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paco lloret
Sábado, 3 de octubre 2020, 00:19
Mestalla llamó a la movilización. De repente, el Valencia se vio abocado a una situación peligrosa, desconocida hasta entonces, inesperada para un club que en las campañas precedentes había disputado tres finales de Copa, ganado una Liga y se había proclamado subcampeón de otra con opciones de cantar el alirón hasta la última jornada. Pero la temporada 72-73 marcó un cambio acusado de tendencia. El panorama se había complicado, el equipo se hallaba al borde del precipicio. Aunque la plantilla dirigida por Di Stéfano estaba conformada por jugadores contrastados, la mayoría internacionales, su rendimiento no cumplía con las expectativas. En un campeonato muy igualado, 18 equipos en liza y dos puntos por victoria, los valencianistas andaban más cerca de la cola que de la cabeza. El temor a un descalabro se apoderó del ambiente. El duelo en casa contra el Real Betis, programado para una fecha tan emblemática como la del 18 de marzo, resultaba crucial.
Aquel domingo, víspera de San José, con la ciudad sumida en la festiva, el Valencia lanzó un S.O.S y convocó a su afición reclamando su apoyo. El riesgo de verse involucrado en la lucha por la permanencia se había convertido en una cruda realidad. Una racha de cuatro partidos seguidos como local sin obtener el triunfo había estancado al equipo en la parte baja de la tabla. Por añadidura, los valencianistas venían de caer derrotados en Burgos y en Oviedo de forma consecutiva en las jornadas precedentes al decisivo choque fallero. Salvo un triunfo por la mínima en La Romareda, el único en nueve jornadas, el resto de enfrentamientos ofrecía un saldo inquietante: cuatro empates –tres sin goles– y otras tantas derrotas.
El ambiente en torno al equipo se había enrarecido. Di Stéfano estaba cuestionado aunque la directiva salió al quite y organizó una comida con la plantilla para evidenciar su respaldo. Algunos jugadores se quejaban pero en las declaraciones públicas nadie se atrevía a poner en duda al entrenador. La afición, acostumbrada a luchar por la gloria, no salía de su asombro. Los más indignados exigían responsabilidades y eran partidarios de castigar al equipo con una bronca ensordecedora. Por el contrario, otro sector de incondicionales, conscientes de la gravedad del momento, abogaban por prestar su apoyo sin reservas para ayudar a la entidad. Al final, prevaleció esta corriente fomentada por el club. Se desarrolló una campaña mediática y se promovió la máxima ambientación en el campo. Al ser el único partido televisado de aquella jornada, la vigesimoquinta, se quiso transmitir una imagen de unidad entre grada y equipo. En aquella época, aparecer en la televisión se convertía en un acontecimiento excepcional.
El encuentro de Mestalla –oficialmente llamado Luis Casanova– comenzaba a las 20 horas. El resto de partidos se habían celebrado en la tarde de aquel domingo de Ofrenda. En la clasificación el Valencia estaba con 21 puntos, a uno del descenso que marcaba el Celta, y empatado con Las Palmas, Oviedo y Sporting que estaban por debajo de los de Mestalla. Su rival también andaba con el agua al cuello. El Betis sumaba 20 puntos. Ambos se tomaron el choque como una final y optaron por concentrarse lejos de la ciudad. Los locales lo hicieron en El Saler y los verdiblancos, dirigidos por el húngaro Ferenc Szusza, eligieron Cullera.
El Valencia recuperó algunos jugadores como Claramunt II y Adorno que habían estado en el dique seco. Antón, con pasado bético, seguía fuera de combate y fue reemplazado por Vidagany. Otra de las novedades fue el relevo en la portería: Balaguer reemplazó a Abelardo por decisión técnica. El factor ambiental superó las previsiones: banderas, tracas y pancartas crearon una atmósfera colorista desde los prolegómenos que disipó cualquier atisbo de rebelión en la grada. El partido arrancó con un susto considerable. Al primer minuto el Betis falló una clara ocasión. El Valencia se mostraba inseguro, le pesaba la responsabilidad. La primera mitad concluyó sin goles aunque los locales se entonaron a medida que pasaban los minutos. Lo mejor vino a continuación. Un vibrante inicio del segundo tiempo y dos goles en cinco minutos. El primero de Juan Cruz Sol, tras un barullo en el área como consecuencia de una falta botada por Valdez. El extremo hispano-argentino fue el autor del segundo al rematar de cabeza después del lanzamiento de un libre indirecto efectuado por Claramunt I. Algunos aficionados, eufóricos y aliviados, saltaron al terreno de juego para celebrarlo.
Ya no hubo más goles. El Valencia salió reforzado e inició una escalada. Tras aquel triunfo venció en el resto de partidos disputados en Mestalla, lo que le permitió acabar en sexta posición pero sin opciones de entrar en Europa, una ausencia que hasta esa campaña no había sucedido en los doce años anteriores.
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