Mestalla va camino de convertirse en una trampa para Peter Lim. Si Meriton tiene dificultades para sacar adelante su plan con el futuro estadio –mientras espera que el Ayuntamiento le presente de una vez por todas el convenio–, la venta del solar del viejo Mestalla ... ofrece un panorama si cabe de mayor dificultad todavía. Trece años después de que Vicente Soriano aireara que tenía vendidas las parcelas por 400 millones de euros, el Valencia ha sido incapaz de encontrar un comprador con las suficientes garantías ni tan siquiera por el valor contable que tiene el viejo estadio, cifrado en 113 millones tal y como aseguró en 2019 Mateo Alemany. Llorente aportó a Newcoval pero se deshizo todo en el último momento y con Lim llegó ADU pero que se quedó finalmente también en la recta de meta.
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Este diario se puso ayer en contacto con expertos inmobiliarios y estos fijaron el precio mínimo del solar en esos 113 millones que en su momento apuntó Alemany, es decir Meriton nunca venderá la parcela por debajo del precio contable establecido. A pesar de que la zona a edificar es suficientemente atractiva como para despertar el interés, el precio ya no es lo es tanto y menos con esta crisis que se vive a nivel mundial. Y eso, a pesar de que con la ATE o con el nuevo convenio existe el atractivo del valor añadido del terciario. La operación es suficientemente singular para tener en cuenta todas las consideraciones posibles. Para empezar, debe contar con la aprobación de Caixabank, que al fin y al cabo tiene el mando de la situación al tener el club hipotecado el viejo Mestalla, entre otros bienes. Se considera que el banco sería el primer interesado en hacer un cambio de hipoteca, pasando la del viejo al nuevo, con terciario incluido y con un potencial en el de avenida Cortes Valencianas mucho mayor.
El problema es que el escenario actual ofrece dos dificultades de cierta consideración que seguro frena el interés no sólo de Apollo en subir su oferta sino de la de otros muchos inversores que se han interesado y que no han podido cristalizar en un acuerdo total. Por un lado está el precio del metro cuadrado que habría que pagar por las viviendas y, por otro la situación que se genera con esa zona comercial prevista. Una cosa es que llegue un fondo con el dinero y otra bien diferente tener claro los plazos a cumplir: dos años hasta que el nuevo estadio esté construido –mientras no se reanuden las obras la situación es la de siempre– y luego otros tres hasta tener toda la zona del viejo acondicionada para su explotación. Mucho dinero invertido y largo tiempo hasta la rentabilidad.
Eso lo tuvo claro desde el primer momento ADU –que no pierde la esperanza aún de recuperar su plan–, que encontró la fórmula de la cooperativa para la parte residencial y un soporte financiero –que se desvaneció al final– para el terciario.
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