![Gesto de Vinícius al público en el Valencia-Real Madrid de la temporada pasada en Mestalla](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/03/01/Imagen%20(188821914)-RYDMEVIxFfqS7QQDIQwXzpI-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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El mundo del deporte mirará hoy a Valencia, en el partido que enfrentará a los valencianistas contra el Real Madrid (21 horas, Movistar LaLiga). Más allá de la injusticia que supone, puesto que una afición entera no merece ser escaneada por culpa de algo que ... nunca sucedió, de todos depende dar una lección a ese mismo mundo que estará pendiente de Mestalla. La definición de respeto incluye «preocuparse por el impacto de nuestras acciones en los demás». El valencianismo merece respeto puesto que nadie ha podido sanar el impacto de la mentira global difundida el pasado 21 de mayo de que todo Mestalla insultó de forma racista a Vinícius. No hay ninguna persona que estuviera presente ese día en el estadio que pueda sostener esa falsedad. Respeto hay que tener hacia todos los jugadores y es por eso que no hay que tolerar ningún insulto racista. Tolerancia cero. Vinícius también se merece respeto. Como Diakhaby. Después, como ocurre con todos los mortales, sus actos también serán juzgados. No hay patente de corso. Tampoco para provocadores.
Como apuntó Baraja en la previa, de forma acertada, de lo ocurrido en el último precedente entre los dos equipos en Mestalla «todos debemos aprender». Vinícius también. Provocar a una afición, con gestos de 'a segunda', también es faltar al respeto. El Valencia es un club con 104 de historia, el campo donde juega sus partidos es más que centenario, y todo el que pise su césped tiene que respetar para ser respetado. Los dos entrenadores entendieron en la previa la importancia de su mensaje en unos días donde siempre gritan más los sembradores de odio que los mediadores de conflictos. En eso, el fútbol no es diferente a otro orden de la vida donde sobran influencers y escasean referentes. Ancelotti también se equivocó aquel desgraciado día señalando a todo el valencianismo de racista –aunque rectificó un tiempo después cosa que no ha hecho aún Vinícius– y mandó un mensaje sin fisuras: «No hay que olvidar lo que pasó y el Valencia hizo bien en identificarlos porque el racismo es un delito. Además vamos a jugar a una ciudad que en la última semana ha sufrido una tragedia y estamos solidarizados con las familias afectadas».
Baraja también apeló a centrarse en el partido de fútbol, que es de lo que se trata el espectáculo que se vivirá en Mestalla, pero quiso dejar claro que lo ocurrido tras los insultos de una minoría –identificada y con un juicio en curso– no puede volver a convertirse en una acusación contra todo el valencianismo porque esa herida aún duele y, desgraciadamente, tardará en curar, puesto que esa mentira ha inoculado en millones de personas en todo el mundo: «Que tres o cuatro personas se puedan equivocar no justifica que se tilde a todo el estadio y la ciudad de algo que no somos, no tenemos que demostrar cosas todos los días porque en nuestro estadio hay diversidad y respeto. Mestalla volverá a demostrar que es una afición ejemplar en muchas cosas».
Aunque es muy injusto que se tenga que fiscalizar a un estadio sólo por el regreso de Vinícius, como si hubiera una causa abierta general que es imaginaria, es tan fácil como comprender que si Mestalla fuera un estadio racista, o Valencia lo fuera como ciudad, los insultos que recibió el jugador del Real Madrid por parte de una minoría identificada se hubieran repetido de forma sistemática en ese mismo estadio y en esa misma ciudad. En el mundo del fútbol, por desgracia, sobran personas en todos los estadios. Ellos, los delincuentes, sólo se representan a sí mismos. A nadie más.
El respeto también tienen que cuidarlo los clubes y el Real Madrid sigue utilizando su televisión oficial para presionar de forma sistemática a los árbitros. Gil Manzano, el colegiado del partido en Mestalla, ha sido el último. Baraja le tendió un capote, aceptando que el árbitro no es más que otro deportista que también forma parte del partido: «No sé si les puede afectar a los árbitros pero son grandes profesionales y saben manejar estas situaciones. El que viene es un gran árbitro y con una trayectoria magnífica y va a saber controlar el partido». Ancelotti, por su parte, apeló al Artículo 20 de la constitución para evitar criticar una acción que realiza la empresa que le paga el sueldo: «La libertad de expresión es sagrada para vosotros y también para mí». Conviene recordar que esa libertad de expresión también tiene unos límites marcados en el código penal. Es lo que, por ejemplo, defiende a una persona cuando recibe un insulto racista. También lo es cuando se acusa a un colectivo de un delito que no ha cometido. En ese respeto, que debe ser global y en el que todos los actores que intervendrán en el partido tienen una responsabilidad máxima, debe sustentarse la celebración de un partido con una rivalidad histórica que no hace falta explicar... pero que no deja de ser un partido de fútbol.
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