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La crueldad en su máxima expresión. De la alegría a los lloros, de la euforia a la desesperación. Mestalla no merece vivir algo así. En ... realidad no se lo merece ningún aficionado que se precie de ser valencianista, por mucho que la pertenencia a este escudo resulte cada día más discutida. La noche en la que Carlos Corberán pudo coronarse como el gran salvador de este equipo, mal parido desde sus orígenes y ya con el cadáver de Baraja por el camino, acabó de la manera más trágica que uno pudiera imaginar: guillotinados contra diez y prácticamente en el último arreón del tiempo de prolongación. Así duele y mucho. Si es difícil explicar lo que sucedió este viernes sobre el césped de una manera ajustada en toda su amplitud, tampoco es fácil aferrarse a la idea de que el Valencia puede ser capaz de salir del infierno en el que él solito se ha metido. Unas veces, la amplia mayoría hasta ahora, con todo el merecimiento del mundo y otras, como en esta ocasión, casi por pura mala suerte. Porque, si falló Foulquier en el pase a Guillamón y éste también por mostrar una fragilidad descomunal en el 1-2 definitivo, el cuerpo se te queda con una sensación extraña cuando segundos después Rioja le pega un zapatazo brutal al balón y lo envía al poste madridista. Da tanta pena como rabia.
Y es que, el Valencia estuvo a punto de llegar a la perfección en el partido con más carga de intensidad y trascendencia de lo que va de temporada. El nuevo Valencia gusta. Parece curioso que la llegada de un señor de Cheste prácticamente desconocido en el mundo del fútbol y del valencianismo pudiera cambiar de arriba a abajo prácticamente a los mismos jugadores y casi con el mismo dibujo con los que se hundió Rubén Baraja. Son los extraños misterios de este deporte. Pero es verdad que el Valencia supo desbaratar durante minutos, muchos minutos, a un Real Madrid inoperante e ineficaz. Con defensa de cinco, con una versatilidad importante de los futbolistas, con una generosa entrega física, con una concentración altísima y con una presión asfixiante, el Valencia dio muestras de haber resucitado. La sucesión de actividad en la primera media hora de juego fue, de hecho frenética. La implicación del grupo fue máxima y el rendimiento coral plasmó sobre el césped el convencimiento de unos futbolistas que unos días antes parecían arrastrarse sobre el terreno de juego. Había vuelto la fe al Valencia. Es curioso que en apenas cinco sesiones de entrenamiento Corberán haya sido capaz de atribuirse esta sorprendente transformación, pero también es verdad que el día propiciaba un cambio de actitud general. El problema fue la duración del éxtasis. Si Corberán pretendía que la máquina funcionara de principio a fin al nivel que exhibió en ese primer tiempo es que no conoce todavía a sus nuevos futbolistas. El Valencia, este y el de antes, sufre demasiadas desconexiones y al final lógicamente lo acaba pagando. Da igual el que tenga delante, porque hasta contra diez se viene abajo. Es verdad que no todos los días tiene al Real Madrid como adversario con toda la motivación que ello conlleva, pero hay tanto en juego que no valen excusas. Hay que ganar como sea. Jugando tan bien como lo hizo en el primer tiempo o racaneando y fallando como en el segundo acto.
La lástima es no haber sacado más rendimiento a toda esa intensidad que le puso al principio. Una y otra vez se iban sucediendo las llegadas, las ayudas, los robos de balón, los contragolpes... qué gustazo. Hasta Foulquier padeció una particular transformación, llegando incluso a ponerle en apuros a Courtois. Antes lo había intentado por dos veces Hugo Duro, primero con un fuerte golpeo al cuerpo del guardameta y después con un remate de cabeza. Sin miedos y con una seguridad asombrosa, el Valencia lo hacía fácil y bien. Muy firme en defensa, inteligente en el centro del campo tanto para encarar como para protegerse, y ágil en el despliegue. Por eso llegó el premio y la locura general en la grada. Un robo de Yarek, una corta conducción de Barrenechea, una galopada más de Foulquier y un golpeo de Javi Guerra casi a bocajarro que Hugo Duro acabó por endulzar. Mestalla se caía soñando lo imposible. Despertó casi al final, con tiempo para todo: para anular un gol de Mbappé por fuera de juego, para fallar un penalti Bellingham, para que Vinícius siguiera con su show pero en la ducha despotricando por la tarjeta roja, por el empate de Modric y por el tremendo desliz sangriento de Hugo Guillamón.
Ficha técnica:
Valencia: Dimitrievski; Foulquier, Mosquera, Tárrega, Yarek (Jesús Vázquez, 88'); Luis Rioja, Javi Guerra (Guillamón, 67'), Barrenechea, André Almeida (Dani Gómez, 88'), Diego López (Canós, 67'); y Hugo Duro.
Real Madrid: Thibaut Courtois; Lucas Vázquez, Antonio Rüdiger, Aurelien Tchouaméni, Mendy (Camavinga, 68'); Ceballos (Modric, 80'), Jude Bellingham (Asencio, 96'), Federico Valverde; Rodrygo (Brahim, 68'), Vinícius Jr. y Mbappé.
Goles: 1-0, Hugo Duro (27'). 1-2, Modric (85'). 1-2, Bellingham (95').
Árbitro: Soto Grado (Comité riojano). Amonestó a Canós, Dimitrievski, Modric y Ceballos. Roja a Vinícius (79').
Incidencias: Partido disputado ante 46.420 espectadores en Mestalla.
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