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Primero te cantan '¡el año que viene, Valencia-Castellón!' –que duele como una puñalada trapera– y luego le das en todos los morros. El Valencia ... sale del descenso a la espera de los acontecimientos de este domingo con el Espanyol como causa directa. Bendito sea el respiro, que falta hacía. A Carlos Corberán el futuro empieza a sonreírle. El Valencia sólo ha estado en dos jornadas anteriores, en todo este estresante campeonato, sin la soga al cuello. Se ha pasado de estar ya pensando en el más allá, con todo lo que eso significa a nivel institucional, a abrirsele una ligerísima esperanza. El equipo asoma la cabeza y da una bocanada vital. No queda otra que aferrarse a ella para pensar que no está todo perdido.
El Valencia hace diez meses que no se da ningún festín por todo lo alto lejos del refugio de Mestalla. Dice Corberán, con toda la razón del mundo, que para salvarse no sólo basta agarrarse al calor de tu propia afición, pero el punto de este sábado es un auténtico manjar, de los que saboreas una y otra vez hasta exprimirle todo el jugo posible. Al Valencia le esperan todavía muchas etapas sangrientas, difíciles de afrontar y más complicadas aún de gestionar después, pero vaya por delante que partidos como éste pueden y deben marcar un antes y un después. Las cuentas empiezan a salir y en Cheste empiezan a presumir de tener a un entrenador al que por ahora sólo Real Madrid y Barcelona han sido capaces de superar. Ni el mismísimo Marcelino, ese nombre que produce urticaria en Singapur sólo con escucharlo por la tele, ha podido desbaratar los planes de Corberán. Esta vez, el alumno le ha dado una buena lección al maestro. El mundo al revés.
El Valencia estuvo muchos minutos a merced del Villarreal, muchísimos para ser más exactos, pero fue como una estrategia de presa que se sabe que a la mínima que tenga un desliz va a ser engullida. El equipo se dejó picotear, una y otra vez, y hasta permitió que le mordieran. Y cuando cuando parecía que la digestión iba a ser amarilla cien por cien, salió de su guarida y le clavó Sadiq el aguijonazo. Así, casi como quien no quiere la cosa, los valencianistas pasaron de ser prácticamente un sparring de pachanga de jueves contra 'los amigos de Parejo', a meter el miedo en La Cerámica con un final que se quedó ciertamente demasiado corto. Qué lástima que el partido no se hubiera estirado unos minutillos más porque el rival, que aspira a meterse en Champions, tenía casi hincada la rodilla. Sólo faltó darle la puntilla. Quizás llegaron un pelín tarde los cambios, porque con la permuta de futbolistas esta vez el equipo incrementó notablemente su presencia. Todo lo que el Valencia fue creciendo, al Villarreal le fue pasando factura hasta empequeñecer irremediablemente. Nadie de verdad se lo esperaba. Es posible que ni los propios futbolistas que dispuso Corberán sobre el terreno de juego podían imaginar que lo que empezó muy, pero que muy, cuesta arriba, acabara con algo de desenfreno. De padecer por haberte atrincherado en tu propio dominio, a soltarse y quitarse los miedos de encima. Si eso es con lo que soñó Corberán, acertó de pleno. Si eso surgió sobre la marcha, la verdad es que permite arrepentirse de no haberle echado más descaro antes. Ganar en casa de un equipo al que no hace mucho le cantabas aquello de ‘¡Villarreal, equipo filial!’ resultó ser una cuestión que fue tomando forma conforme el partido se iba agotando.
Hasta llegar ahí, ciertamente se tuvo que atravesar por una enrevesada travesía. El torpedo amarillo a la media hora de juego de Gueye aniquiló toda el orden al que se habían entregado con excesiva fe los valencianistas. Demasiado agarrotados, dejando que Parejo a sus casi 36 años hiciera lo que quisiera, una veces mejor y otras no tan bien, dicho sea de paso. Al Villarreal le bastó con el zapatazo de Gueye para desmontar el entramado conversador de Corberán. No sabía Marcelino todavía el final que le esperaba. Ni él, ni esa afición que creía que iba a ser una noche plácida contra un vecino en crisis.
Ciertamente, el Valencia dejó bastante que desear en esa larga primera fase. Ni los de arriba se enteraron ni los del medio hicieron por remediar el panorama. Demasiado apagados jugadores que deben ser más partícipes, caso de Diego López y sobre todo Almeida. El portugués pasó totalmente desapercibido y fue, de hecho, junto con Hugo Duro el primero en marcharse a la ducha. No había hecho el Valencia nada más que evitar como podía los sofocos, poniendo en evidencia en ocasiones hasta una impotencia alarmante con el balón en los pies.
Una hora duró ese particular estado vegetativo al que sometió por un lado el Villarreal con la aquiescencia de Corberán. Pero fue desde ese intento de empate tras un saque de esquina cuando todo cambió. Sadiq fue uno de los que más hizo por revolucionar el asunto y entre él y Rafa Mir la liaron bien gorda. Los dos se colaron a la vez en la fiesta amarilla. El cartagenero se encontró en un cara a cara con Diego Conde que le salvó el portero pero el remate fue justo a la posición de Sadiq que la cabeceó para adentro. Increíble, el Valencia dejando mudos a esos que cantaban lo del futuro derbi contra el Castellón. Igual se equivocan.
FICHA TÉCNICA
Villarreal: Diego Conde; Pau Navarro, Juan Foyth, Logan Costa, Sergi Cardona; Yeremy Pino (Buchanan, 65'), Pape Gueye (Comesaña, 65'), Dani Parejo, Álex Baena; Pepe (Barry, 74') y Ayoze Pérez (Denis SUárez, 81').
Valencia: Giorgi Mamardashvili; Luis Rioja (Rafa Mir, 77'), Dimitri Foulquier, Cristhian Mosquera, César Tárrega, José Luis Gayà; Diego López (Fran Pérez, 66'), Pepelu, Javi Guerra, André Almeida (Iván Jamie, 54'); y Hugo Duro (Sadiq, 54').
Goles: 1-0, Pape Gueye (32'). 1-1, Sadiq (84').
Arbitro: De Burgos Bengoetxea (C. Vasco). Mostró cartulina amarilla a Mosquera, Gayà y Diego López.
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