejado caer entre sus dedos y me decía: «¿Este año qué vamos a hacer?». Y ahí le dábamos a la conversación un rato. Él optimista a favor del equipo, siempre había un brote verde entre tanto secano de Meriton. La pasión que es más fuerte que la ilusión. Y últimamente, desde que se hizo una brecha al caer por una de las escaleras de Mestalla, sacaba a colación la llamada de Juan Cruz Sol para preocuparse por su situación. «Me llamó para ver cómo estaba». Me lo repitió mil y una vez. De valencianista es ser bien agradecido.

Una pasión que inoculó en las venas de sus tres hijos, José, Loli y Sergio, falleros y valencianistas. Al mayor lo visitaba todos los días al negocio de reparación de televisores que tenía a espaldas de Pérez Galdós con al avenida del Cid. Pepe arregló los televisores de media Valencia. Y Loli era su mano derecha en la comisión -fue presidenta-, la que ha heredado ese ojo de halcón para las cuentas, baluarte principal en la falla. Sergio, el pequeño, ha hecho carrera judicial en Ibiza, hoy decano de los jueces pitiusos. La familia, que todavía sostiene Lola Malabia, la matriarca, vivió emocionada y agradecida el homenaje en Mestalla a ese socio de toda la vida, de esos que se anclaron a su asiento en los buenos y malos momentos. Pepe vivió Ligas y Copas. También descensos y tandas malditas en Milán, donde fue testigo en San Siro de ese dolor.

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Vienen tiempos difíciles en Mestalla, pero como dijo el cura y cuñado de Pepe en el funeral, el cuerpo se queda pero el alma va algún lugar. Desde allí, Pepe seguirá siendo un aficionado del Valencia CF más en la lealtad al club de su vida. Un alma en lucha por salvar a su Valencia.

Buen viaje, guacho.

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