Protesta de 1995 contra el equipo de Parreira. Mestalla se ilusiona con facilidad, pero también se muestra siempre exigente JAVIER PEIRÓ
EL TÚNEL DEL TIEMPO

El poder y la influencia de la grada de Mestalla

La primera gran revuelta contra el palco y el banquillo fue el 20 de septiembre de 1975 y se llevó por delante a Ros Casares y a Milosevic

PACO LLORET

Valencia

Sábado, 21 de mayo 2022, 00:09

La primera gran revuelta de la grada de Mestalla contra el palco y el banquillo al unísono tuvo lugar la noche del sábado 20 de septiembre de 1975. El Valencia perdió con el Betis por 0-1 en la tercera jornada de la Liga 75-76. El ambiente ya estaba muy enrarecido de antemano. La imagen del equipo ofrecía serias dudas y hubo una explosión ambiental de gran intensidad que se llevó por delante al presidente, Francisco Ros Casares, y al entrenador, Dragan Milosevic. La indignación de los aficionados se tradujo en una sucesión de broncas y en constantes apariciones de pañuelos.

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Las turbulencias se habían desatado con el traspaso de Juan Cruz Sol al Real Madrid varias semanas antes, en el ecuador de agosto. Una operación inesperada que enfadó al valencianismo. La pérdida de uno de sus grandes referentes, con 10 años en el primer equipo, disparó las alarmas. A ello se unió la llegada de jugadores de nivel ínfimo, sin apenas nombre. Lleida y Ocampos, una pareja de sudamericanos fue la más señalada. De hecho, Lleida protagonizó esa noche ante los béticos un episodio que hasta entonces no se había visto, al sustituir al defensa Rivera –otro futbolista, procedente del Badajoz, al que le venía grande la responsabilidad– a la media hora de juego por culpa de una lesión. Al cuarto de hora del segundo tiempo, entre grandes abucheos, Lleida volvió al banquillo abrumado por las protestas y fue reemplazado por Sancayetano.

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La revuelta acabó con la salida del presidente, cuyo cargo pasó a manos del vicepresidente Alfredo Corral Cervera de forma provisional, y con la destitución del entrenador, sustituido por Manolo Mestre. El efecto dominó de la crisis desatada también se llevó por delante a Emil Osterreicher, que ejercía funciones de secretario técnico y que fue el principal responsable de aquella pésima política deportiva que devaluó el potencial de la plantilla. De cara al ejercicio 75-76, después de sendas campañas ausente de Europa, el Valencia mantenía un grupo de jugadores con experiencia y que había formado la columna vertebral del equipo en los años gloriosos a principio de la década como Claramunt, Valdez, Quino, Barrachina o Jesús Martínez. Junto a ellos aparecían jóvenes prometedores como Cordero, Cerveró y Tirapu. El fichaje estelar, la única incorporación contrastada, el neerlandés Rep, procedente del Ajax, tardó demasiado tiempo en estar a la altura de sus credenciales. A su lado, jugadores como Planelles garantizaban un nivel notable, pero no era el caso de otros, por el contrario, que llegaron como refuerzos de forma sospechosa al club.

La grada de Mestalla también evolucionó en esa época. Después de la presidencia patriarcal de Julio de Miguel, tras una larga etapa de doce años en el cargo, se produjo un cambio de ciclo acelerado por la desaparición de Vicente Peris y el cansancio del máximo mandatario que imponía un respeto reverencial. Hasta entonces, el veredicto de la afición se centraba, principalmente, en el equipo y el entrenador. La presidencia era intocable, representaba el orden establecido. Cuando los jugadores aparecían sobre el césped, la reacción popular reflejaba a las claras su estado de ánimo. En ocasiones, las ovaciones eran estruendosas, en otras, por el contrario, la pitada podía llegar a ser ensordecedora. En la presidencia se tomaba nota del sentir de la hinchada.

Sin embargo, a partir de Ros Casares, cuya presidencia acabó de hecho aquel día aunque el traspaso de poderes se prorrogó varios meses hasta la proclamación de José Ramos Costa, el palco también empezó a sufrir las iras de los aficionados cuando la situación del club se enturbiaba. En la campaña 82-83, con el equipo al borde del descenso por una inesperada crisis deportiva, Ramos Costa sufrió varias pañoladas que terminaron por forzar su dimisión. La derrota con el Celta en Mestalla en la penúltima jornada de la primera vuelta una semana y la posterior goleada sufrida en el Santiago Bernabéu por 5-1 acabaron con la paciencia del valencianismo que exigió su salida.

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El doctor Vicente Tormo tomó el testigo y vivió una de las etapas más tormentosas de la entidad. El club se hallaba lastrado por una profunda crisis económica agravada por la mediocridad deportiva. El eminente cardiólogo vio como el equipo eludía el descenso de forma milagrosa en la jornada final de aquel campeonato gracias al célebre gol de Tendillo al Real Madrid y la combinación favorable de otros resultados. Sin embargo, tres años después, en abril de 1986, el Valencia descendió y Tormo presentó al día siguiente su dimisión irrevocable. Arturo Tuzón, el presidente que encabezó la prodigiosa recuperación de la entidad conoció al final de su mandato la cara más amarga del fútbol cuando tras el hundimiento de Karlsruhe se vio forzado a dimitir. La destitución, días antes, del entrenador Guus Hiddink precedió su salida

A Paco Roig, el presidente más populista de la historia valencianista, la afición le brindó un apoyo entusiasta hasta que le retiró la confianza y la situación se tornó en irrespirable. Un triunfo de la UD Salamanca en Mestalla derivó en una de las mayores broncas que se recuerda. Esa misma noche, tiró la toalla y concluyó su etapa en el cargo.

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