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¿De verdad es necesario pasar por esta vergonzosa humillación para que alguien, de los de allí o de los de aquí, asuma una vez, ... aunque sólo sea una vez, una mísera autocrítica? Este Valencia, construido sin corazón y con los pies, está empeñado este año en liarla y bien gorda. Para mal. En otros tiempos, al Barcelona le temblaban las piernas cada vez que el Valencia pisaba su moqueta. Qué pena da esto. Por si no hubiera bastante con lo de arrastrar por España las miserias de ser un equipo que sólo aspira a encontrar tres igual de malos, se ha tenido que pasar ahora por esta innecesaria humillación. El Barça te puede ganar –claro que sí– y hasta golear –por supuesto– pero nunca ofreciéndote tan disciplinadamente al degüello de la manera tan vergonzosa como sucedió este domingo. Más allá del 7-0 de Copa en el Camp Nou con el inefable Gary Neville como director de orquesta, hay que remontarse a décadas lejanas para encontrar una mancha de este bochornoso calibre. A los valencianistas de a pie les sobran episodios así, no se lo merecen. Toda la esperanza que nació contra la Real Sociedad se ha ido por el desagüe a las primeras de cambio. Y no porque el Barça lo bordara, que lo bordó, sino porque los futbolistas de Corberán naufragaron de manera abrumadora. Se ahogaron prácticamente nada más pisar el césped. Toda la espuma que había acompañado a Carlos Corberán desde que tomó posesión del cargo, saltó también por los aires. Ni acertó el de Cheste en su planteamiento ni tampoco a la hora de aleccionar motivacionalmente a los suyos. Las palabras en el vestuario invitando al grupo a demostrar su valía se desvanecieron por la tremenda fragilidad del dibujo impuesto.
Se le pueden buscar argumentos como que los árbitros barrieron otra vez para casa en acciones que, en otras circunstancias, hubieran dado que hablar durante la semana, pero con siete, que bien pudieron ser ocho o nueve de haber estado más inspirado Ferran por ejemplo, casi no vale la pena entrar en detalles. Al Valencia le sobró el partido de principio a fin. Ni la participación final de Diakhaby en los minutos finales –ahora llega como salvador– amortigua el escándalo propio que protagonizaron sus compañeros. Que te metan cuatro goles en los primeros 24 minutos de juego es sencillamente sonrojante. Para el Valencia y para cualquier equipo que se aferre a los valores del escudo para lograr una supervivencia que sigue tan menguada como hace una semana. Hay cosas que no se deben consentir bajo ningún precepto. Ni un tiro a puerta en la primera parte, una mísera amarilla en el minuto 70 a Pepelu, una inocencia supina y casi infantil en los de atrás, una inoperacia absoluta en el medio del campo y un querer y no saber ni poder en los de arriba. Así no se pueden afrontar partidos en los que te juegas la vida porque independientemente de que el rival no tenga ciertamente los mismos intereses que tú en Liga, el Valencia tiene que ser consciente de que se juega la vida en cada partido. Contra el Valladolid que es el único peor que tú o contra un aspirante a ganar la Liga. Da igual. No está el asunto para bromas. Hay que morder, correr más que el que tienes delante, ser más corporativos, poner imaginación cuando hace falta y desde luego no ofrecer sensaciones tan paupérrimas como las que se exhibieron principalmente en la primera mitad. Es con diferencia la peor parte de las que ha jugado el Valencia en lo que va de campeonato. Nadie sabe muy bien qué se le pasó a Corberán por la imaginación cuando provocó que sus futbolistas quisieran jugarle de tú a tú al Barcelona en una presión insultantemente frágil. Todo se cayó por su propio peso. El Valencia empezó a hacerse el harakiri por el centro de la defensa. Tárrega y Yarek sobre todo, además de ser buenos chavales y unas firmes promesas, vivieron en sus propias carnes el desbarajuste colectivo. Yarek no pudo estar más desafortunado. El 1-0 a los dos minutos y medio fue simplemente el preludio de una noche trágica. Cuatro jugadores del Valencia no supieron impedir el centro de Lamine Yamal. Con Yarek haciendo de lateral, y Tárrega yéndose a por Ferran, Foulquier no llegó a tiempo tras dejar a Raphinha para que De Jong tuviera tiempo de controlar y golpear. Más fácil imposible. Ningún pivote acompañando, en una descoordinación generalizada.
Barcelona
Szczesny, Koundé (Héctor Fort, min. 71), Eric García, Cubarsí, Balde (Gerard Martín, min. 60), Casadó, Frenkie de Jong (Pablo Torre, min. 79), Fermín, Lamine Yamal (Pau Víctor, min. 71), Ferran Torres y Raphinha (Lewandowski, min. 60).
7
-
1
Valencia
Mamardashvili, Foulquier (Diakhaby, min. 83), Tárrega, Yarek (Córdoba, min. 82), Gayá (Jesús Vázquez, min. 60), Pepelu, Javi Guerra, Diego López (Fran Pérez, min. 60), Rioja, Almeida (Aarons, min. 60) y Hugo Duro.
Goles 1-0: min. 3. Frenkie de Jong. 2-0: min. 8. Ferran Torres. 3-0: min. 14. Raphinha. 4-0: min. 24. Fermín López. 5-0: min. 49. Fermín López. 5-1: min. 59. Hugo Duro. 6-1: min. 66. Lewandowski. 7-1: min. 75. Tárrega, en propia puerta.
Árbitro César Soto Grado. Amonestó a Pepelu.
Incidencias Partido disputado en el Lluis Companys ante 45.312 espectadores.
Ahí se apagó por completo el Valencia si es que en algún momento llegó a tener algo de luz. Demasiado estirados, con vacíos por todos lados ante un Barça que si algo ofrece es un dinamismo brutal en todas sus piezas. El partido pasó de ser un desafío para los valencianistas a un verdadero suplicio. Como si de una pachanga entre los profesionales y unos juveniles de barrio, los goles fueron cayendo. Dos. Tres. Cuatro... por favor que pite ya el descanso... Cinco. Ni el retoque defensivo pasando a defender con Foulquier de central y Rioja de lateral derecho pudo frenar la hemorragia. Fueron tres cuartos de hora para olvidar, una penitencia absoluta en la que el único momento para el respiro llegó cuando el árbitro pitó penalti sobre Hugo Duro por derribo del guardameta. El aliento duró poco porque desde el VAR castigaron al pobre con la hambruna absoluta, quitándole la golosina de la boca por una falta de Gayà a Koundé en una acción que pudo ser interpretada como una acción anterior. Lo que llegó después ya fue de relleno, fuegos artificiales para los de casa y dos puñaladas más para no perder la costumbre.
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