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Ahora que a todo el mundo le ha dado por echar la vista atrás y recordar dónde estaba y qué hizo en aquel julio de 2010, los valencianistas deben andarse con cuidado porque ese ejercicio mental en lugar de sentarles bien, seguramente les producirá cierta amargura. No por lo que pasaba en 2010, sino por compararlo con lo que pasa en este 2020. Esta tarde, el Valencia vuelve a poner en juego –por suerte o por desgracia, según el grado de exigencia o conformismo que uno quiera darle– sus opciones de colarse en la Europa League. En 2010, el año al que todo el mundo hace referencia estos días, ese hecho hubiera significado poco menos que un cataclismo.
Eran tiempos, aquellos, en los que el debate popular lo alimentaba Manuel Llorente con sus exigencias públicas –un día sí y otro también– a Unai Emery, tan buen entrenador como encajador. Era un verano ese del 2010 en el que el Valencia había acabado tercero en Liga –a 25 puntos del Real Madrid, segundo, y a ocho del Sevilla, cuarto– y desde la óptima presidencial eso era poco menos que casi un semifracaso (Llorente sólo le había ofrecido un año más de contrato a Emery tras una cena en la propia casa del presidente). ¡Qué tiempos aquellos! Eran días en los que la gente se volvía a ilusionar con los fichajes: Aduriz, Soldado, Costa, Ricardo Costa, Topal, Feghouli... (los primeros en llegar). No hay nada mejor que el tiempo para ofrecer la perspectiva más justa de lo que era y de lo que es hoy en día el Valencia deportivamente hablando. Así ya lo vaticinó Juan Carlos Carcedo, entonces segundo de Emery –hoy ya vuela por su cuenta– cundo dijo que algún día se les echaría de menos por su trabajo. Intachable.
El pasado trae al recuerdo ese éxito de la selección pero incrementado de manera considerable por la felicidad que daba comprobar la contribución que habían hecho los jugadores del Valencia. El presente, en cambio, trae la inquietud propia por saber si Voro conseguirá enlazar su segunda victoria consecutiva para evitar de nuevo la frustración de ver que la clasificación se vuelve e enmarañar. El Valencia llega a esta antepenúltima jornada más sensible que nunca. Con la Real Sociedad a un solo punto y el Getafe a tres por delante; pero con el Granada soplándole en el cogote con los mismos puntos. El semitodo o la nadad en las tres últimas jornadas. El año pasado, por ejemplo, el Valencia de Marcelino resolvió la situación precisamente a partir de esta misma jornada 36. Le metió un 2-6 al Huesca, se puso quinto, y luego llegaron el Alavés 83-1) y el Valladolid (0-2) para certificar la cuarta posición.
Ahora, la perspectiva en lo que a rivales se refiere plantea cierto optimismo. El de esta tarde, por ejemplo, es el equipo menos goleador de Primera. Y eso, teniendo en cuenta el Valencia lo que es, provoca cierto respiro. Una de las defensas –la valencianista– más goleadas del campeonato (1,45 de media) contra el peor ataque con 21 tantos conseguidos en 35 jornadas (0,71 goles por encuentro). Un respiro para Jaume, que seguramente volverá a repetir en la portería.
Y es que, el Leganés, además de las dificultades propias por su juego, ha padecido la escasez de remate desde que la directiva decidió vender en lugar de plantear otras alternativas. Se fueron por 40 millones En-Nesyri y Braithwaite, los que vinieron no les han igualado y, encima, Javier Aguirre ha perdido por lesión a Carrillo y no estaba claro del todo si había algúna posibilidad de recuperar a Óscar (máximo anotador con 9 dianas). Por eso el Leganés está condenado al descenso. Si no gana hoy, puede bajar esta misma jornada.
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