Decía el verano pasado con todo el atrevimiento del mundo Kim Lim, la antojadiza hija del máximo accionista del Valencia, aquello de que «el club es nuestro, podemos hacer lo que queramos con él y nadie puede decirnos nada». Algo de razón llevaba, pero sólo en un porcentaje de la última parte de su desvergonzada reflexión. Es verdad que nadie les puede decir nada, al menos dentro de Mestalla. Sencillamente porque al hecho de que no viene ni ella ni su padre casi nunca (la última vez que el empresario singapurense vino fue el 15-12-2019 para un partido contra el Real Madrid) se le añade el detalle de que no hay público. Y menos mal porque para Meriton y para Anil Murthy se habría convertido cada partido de esta porción de tiempo en una verdadera pesadilla, teniendo en cuenta la evidente crítica que hacia ellos siente la afición. Ya no hay nadie a quien hacer callar y los vecinos lo agradecen porque no hace falta poner la megafonía a todo volumen cuando hay protestas. De algo más de 52.000 personas que pueden llegar a entrar, se ha pasado a poco más de 200. Aunque produce escalofrío decirlo, desde Singapur bendicen el silencio. La oposición admite que el mejor aliado que ha tenido Meriton ahora ha sido precisamente el coronavirus desde el punto de vista de clima social.
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La maldita pandemia ha dejado al fútbol mundial vacío y Mestalla cumple este lunes un aniversario que nadie podía imaginar: un año sin aficionados. El 29 de febrero de 2020, Mestalla abría por última vez todas sus puertas para que 37.418 espectadores pudieran ver desde sus butacas del viejo estadio un Valencia-Betis que terminó 2-1 con goles de Parejo y Gameiro. Celades todavía era el entrenador blanquinegro y precisamente en esa victoria tuvo bastante que ver el novel entrenador a la hora de manejar al equipo durante el juego. Voro todavía veía los partidos cómodamente en el palco.
Eran tiempos de fútbol en vivo pero también de miedo contenido. Aquel día, vigésimo cumpleaños de un Ferran que ya farfullaba algo de inglés en la trastienda, en las gradas de Mestalla unos a otros se preguntaban aquello de: '¿Estuviste en Milán?'. El coronavirus empezaba a asomar por Italia, se había jugado el partido de ida con el Atalanta y ya en la inmediata cita de la Liga de Campeones, los jugadores valencianistas experimentarían por primera vez lo que significa jugar un partido de alto nivel sin gente en la grada, escuchándose nítidamente unos a otros y recibiendo sin problemas las consignas y cabreos del entrenador desde el banquillo. ¿Extraño? Por supuesto, pero también es verdad que todo futbolista, en sus comienzos, no lo hace ante estadios llenos, sino ante un público que se limita a veces a unos cuantos padres y madres. La nueva normalidad ha roto el incentivo que todo jugador tiene cuando salta al césped en un campo con la magia de un Mestalla, siempre generoso en el aliento hacia los suyos y capaz incluso esporádicamente de aplaudir a rivales.
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Es evidente que un público como el del Valencia ayuda a la motivación de cada futbolista. Muchas eliminatorias se han levantado gracias al empuje exterior. Ahora, en cambio, los sicólogos inciden en el hecho de que la estimulación se hace por el camino a la inversa: de dentro hacia fuera. El profesional que mejor autoconcentración maneja, tiene un peldaño ganado. Mestalla ha dejado de ser tridimensional porque para el futbolista, el factor del público ha dejado de ser importante. Sólo importa lo bidimensional para ganar. Ya no hay prisa por marcar, para contentar a una afición que en este legendario escenario siempre ofrece un runrún pasada la media hora de juego cuando su equipo empieza a despistarse y a no apurar la entrega.
¿Le ha ido bien al Valencia desde febrero del año pasado a ahora? No. Evidentemente no todo es por culpa de la ausencia de ese público, capaz de ovacionar una carrera con poco sentido de Zaza para cortar un avance sabiendo que no llega, por ejemplo, a corear el «¡jugadores, mercenarios!» cuando las cosas se tuercen. A Lim ya no le pitan los oídos, desde luego. Ni pañoladas ni gritos de «¡fuera, fuera!».
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Cuando arrancó el fútbol tras el periodo de abstinencia por el coronavirus, en la Bundesliga llamó la atención que en las dos primeras jornadas sólo se registraran tres triunfos locales, con cinco empates y diez triunfos visitantes. Al Valencia, jugar en casa le ha supuesto un sacrificio difícil de compensar porque desde febrero del año pasado hasta hoy, ganó sólo seis encuentros, empató otros seis y perdió cinco. Han sido 17 partidos los que ha jugado. Haciendo un ejercicio de imaginación, podría ser justo lo que sucede en un campeonato de Liga, con 19 jornadas como local. Con ese balance, desde luego, el equipo se sostendría bajo mínimos en una situación normal.
Los rivales juegan cómodos en Mestalla. No como antes. La media de goles de los equipos visitantes así lo refrenda: 1,2 tantos por partido. Por eso, no admite discusión cuando en la balanza se pone la exigencia del público valencianista con todas las aristas que en ocasiones se producen. Para lo bueno y para lo menos bueno, el equipo necesita de la afición. Da igual que entren ocho mil como pasaba contra el Llagostera en Copa o contra el Kuban Krasnodar en la Europa League. La mejor entrada desde que está Lim como máximo accionista ha sido la del día del Real Madrid en la 2014-15: 50.738. Y se ganó 2-1.
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