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Mari Tere, la famosa niña de Sarrià, en un restaurante de Barcelona. /LP
De Sarrià a la gloria

De Sarrià a la gloria

Hoy se cumplen 49 años de la mayor peregrinación de la historia de la afición del Valencia para un partido de Liga, el del título de la 70-71

paco lloret

Viernes, 17 de abril 2020, 23:02

En Sarrià el Valencia jugó como en casa. Un 18 de abril, igual que hoy. Aquella ha sido la mayor peregrinación de aficionados valencianistas a un partido de Liga en toda la historia. Locales lejos de Mestalla, lo nunca visto. Ni los alirones posteriores de Málaga y Sevilla reunieron a tantos incondicionales.

Una tarde de locura. El Valencia perdió la última batalla pero se proclamó campeón de la temporada 70-71. Nervios a flor de piel, preguntas incesantes en busca de información, se había censurado el marcador simultáneo, la radio en directo contaba las incidencias de una jornada de infarto. Desenlace rocambolesco, final feliz. Domingo a las cuatro y media de la tarde, horario unificado, salvo en el estadio Insular. Tracas en Barcelona. Una exhibición pirotécnica se desata en la ciudad condal.

La gran invasión se inició en la víspera. Las Ramblas fueron tomadas con el estallido de los masclets. Allí, en el Gran Hotel Manila, se hospedaba tradicionalmente el Valencia. La expedición había partido desde la estación del Norte el viernes por la noche en el expreso coche-cama para llegar a Barcelona a las siete y media de la mañana. En el establecimiento hotelero, frecuentado habitualmente por artistas, intelectuales y estrellas de la ópera que actuaban en el Gran Teatro del Liceo, se había hecho acopio de champagne para la celebración. Nadie dudaba del éxito. El empate era suficiente para cantar el alirón. Solo se había perdido un partido de los últimos diecisiete. Vicente Peris lo dejó claro en conserjería: «Si somos campeones habrá fiesta, si no ganamos el título, nos volvemos a casa después del partido».

Anuncio publicado en LAS PROVINCIAS en la semana del partido. LP

En Valencia se había desatado el frenesí en aquella semana que concluía con el puente de San Vicente. El objetivo: lograr una entrada para asistir al partido. El RCD Espanyol había garantizado 7.000 localidades, número insuficiente a todas luces. Las agencias de viajes captaron paquetes por su cuenta. Amigos y familiares buscaron contactos y la reventa hizo el resto. Puede que la cifra de desplazados rondara los 15.000 en un campo cuya capacidad oficial era inferior a los 40.000. Pero en la general de pie se obraban milagros parecidos al de los panes y los peces. La afición local deseaba el triunfo de su equipo pero no quería favorecer al Barça, tercero en discordia junto al Atlético de Madrid. Salió la carambola.

Hubo otros acontecimientos aquel día, en el circuito de Montjuic se celebraba por la mañana el Gran Premio de Fórmula 1. Hubo victoria de Jackie Stewart. El escocés conquistó ese año el mundial por segunda vez. Domingo de campeones. Por la tarde se anunciaba una corrida de toros en la plaza Monumental y en el cartel destacaba la figura de Francisco Rivera 'Paquirri'.

Pero casi todas las miradas se dirigían a Sarrià, el campo donde el Valencia había debutado en Primera División cuarenta años atrás, el escenario donde Antonio Fuertes había logrado el gol 1.000 de los valencianistas en la máxima categoría. En los prolegómenos apareció el autor del primer gol en la historia del campeonato liguero: el españolista Pitu Prat, que hizo el saque de honor. Esa tarde, los periquitos jugaban su partido número 1.000 en Primera División, efeméride que los de Mestalla también habían celebrado un mes antes en su visita al estadio Manzanares.

El árbitro de la contienda fue el murciano Franco Martínez, aquel que condicionó la costumbre de llamar a los colegiados por sus dos apellidos. La alineación visitante incluía cinco valencianos. La baja de Valdez fue suplida por Enrique Claramunt. En defensa, Vidagany actuó de lateral por la derecha, que no era su lado habitual. Tatono, el defensa más idóneo para ocupar esa demarcación, había pagado los platos rotos de la severa derrota sufrida en el feudo del Atlético. Desde ese día no volvió a ser titular.

El partido fue tenso y repleto de imprecisiones. La responsabilidad asfixió a un equipo que protagonizó la peor actuación de aquel ejercicio. En las filas blanquiazules se alineaban Lico y Solsona, que se convertirían en valencianistas en el futuro. No hubo goles en la primera mitad. Lamata marcó de cabeza el gol local. En esos momentos, el campeón era el Barça, pero esa situación tan solo duró tres minutos, porque el gol de Luis Aragonés en Madrid le devolvió la corona al equipo de Alfredo di Stéfano, que puso en liza a dos jugadores poco habituales, Poli y Fuertes, para lograr el empate. De ahí al final se vivió en permanente estado de angustia. Después vino el éxtasis. Invasión de campo para festejar la conquista más épica de todas. La de imágenes inolvidables: el abanico de Aldaia y la de la exultante Noelia, en realidad, Mari Tere Berenguer, consagrando una tarde para la eternidad.

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