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Recuerdo bien la frase con la que terminaba mi rincón de la semana pasada; «Si hay que volver a empezar, no es una mala manera». Hoy diría que no hubo mejor manera posible. Con el paso de los años, el valencianismo presente en Mestalla el ... pasado sábado podrá decir a sus hijos y a sus nietos 'yo estuve allí'. Probablemente vivimos el día más emotivo jamás contado en el centenario estadio del Valencia CF. Y digo 'quizá' porque, tras la riada del 57, quedan muy pocos que estuvieran en Mestalla cuando se jugó el primer partido tras aquella gran tragedia. Y solo ellos pueden comparar uno y otro escenario. Pero, quizá, en la España de aquel tiempo, convivir con las penurias y la muerte estaba más presente que en la actualidad. En pleno siglo XXI no estábamos preparados para asumir semejante tragedia como posible y de pronto estábamos dentro de un guion de cine solo propio de la ficción.
La película del regreso a Mestalla tiene muchos rincones a los que asomarnos. El primero, el club, estuvo a la altura. Muchos valencianistas me han dicho estos días que 'por fin, el club me ha representado'. Representó a la gente en su dolor, representó a víctimas y damnificados con los homenajes y representó a todos con su humanidad en los detalles. Toda la humanidad que le ha faltado a Peter Lim hasta el último minuto le ha sobrado a las personas que, desde Valencia, prepararon con mimo, tacto y trabajo lo vivido en Mestalla. No hacían falta grandes movimientos. Solo hacia falta sensibilidad. El club la tuvo y hay que felicitarle. En la era Lim es, probablemente, la primera vez que los aficionados sienten que su club les representa como personas.
El segundo rincón fue el público. Más allá de lo coral del himno cantado a capella o el minuto de silencio más atronador que yo viví jamás -salgo algún imbécil que no entendió nada hasta que le mandaron callar los otros 44.000- yo me quedé con el cara a cara. El asiento a asiento. La mirada a mirada de unos con otros. Los abrazos con el compañero de asiento. Las lágrimas compartidas y el mirar al cielo juntos. La gente fue a Mestalla para volver a empezar. En un simbólico reinicio del camino tras haber parado en seco nuestras vidas el 29 de octubre. 'Hay que seguir', decía la gente con la voz quebrada. Juntos. Aquí y ahora. Y a partir de las dos, tratar de ayudar -como nunca- a nuestro equipo de fútbol.
Y ahí aparece lo tercero y último que me conmovió. Jugadores que diez minutos antes de empezar estaban llorando frente a una Senyera gigantesca sobre el césped, se comían al rival diez minutos después en un córner para el 1-0. Tárrega, quién si no. Nadie notó que uno llevaba un mes parado y el otro un mes jugando. Nadie notó que uno era el colista y el otro estaba en zona europea. Los jugadores -como pidió Baraja- transformaron la emoción de antes en energía después. En rabia, en revancha y solidaridad. No eran futbolistas. Eran personas que representaban sobre el césped a todos los demás. Y no podían fallar. El pueblo juega por el pueblo. Corrieron por los suyos, por los que ya no están y por los que se salvaron. Lucharon por los del fango y combatieron el dolor. Por un futuro mejor. Y ganaron como nunca. Joder, se me saltan las lágrimas otra vez solo de recordar la explosión de cada gol: eran goles de vida, no de jugadores. Goles contra el pasado y no contra el Betis. Pero la vida, a veces, te regala momentos increíbles para compensar su crueldad. No fue fútbol. Era volver a vivir, como diría Garci.
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