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CAYETANO ROS
Sábado, 27 de marzo 2021
- ¿A quién le ha empatado?
- Eso me pregunto yo todos los días. Y creo que, en cualquier momento, se acabará la broma y vendrán los garrotazos.
- ¿Le ha cambiado el carácter el éxito de la novela 'Noruega'(ya va por la tercera edición)?
- Estoy más rígido, me siento más observado, aunque no deja de ser un éxito relativo: a lo mejor llegas a 2.000-3.000 personas.
- ¿Y el estar escrita en valenciano le añade sorpresa?
- Sí, pensaba que pasaría bastante más desapercibida. Escribirlo en valenciano era cuestión sentimental.
- ¿Sabe jugar al fútbol?
- Yo jugaba mucho en la calle con la pelota, en el barrio de Sant Josep, en la calle Gorgos. Fuimos los últimos niños que jugábamos en la calle. Tocaba bien la pelota con la izquierda y comprendía el juego, pero no me gustaba entrenar. Jugué en el colegio de El Pilar.
- En la novela, la afición del protagonista por el Valencia CF es tangencial. ¿Es a propósito?
- Sí, quería marcar distancias porque quería que la voz del narrador fuera una voz singular, que le gente no viera a un 'alter ego' de Lahuerta. Todo el mundo sabe que soy un fanático del Valencia y el narrador deja de ir al fútbol, consigue algo que yo no conseguiré nunca: desvincularse del Valencia. En su familia tampoco tiene los referentes que yo sí tuve, mi padre era un apasionado del Valencia.
- ¿El Valencia volverá a ser de los valencianos?
- Consideraría un fracaso absoluto de esta sociedad que no fuera así. Ahora lo veo negro, pero soy optimista y el Valencia tiene un impulso de regeneración muy poderoso. Me preocupa mucho más el Valencia que la novela. La novela es una anécdota y el Valencia forma parte de mi vida.
- ¿La sociedad valenciana debe actuar?
- Sociedad valenciana es un oxímoron a veces. Si estamos como estamos es por las carencias de esa sociedad civil, que ha hecho las cosas de una forma irresponsable durante años. No todas las generaciones son iguales. Es posible que ahora haya un grupo de gente joven más preparada y con capacidad financiera para revertir la situación. ¿Por qué no?
- ¿Qué piensa del Príncipe de Johor?
- No le he dedicado ni dos minutos, un capítulo más en la historia surrealista de los últimos años. Creo que es una maniobra más de distracción.
- ¿Las instituciones deben tomar partido?
- Solo en momentos puntuales si los intereses de todos los valencianos se ven afectados o por un incumplimiento de la ley por parte de Meriton. Pero no me gusta que las instituciones entren porque el Valencia es importante, pero lo es más la Sanidad, la Educación y la pandemia. El Valencia, aunque sea capital en el imaginario valenciano, tampoco es de todos los valencianos y las instituciones sí lo son.
- Su anterior libro, 'La Balada del Bar Torino', es un homenaje al club de Mestalla.
- Sí, 'La Balada' es autobiográfica y ahí el Valencia tiene mucho peso porque ha sido el hilo conductor de mi manera de ver el mundo. Y de mantener una relación muy potente con mi padre y después con su ausencia. Y 'Noruega' es ficción.
- ¿Le gusta ser un referente del valencianismo?
- No, no, me incomoda mucho, porque no me gusta generar expectativas. Soy una persona de perfil bajo, no puedo evitarlo. Ya sé que mucha gente no se lo crea, por el hecho de escribir, pero siempre me ha gustado pasar desapercibido, sobre todo en los últimos 10 años, desde que dejé el mundo de las gradas.
- ¿Es una falsa modestia?
- Hay una contradicción. Yo escribí 'La Balada' para alejarme del Valencia. Es el libro de un aficionado póstumo. Después la gente lo hace suyo como quiere. Y he escrito 'Noruega' para huir de la percepción que estaba generando 'La Balada'. Yo escribía para mí, porque me gusta y me hace pensar mejor, me hace sentir más sereno, pero no pensaba que hubiera un público real al que pudiera interesarle.
- Al ser consciente de que hay un lector, ¿puede bloquearse?
- Sí, seguro, me quitará las ganas de enseñar lo que escribo. No traspasaré el ámbito de la publicación. A partir de ahora, escribiré para mí. Ya sé que la gente no lo entiende.
- ¿Elija un partido o momento de los 102 años de historia del Valencia?
- La final de la Supercopa de Europa de 1980, la vuelta en Mestalla (1-0 al Nottingham Forest, gol de Fernando Morena).
- ¿Más que la Recopa de ese año en Heysel ante el Arsenal?
- Sí, porque en la Recopa pasé miedo y estábamos lejos de casa. No me gusta viajar porque tengo la sensación de que no controlo. Cuando ganamos la Supercopa, estaba en casa, estaba mi padre, fue un día muy feliz. Fue el momento culminante.
- ¿Y la marcha cívica de hace dos años por el Centenario?
- Muy emotiva, un día espectacular. Me estoy emocionando solo de recordarlo. Explotaron muchas emociones. Recuerde que almorzamos juntos en la Filmoteca y fue un momento de felicidad absoluta. Estábamos pletóricos.
- ¿Estuvo en los orígenes de Yomus?
- No, yo llegué a Yomus en la temporada 85-86. Tenía 13 años, era un niño y quería desparramar. Te lo pasabas bien en la General de Pie, era un mundo nuevo para todos, un movimiento que venía de Italia y de Inglaterra. Los medios de comunicación estaban fascinados. Pero llegó un momento en el que ya no estaba cómodo y me fui. Después estuve un par de temporadas que no formaba parte de ningún grupo de animación hasta que apareció en la grada de enfrente el Gol Gran. Y participé.
- ¿Qué destacaría de ese grupo?
- Sobre todo la temporada de Luis Aragonés: primero porque ese equipo jugaba muy bien, y después porque hubo partidos memorables: goleadas al Barça, al Madrid, y podíamos ganar la Liga después de 25 años, algo que ninguno de nosotros había vivido. Teníamos mucha ilusión, mucho empuje y hacíamos cosas diferentes.
- ¿Alguna pancarta en concreto?
- Creamos una nueva mirada sobre el club. Hasta ese momento, el club estaba huérfano sobre algunas cuestiones y comenzamos a hacer cánticos en valenciano, recuperamos la figura de Vicente Peris e hicimos patente que el relato del Valencia era potente, que estaba vivo y que había que cultivar.
- ¿Quién más estuvo en ese proyecto?
- Pedro Nebot, gente de Puçol, de Ontinyent, Bonilla…. Muchos. Pedro era el más entusiasta.
- ¿Se arrepiente de haber sido tan radical?
- Sí, porque mi carácter es otro, pero el fútbol me transforma. Afortunadamente, con la edad he ido moderando.
- ¿Tiene muchas manías relacionadas con el Valencia?
- Mi problema es el exceso de memoria. Recuerdo tantas cosas que me vuelvo 'carabassa' porque siempre encuentras referentes, positivos y negativos, y al final crees que tú estás jugando el partido. Llegas a estar tan enfermo que crees que tu participación acabará traduciéndose en el partido. Es la gran confirmación de la enfermedad. A veces estoy en casa con el teletexto y pienso: 'Ahora no, porque si lo pongo ahora…' Cuestiones irracionales.
- El teletexto es algo muy antiguo. ¿Todavía lo pone?
- Para el Valencia, sí. Es mi manera de controlar la información. Mi problema es querer controlar cosas que no puedo.
- ¿Es muy mitómano?
- No, pero este domingo es el 50 aniversario del gol de Forment. A mí, mi padre no me contaba cuentos, me contaba la Liga del 71. Paso a paso. Y el gol de Forment es el momento culminante. Mi padre ese día estaba en Mestalla y a Sarrià no pudo ir porque era víspera de lunes de Sant Vicent y mis padres trabajaban en el horno. Él estaba loco por ir, pero no pudo. Ese domingo por la tarde, cuando se confirmó que el Atlético y el Barça habían empatado (y el Valencia era campeón de Liga), cogió la bandera y se fue a pegar vueltas por el centro y fue de los primeros en llegar a la plaza, entonces del Caudillo, y después se volvió para continuar trabajando.
- ¿Por qué es tan importante ese gol de Forment?
- Es el gol más celebrado de la historia de Mestalla. Faltaban tres jornadas para el final. Un gol en el descuento y lo que suponía ganar una Liga después de 24 años, 11 años que la Liga no salía de Madrid. Ese gol lo tenía muy mitificado. No podía entender cómo no formara parte de la mitología del club. Es la gran referencia de lo que debería ser siempre el Valencia: un equipo de la casa con jugadores indómitos entregados al club, en el viejo Mestalla, que era un campo que asustaba, aquello era Troya, como siempre dice Forment. Mientras yo viva, el gol de Forment se celebrará.
- Entonces sí es mitómano…
- No, soy del Valencia. Admiro a mucha gente, sobre todo a la gente de club: Roberto Gil, Puchades, Arias, Fernando y ahora a Gayà y a Soler. Habría sido feliz si hubiera podido ser 'one man club'.
- ¿Gayà y Soler están sosteniendo el club?
- Totalmente. Se han ganado mi respeto y mi gratitud para siempre. Ojalá fueran la bandera del Valencia durante muchos años.
- ¿Javi Gracia es un enigma?
- Tiene un gran problema y es que no transmite nada. A mí me gusta la gente sobria, pero ni siquiera transmite sobriedad, que es algo que yo esperaba de él. Entiendo todo lo que ha pasado, pero me ha decepcionado.
- El personaje que usted se creó en twitter, 'El Pastelero Troskista', ¿es un homenaje a Nani Moretti?
- Sí, aparece en una película suya, 'Abril', en la que Nanni Moretti quiere hacer un musical sobre un personaje, 'El Pastelero Troskista', una historia delirante. Como yo soy hijo de 'forners', sé cómo funciona el obrador y me hizo gracia. Me vino bien porque me permitió encontrar un final para la novela en un momento en que no era encontraba una salida. Pero tenía data de caducidad.
- ¿La hiperactividad en twitter pretendía promocionar la novela?
- No, no, era una forma de desconexión. Estaba acabando la novela y ese personaje me permitió encontrar una salida. Pero llegó un momento en que me sentí presionado y me quitó frescura al personaje. Por eso me fui de twitter. Y además no tengo tiempo para las redes sociales. Yo trabajo muchas horas al día.
- ¿Qué se considera: 'forner' o escritor?
- Me considero dependiente de comercio. Trabajo en material de oficina. Me incomoda que me llamen escritor. Me genera una presión y me hace huir. Yo no vivo de lo que escribo. Me parece una impostura absoluta. Y no me gustaría vivir de eso porque perdería mi esencia.
- Haruki Murakami dice que para escribir una novela no hace falta ser muy inteligente. ¿Está de acuerdo?
- Yo por ejemplo no tengo una gran formación, no soy especialista en nada, no soy sociólogo, ni lingüista, ni profesor de literatura, pero tengo historias en la cabeza. Y puedes sacarlas como quieras.
- ¿Tiene una espinita por no haber tenido formación?
- Sí, estoy muy arrepentido. Mi madre tenía razón cuando me reñía: yo era muy gandul, no aproveché el tiempo. El hecho de publicar es para justificar que no he perdido tanto el tiempo como pensaba.
- ¿Qué autores le han llegado más adentro?
- Albert Camus, Juan Marsé y Sandor Marais, pero hay muchos.
- ¿Conoce tanto la ciudad de Valencia como da a entender?
- Sí, porque no he viajado prácticamente. En verano me pasaba un mes solo en València porque la gente se iba a sus segundas residencias y nosotros nos quedábamos en el horno. Aprovechaba para salir a dar vueltas con la bici. A partir de los 13 años, trabajaba con mi padre y, con la excusa de ir a por la prensa, cruzaba la ciudad solo a las cuatro de la mañana. Vivencias muy atípicas para un adolescente de la época. La ciudad estaba vacía. Creía que era el depositario de las esencias urbanas. Tenía una relación muy poderosa con la ciudad. Veranear en los noventa en Valencia era muy divertido: te pasaban muchas cosas.
- ¿La vespa forma parte de su vida?
- Sí, porque es mi vehículo. Mi padre tuvo una moto Iso y fue a Barcelona, ocho horas de ida y ocho de vuelta, a la final de la Copa de Ferias del 64, el 24 de junio, la final maldita que nos quitó el portugués Campos contra el Zaragoza. Mi padre saltó al campo a pegarle al árbitro. No tengo coche. Yo me saqué el carnet el día que muere mi padre. Aprobé el examen por la mañana y mi padre muere por la tarde. Y estuve obligado a hacer el reparto del pan con la furgoneta. Era otra forma de acercarte a la ciudad. Pero nunca he tenido coche propio. Intento vivir con lo que necesito. No necesito coche ni por ejemplo 'whatsupp'.
- ¿No ha tenido necesidad de tener hijos?
- Mi mujer y yo decidimos hace tiempo que no tendríamos hijos. Un exceso de responsabilidad, de miedo a sufrir. Mi abuelo Vicent se quedó huérfano de padre y madre a los cinco años. Y mi padre se quedo huérfano de padre y madre a los siete. Mi hermana pequeña se quedó huérfana de padre a los siete. El núcleo duro de la novela es esa especie de maldición que me ha condicionado de manera extrema.
- Aparte de València, ¿qué otra ciudad le fascina?
- No la conozco, pero estoy seguro de que sería Nápoles. He viajado poquísimo. No me gusta. Me genera sensación de irrealidad, me aleja de mí, me provoca mucha melancolía, porque detecto todas las cosas que no viviré, y ser turista no me gusta porque necesito sentirme parte de ese lugar, y estar cuatro días no me llena, necesito saber cuál sería mi rutina. Cuando estoy en Roma o en Lisboa, pienso en València. Mi obsesión es crear una mirada literaria sobre València.
- ¿Próximo libro?
- No, no habrá próximo libro.
- Lo mismo decía antes de 'Noruega'.
- Es posible. Estoy haciendo algo que me gusta mucho: cada día voy a una calle de la ciudad, por orden alfabético, y escribo sobre ella. Llevo 325 calles y la ciudad tiene más de 3.200. Imagino que, si la salud me respeta, lo acabaré dentro de ocho años. Es lo que me sugiere cada calle. Es un ejercicio que me mantiene muy vivo y me obliga a escribir cada día: dietario, ficción, novela, paseo por la ciudad, meditación… Lo estoy escribiendo en castellano y como la última calle de la ciudad es Zurradores, donde nací, el gran aliciente es que acabaré donde yo nací. Nosotros éramos los últimos de la guía telefónica: calle Zurradores, número 18. En esa finca solo vivíamos nosotros. La gente llamaba a mi padre y le decía: '¿No le da vergüenza ser el último de la guía?'. Y mi padre se exaltaba. Esa es la gran razón por la que yo escribo: '¿Sí? Pues ahora verás'.
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