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Uno de los minutos de silencio más emotivos que se han vivido en Mestalla en los últimos años fue el que se hizo este martes en recuerdo a Ángel Castellanos Céspedes. Puesta en pie, la gente no dejó de aplaudir hasta que Gil Manzano sopló ... su silbato. Lo habitual es que los árbitros, antes de llegar a los treinta segundos, finiquiten sin miramientos este sencillo acto protocolario. Esta vez, hasta el colegiado se dio cuenta de lo impropio que hubiera sido fastidiar con rapidez la voluntad de una afición que, curiosamente, en su día apretó de lo lindo las clavijas a este centrocampista. Castellanos supo, aunque con tardes de rabia más o menos contenida, hacer la digestión y seguir aplicándose en el trabajo. El de Miguelturra soportó bastantes veces las airadas críticas de la afición, tan extremadamente generosa como fina en sus exigencias.
Lo que nadie esperaba en este domingo de derbi era que apenas cinco minutos después del emotivo acto, un futbolista que apenas lleva cinco meses con el escudo valencianista, lanzara enrabietado su particular desafío a la grada, llevándose la mano a su oreja derecha. Era la descarada reivindicación de un jugador llamado a ser importante en un equipo de chavales pero que ha esperado a la jornada 19 para anotar su primer gol en Liga. El frenesí y la fiesta posterior que se montó sepultaron el inapropiado gesto del ucraniano. «El fútbol es una puta droga» escribía Yaremchuk en las redes sociales, siendo felicitado por varios de sus compañeros.
'La tanqueta' –como así le conocen en el vestuario– no ha sido el único que ha protagonizado esta temporada una situación tan peligrosa. Lo hizo Hugo Guillamón después de anotar un soberbio gol al Barcelona. El internacional también se llevó la mano derecha a la oreja. Con él también había existido en otros encuentros un runrún en la grada por el nivel que estaba ofreciendo. Desde que se fue al Mundial, Guillamón no había vuelto a ser el mismo.
Con Guillamón también pasó algo parecido a lo de Yaremchuk. La gente lo pasó por alto aunque eso no es lo habitual. El porqué no se ha provocado mayor tensión quizás haya que buscarlo en la concienciación que tiene la grada de que el Valencia es lo que es. Baraja, por ejemplo, sólo tenía palabras de agradecimiento después del encuentro, destacando el aliento que da la grada. Además, no a todos los jugadores se les permiten desplantes de estas características.
El caso más peculiar se vivió en octubre de 2019 y esa vez el protagonista no fue un futbolista sino un presidente: Anil Murthy. La inoportunidad del representante de Meriton no pudo ser mayor precisamente cuando la oposición a los de Singapur estaba en uno de sus momentos más calientes. En mitad de un parón obligado por el apagón que registró el estadio (el rival era el Alavés), el público se entretuvo lanzando sus críticas hacia la zona vip y a Murthy no se le ocurrió otra cosa, ante la atónita mirada de Mateo Alemany, que mandar callar en dos ocasiones a la gente para que así centraran su atención a lo que estaba ocurriendo sobre el terreno de juego. Eso encendió primero a la gente de tribuna más cercana y luego al resto conforme se fue conociendo el hecho. No hubo disculpa pero sí justificación
No es fácil soportar ese murmullo popular en plena disputa de un partido y más si se trata de veinteañeros. Joao Cancelo cometió el desliz de mandar callar a Mestalla –a lo Murthy– después de marcar un golazo en un partido contra el Deportivo (2017) y eso hizo que el estadio se le echara encima. «Cancelo, canalla, fuera de Mestalla», se llegó a cantar. A la gente le dio igual que el joven lateral portugués pidiera en varias ocasiones perdón con las manos, sabiendo el incendio que había provocado. «Estoy pasándolo mal y por eso reaccioné así. Quiero pedir perdón. Mi gesto fue malo», admitía el jugador.
Hasta Ricardo Arias (521 partidos como valencianista) y Fernando Gómez (553) tienen en su historial un gazapo de estas dimensiones. El de Arias fue en sus inicios (1978), en un Valencia-Sevilla (3-0). El borrón se produjo precisamente en el primero de los dos únicos goles que marcó como profesional (el otro fue en el Bernabéu al Real Madrid). Un zapatazo a la escuadra fue el preludio de que el líbero por excelencia de Mestalla no tuviera otra feliz idea que hacer un corte de mangas. 300.000 de las antiguas pesetas (algo menos de dos mil euros) fue la multa que públicamente se le impuso.
A Fernando le perdió la boca en un Valencia-Cádiz (1992-93) que terminó 5-0. Pese a la fácil victoria, el público estuvo durante muchos minutos disconforme con el juego del equipo dirigido por Guus Hiddink. El 10 valencianista hizo dos goles (los otros fueron Robert y Penev con otros dos) y con el 2-0 miró a la grada y soltó «os jodéis», frase que captó la cámara de la televisión autonómica. Después aseguró que actuó «inconscientemente y en un momento de tensión».
Lo que resultó paradigmático fue lo que se vivió con Jonas Gonçalves. Goleador indiscutible fichado a un precio inmejorable por Braulio Vázquez (1,2 millones), cuando hizo su séptimo gol en su séptimo partido con el Valencia, lo consiguió en el último segundo del duelo ante el Valladolid, se llevó la mano a la oreja y soltó una frase totalmente ofensiva hacia el público que la TVV recogió sin mayores problemas.
En otra escala, Rafa Mir, en un partido con el filial ante el Formentera y cuando el club le cerraba la puerta del primer equipo por no renovar, después de hacer su duodécimo gol en Segunda B, se llevó la mano a la boca para hacer la 'cremallera'.
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