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J. CARLOS VALLDECABRES
Viernes, 9 de febrero 2018, 00:49
valencia. El Valencia viene de donde viene, está donde está (con seis derrotas consecutivas que nunca había experimentado) y es posible que ahora nadie sepa muy bien lo que le viene por delante. Desde luego, el hecho de perder a Garay -salio con camilal del césped y con muletas del estadio- es un precio más que considerable, y también habrá que prestar atención al pinchazo en el muslo que padeció Rodrigo y al estado de Carlos Soler, que todavía no está al cien por cien y al que se le ha forzado.
A Garay le iba cuidando en las últimas semanas Marcelino pero entre la lesión de Murillo y la necesidad de contar con él, al final se rompió. En el minuto 69, el muslo de Garay dijo basta. Con evidentes gestos de dolor y con la pierna izquierda totalmente estirada, el central se echó la mano a sus isquios y aunque trató de seguir la jugada, sólo pudo echarse al suelo. Salió el médico y el fisio y se lo tuvieron que llevar en camilla.
El pronóstico inicial es el de rotura fibrilar, aunque habrá que esperar a ver las pruebas médicas que le harán hoy y mañana para saber realmente cuánto tiempo puede estar de baja. A Marcelino sólo le quedan 'sanos' Paulista y Vezo, aunque ya ha jugado Coquelin en esa demarcación con cierta comodidad y no hay que descartar que el francés tenga incluso que jugar el domingo ahí contra el Levante.
La saturación de minutos de Garay es la prueba más palpable de la consecuencia por un lado del infortunio que ha habido con las lesiones y, por otra, las consecuencias de dibujar una plantilla corta con 22 efectivos. Marcelino, sobre este último aspecto, decía el domingo pasado que habría que esperar a mayo para evaluar si fue acertada o no la configuración de la plantilla con tan pocos efectivos. Justo cuando más apretado ha estado el calendario, el Valencia se ha agujereado.
Lo que es evidente en estos momentos es que el equipo atraviesa por su momento más crítico de la temporada. La racha es dolorosa : seis derrotas consecutivas y contra rivales de todo calibre, ya sean los que pelean por abajo como Las Palmas y Alavés; como los que luchan por arriba como Real Madrid, Barça (las dos ocasiones) y Atlético de Madrid. Desde el 17 de enero, cuando se le ganó 2-1 al Alavés, que el Valencia no sabe lo que es salir vivo de un enfrentamiento. De sobra es conocido los padecimientos que ha tenido Marcelino a la hora de sostener un equipo por culpa de esas lesiones y sanciones; y ayer, por ejemplo, volvía Guedes y sólo pudo actuar algo más de media hora en la segunda parte. El portugués se había perdido los dos últimos encuentros por lesión.
Ya por entonces el equipo estaba casi totalmente entregado. En realidad, para bastantes aficionados, el Valencia ofreció su cabeza desde los primeros minutos de partido, cuando en lugar de lanzarse con decisión a por el rival, prefirió seguir las instrucciones de Marcelino y buscar la contra. Ni dio resultado esa estrategia ni la del cambio de sistema del entrenador. Marcelino quiso pillar desprevenido a Valverde y pasó del 4-4-2 al que ha sido fiel por excelencia, a un 4-3-3 con Rodrigo, Vietto y Zaza como armas de ataque.
A decir verdad, nadie se esperaba esa variación. Cuando Rodrigo ha tenido que entrar a lo largo de un encuentro con dos delanteros, siempre hasta la fecha se había colocado por la izquierda, como interior. Ayer fue un delantero más. Pero ni aún así. No dio los frutos esperados.
Al margen del poco ímpetu que le puso el Valencia en los inicios, el debate que se puede generar ahora es si Marcelino hizo o no lo correcto. Siempre ha dicho el asturiano que el mejor sistema para los equipos es el 4-4-2. Y su teoría la argumenta de la siguiente manera: «Es el más fácil de entender y desarrollar. Y es el que proporciona más organización colectiva, consigue que te generen menos ocasiones porque tienes una ocupación muy buena del terreno de juego y, a la vez, te permite llegar a la portería rival de forma más sencilla. Se reparte mejor el terreno de juego». El problema es que el Valencia no repartió tampoco el terreno como debía.
Si se tiene en cuenta que el Valencia ha disputado 30 encuentros esta temporada, se abre el turno ahora para cuestionar si precisamente en el partido más importante y de más calado de todo el ejercicio, la idea de acabar con el sistema que tienen interiorizado los futbolistas ha sido lógica o desacertada. O los dos conceptos a la vez.
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