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Isaac Asenjo
Madrid
Miércoles, 26 de octubre 2022, 00:19
En la lucha del hombre contra los límites, Eliud Kipchoge pulverizó el mes pasado un récord tan prestigioso como la maratón. El keniano se plantó ... en la meta en 2 horas, 1 minuto y 49 segundos, dejando una pregunta en el aire: ¿hasta dónde se puede llegar? ¿Dónde están los límites del ser humano? Arañar un segundo es un mundo en las carreras de velocidad y resistencia, del mismo modo que lo es un centímetro en las pruebas de altura. Pese a que cada vez somos más altos, más rápidos, más fuertes y más potentes, el hombre tiene algunas asignaturas pendientes en su empeño en batir las marcas existentes. Hace 29 años que nadie salta tanto –2 metros y 45 centímetros– como Javier Sotomayor. Los expertos no se atreven a pronosticar una cifra (hay estudios que vaticinan que se puede llegar a más de 2,50) ni una fecha, pero lo tienen claro: tarde o temprano el record caerá. «Esto requiere de la conjunción favorable de muchos factores: físicos, técnicos y también psicológicos», comenta Carlos Alberto Cordente, doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte.
Existen barreras míticas que parecían insuperables y que han terminado por derribarse. El experto hace mención al caso de los 10 segundos en los 100 metros o los 46 segundos en los 400 metros vallas. Recientemente también hemos sido testigos de cómo Popovici nadaba más rápido que nadie un hectómetro o cómo Sorokin lograba hacer 318 kilómetros corriendo durante 24 horas. «Cada vez se afina más en lo relativo al volumen, a la intensidad y a la individualización del entrenamiento. A medida que mejoran aspectos como la alimentación, la preparación física, aspectos sociales o los materiales deportivos existe la sensación de que el límite fisiológico de hoy no será el de mañana», anota el experto en atletismo.
En la misma línea se posiciona el profesor Manuel Jiménez López, doctor en fisiología humana y de la actividad física y el deporte de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). El experto habla de la innovación técnico-táctica, la evolución de los materiales, de la biomecánica y de la mejora de la economía energética. Como ejemplo de lo primero está Dick Fosbury, uno de los deportistas más revolucionarios del siglo XX al cambiar la manera de competir en salto de altura: antes no se hacía de espaldas. «Es presumible aventurar que existirán límites a esas marcas en algún momento de la evolución del ser humano, pero también esos límites están aún lejos de ser alcanzados. El trabajo de los científicos que investigamos el alto rendimiento deportivo es encontrar la combinación más adecuada para superar los récords año tras año».
A los factores que comentamos anteriormente, Jiménez añade el fenotipo y la especialización temprana, algo crucial en el rendimiento deportivo. En lo referente a la psicología parece que hay otro elemento aún más importante: la actitud. «La ilusión es innegociable. En el salto de altura medir 2 metros sería una ventaja, pero hay algunos aspectos orgánicos que son igual de importantes y que pueden resolver el hándicap de tener algunos centímetros menos que tus adversarios, como por ejemplo el componente elástico del músculo o la coordinación motriz en cada una de las fases del salto», señala el experto en fisiología humana.
Y es que la mente en el alto rendimiento puede jugar una mala pasada, y en el salto de altura se hace más notable que en otras disciplinas. «Hemos visto cómo hay gente que físicamente podría hacerlo, pero a nivel mental le han podido los nervios. En otros récords no te enfrentas directamente a la marca, pero aquí tenemos un estímulo visual (el listón a superar) que te hace consciente de a lo que te estás enfrentando y eso imprime mucha más presión», apunta Carlos Rojas, cuatro veces campeón de España de esta disciplina
El deportista alude a la la importancia del trabajo de fuerza explosiva, sobre todo a la hora de potenciar el tren inferior (imprescindible para saltar más alto). Porque el atleta precisa una enorme potencia para elevar el cuerpo del suelo. «Ese impulso puede llegar a ser el equivalente a hasta ocho veces su peso corporal». De ahí que se antoje necesario un entrenamiento en el que el deportista desarrolle una musculatura de fibras rápidas para poder aplicar esa fuerza de la manera más explosiva posible. Esto se trabaja con ejercicios corporales pliométricos de sentadillas o sprints (correr una pequeña distancia a la máxima velocidad).
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