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R. D.
Viernes, 5 de mayo 2023, 14:46
Arsenio Iglesias fue un hombre de éxito. Triunfó con el Deportivo y marcó una era. Ha fallecido a los 92 de edad y el club gallego no se entiende sin él. Pero en su trayectoria si hay un equipo que le marcó, para lo bueno y para lo malo, fue el Valencia. Sonrisas y lágrimas jalonan sus encontronazos con los futbolistas de Mestalla. Lo primero fue un palo enorme. Era la Liga de 1994 y entre los equipos que la disputaban no sólo estaban los dos habituales. En este caso el Deportivo le estaba peleando al gloria al Barcelona. Era casi un recién ascendido tras dos décadas alejado de la élite. ¿Qué tenía que ocurrir para llevarse el título? Hace lo mismo que hiciera el Barcelona ante el Sevilla. El Deportivo se enfrentaba al Valencia. Todo iba según lo previsto hasta que en los minutos finales el colegiado López Nieto pitó un penalti a favor del Deportivo. Si lo marcaba sería campeón, si lo fallaba la corona sería blaugrana, que vencía en su partido. El habitual tirador de penaltis era Donato, pero no se encontraba en el campo. Bebeto, la gran figura deportivista, se escondió, y fue Djukic el más valiente. Pero lo tiró mal y José Luis González lo detuvo. Uno de los momentos icónicos fue cómo el guardameta del Valencia celebró la parada y dejó entrever que el Valencia estaba primado por el Barcelona, como tiempo después algunos exfutbolistas han confirmado. Desde ese momento la animadversión del deportivismo con el Valencia fue radical y en los siguientes partidos con visita blanquinegra las pancartas y los gritos no cesaban durante el partido.
Pero el Valencia volvería a encontrarse con el Deportivo. Justo una temporada después. En este caso en una final. La de Copa del Rey que midió a ambos equipos en el Santiago Bernabéu. El conjunto de Mestalla que llegó a la cita era el primer proyecto campeón de Paco Roig. La oportunidad de unos canteranos como Giner, Camarasa y Fernando en su punto de madurez, junto con un ídolo como Penev que jugaría su último partido con el Valencia, y con Mijatovic, otro de los conejos de la chistera de Pasieguito, en el momento más dulce como valencianista. Y un Mendieta tierno, que fue expulsado, y que vivió un master como lateral derecho para ser el líder del futuro.
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Aquella final era ansiada. El valencianismo explosionó después de años en el limbo. El Bernabéu estuvo copado en tres de sus cuartas partes por valencianistas, con un proyecto campeón semifracasado, con el técnico campeón del mundo Carlos Alberto Parreira finiquitado y con José Manuel Rielo, un tipo de casa, con el objetivo de hacer la machada ante un Deportivo dirigido por la sabiduría de Arsenio Iglesias y con el zurrón de las cuentas pendientes repleto, con aquel penalti que nadie había olvidado. El partido, con un Valencia armado por el oficio de Roberto, Mazinho y Poyatos, más la cátedra de Fernando, salió a plantar cara al mejor Dépor de la historia.
Cinco minutos después de la media hora, Manjarín le robó a Giner un balón para cruzar el balón ante Zubizarreta. El central había hecho aquel recorte mil y una vez. Marca de la casa. Pero falló. A veinte minutos del final, con la lluvia cayendo a mares, Mijatovic empató en un golpe franco. Nada pudo hacer Liaño. Diez minutos después, García Aranda suspendió el partido. El granizo apedreaba a los futbolistas. Para el recuerdo, la imagen de árbitro nadando en el túnel de vestuarios.
La final se reanudó tres días después, los once minutos que quedaban por disputar. En la primera jugada, Alfredo, el más bajito de todos, acarició con el pecho un centro de Manjarín, danzó unos pasos para elevarse al cielo y remató de cabeza. Zubizarreta, con el puño al aire, estuvo una eternidad colgado del larguero. No llegó. Aquel día no llovió, pero ese gol ahogó la ilusión del valencianismo. En aquel instante. Hoy, veinte años después, la reflexión es más pausada: el Valencia de Luis Aragonés, la Copa de Sevilla, las finales de Champions y las Ligas de Benítez quizá no hubieran llegado sin aquella lluvia purificadora.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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