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Las imágenes del verano

R. C.

Miércoles, 28 de julio 2021

  1. Cuando un búnker también vale como solarium

    Arcadio Suárez

    Hubo un día en que fue un elemento defensivo frente a invasiones en Canarias y ahora se ha convertido en un solarium. La edifición en la playa de San Agustín, en Gran Canaria, es una de las muchas que se levantaron en las islas en el periodo de la Segunda Guerra Mundial en previsión de posibles ofensivas de los bandos contendientes. Canarias fue un enclave codiciado por aliados y alemanes para la batalla naval, sobre todo cuando el frente africano tuvo gran importancia. Con el paso del tiempo esas fortificaciones quedaron en desuso, algunas fueron derribas, otras acabaron bajo edificiones turísticas y quedan algunas en primera línea de mar que se mantienen como testigos del pasado. Y valen para tirar la toalla encima y tumbarse allí a tomar el sol.

  1. Un sendero de altura en el corazón de Málaga

    Ñito Salas

    El desfiladero de los Gaitanes es un cañón excavado por el río Guadalhorce en la provincia de Málaga. Sus paredes esconden unas vertiginosas pasarelas con nombre propio. Es el Caminito del Rey, uno de los atractivos turísticos del interior malagueño, construido en 1905 para facilitar tanto el paso de los operarios de mantenimiento como el transporte de materiales de la Sociedad Hidroeléctrica de El Chorro. La inauguración de la obra fue presidida en 1921 por el rey Alfonso XIII, quien recorrió todo el camino construido hasta llegar a la presa del Conde de Guadalhorce. Tras décadas de deterioro, reabrió en 2015 tras una amplia restauración. Desde entonces, más de 1,5 millones de personas han caminado por sus pasarelas.

  1. La playa de Gijón, siempre habitada, aunque sea por gaviotas

    Carolina Santos

    Es difícil tomar una imagen de la playa de San Lorenzo sin un alma. El arenal urbano más grande de Asturias, el principal de Gijón, es en verano un hervidero de propios y extraños, ahora con las pertinentes distancias, pero siempre populoso. Y sin embargo aquí están las gaviotas, dueñas y señoras del horizonte, como únicas habitantes de la playa en una imagen tomada cuando la luz acaba de despuntar por el horizonte y ni los más madrugadores han plantado su toalla. Levantan el vuelo todas a la vez alertadas por la presencia de una extraña: la cámara. Antes y después de la foto, la calma. Durante, el estruendo y el revuelo, el despegue colectivo lanzando fuertes graznidos, puede que de indignación por las molestias.

  1. Las tierras de La Rioja Alta a vista de gigante

    Justo Rodríguez

    Cuatro días al año los gigantes sobrevuelan los campos de La Rioja Alta, que en esta época del año se alternan formando un tapiz de cuadrados que se enfrentan: algunos formados por renques de frondosas viñas y otros con el amarillo cascado de los campos de cereal recién cortados. Los globos aerostáticos participantes en la regata Haro Capital del Rioja y el Campeonato Nacional de Aerostación proyectan su sombra y su silencio sobre los pequeños municipios de la comarca jarrera. Observan pacientes los momentos previos al otoño, cuando despedirán los contrastes de verde y ocre y llegará la explosión de vivos anaranjados y rojos, la explosión de texturas y matices en su momento de máximo esplendor, tras la vendimia.

  1. Que nos parezca que podemos elegir la ruta

    Jordi Alemany

    Han sucedido muchas cosas desde el verano pasado. No todas buenas. Y muchas más desde el anterior, ese 2019 que hoy se nos antoja tan lejano, y no tiene que ver esta percepción con el tiempo... Pero al fin ha llegado este. El verano de volver a buscar la carretera que nos lleve allá donde se pueda correr de nuevo en libertad. Donde podamos encontrar la tranquilidad que tanto añorábamos. Para recuperar ánimos y ver atardecer. Para cenar mientras decidimos hacia dónde queremos continuar nuestra ruta. Que por unos días nos parezca que somos solo nosotros los que escogemos qué hacer y cuándo hacerlo. Y poder no hacer nada si es eso lo que nos apetece. Cómo en veranos anteriores. Estar de vacaciones.

  1. Un crucero inesperado por tierras castellanas

    Carlos Espeso

    Parece inesperado este crucero por tierras castellanas, este barco que surca un río de interior, que se aprovecha de que el Pisuerga pasa por Valladolid para una singladura junto a las riberas de esta ciudad que no tiene mar pero sí playa, con su alfombra de arena junto a la lengua fluvial para combatir el calor sofocante de las tardes de estío. Y para completar los tópicos de sombrilla y chiringuito (que también lo hay), aquí está el barco. La Leyenda del Pisuerga. No es un macrocrucero de islas griegas. No tiene mil restaurantes, camarotes con aire acondicionado, pulserita para la libre consumición.Es un barquito castellano que se pasea por el Pisuerga para demostrar que también el verano se vive tierra adentro.

  1. Toledo, una ciudad de postal y... ardiente en agosto

    Óscar Chamorro

    El laberíntico casco antiguo de Toledo es también zona de sombra y contracorriente que hace más llevadera una visita agosteña a esta ciudad que guarda grandes historias de la historia. Una ciudad de postal en la que convivieron en paz hace mil años tres culturas, la cristiana, la judía y la musulmana, que dejaron su impronta y sello para las siguientes generaciones. Perderse en Toledo no es difícil;encontrarse tampoco. Porque la majestuosa catedral que comenzó a construirse en el siglo XIII sirve de guía y faro para los turistas despistados, los mismos que se sorprenden al ver el curioso reloj de solo una única manilla que corona una de las cinco puertas de un templo que recibe al año más de un millón de visitas.

  1. El Hornillo, un símbolo inmutabledel pasado industrial

    Jaime Insa / AGM

    El embarcadero del Hornillo, en Águilas, es uno de los lugares más románticos de la costa mediterránea. El armatoste de columnas y vigas de hierro, inaugurado en 1903 y en funcionamiento hasta 1973, es un símbolo inmutable del pujante pasado industrial. El mineral de la Sierra de Bacares (Almería), a más de 100 kilómetros, era transportado en ferrocarril hasta la bahía, donde esperaban vapores con destino a otros mares. Un proyecto del empresario e ingeniero británico Gustavo Gillman, cuyo archivo fotográfico de la época ya de por sí es un tesoro. Al fondo, la majestuosa isla del Fraile. Más allá, la mole de Cabo Cope, uno de los orgullos naturales de la Región de Murcia. El Mediterráneo y su vaivén de historias.

  1. Las tierras costeras también tienen su cara interior

    Lobo Altuna

    El mar tiene un atractivo que se acentúa en el verano. A lo largo de la historia provincias costeras como Gipuzkoa han priorizado sus puertos y arenales, tanto para definir sus medios de vida como para su ocio. Por eso los recursos que se esconden en el interior de sus tierras son menos conocidos. Los lindes con Navarra descubren montañas y localidades con encanto en una tierra de brujas y cuevas. Berastegi es el último pueblo de Gipuzkoa o el primero, según el sentido del viajero. Sus montes elevan una barrera al clima del litoral y en ocasiones no pueden sujetar la bruma que se desparrama desde sus cimas. Las nubes costeras ocultan las cimas y crean formas que embelesan a los ojos curiosos.

  1. «Escapar a un lugar bonito, respirar aire fresco...»

    Rafa Gutiérrez

    Paseando por el precioso pueblo de Laguardia después de cubrir una información sobre el levantamiento del estado de alarma me topé con esta singular pareja de turistas cuya actitud, que dediqué un buen rato a contemplar, rebosante de complicidad y cariño, me arrastró hacia la ensoñación de diálogos imaginados: «Por fin, tras un año de confinamiento, duras restricciones y pérdida de seres queridos, llega un verano insólito, cargado de esperanza y libertades recuperadas. Escapar a un lugar bonito. Respirar aire fresco, de cambio. Reconquistar el tiempo arrebatado para volver a disfrutar de los detalles que engrandecen la vida. Celebrar que seguimos aquí, juntos, disfrutando de nuestra compañía, de lo más importante, de la vida».

  1. Una puesta de sol a 3.398 metros

    Ramón L. Pérez

    Aceleración del ritmo cardiaco, vértigo; a veces, incluso, mareos y alucinaciones. Lo llaman el síndrome de Stendhal, esa pájara que les da a algunos cuando asisten a una sobredosis repentina de belleza. Imposible digerir lo demasiado bello de un bocado, hay que ir probando, anticipando, poco a poco, como cuando uno escala una montaña... también en verano. ¿Por qué no? Los veranos también son de piedra y de atardeceres desde la cima. El Veleta, la cuarta cumbre más alta de España, pasa el estío granadino acompañado de decenas, de cientos de visitantes que suben a ver el atardecer. Como si fuera la puesta de sol de Ibiza o de una playa gaditana, pero aquí no huele a salitre, solo al aire puro de las alturas.

  1. Un baño de agua helada en la Garganta de los Infiernos

    David Palma

    Marmitas de gigante. Es tan listo el idioma que se guarda un nombre así de sonoro para un lugar así de especial. Luego está el hombre, que recoge el guante que le lanza la Lengua, dobla la apuesta y va y le llama a ese sitio la Garganta de los Infiernos. Y entonces queda así: las marmitas de gigante de la Garganta de los Infiernos. ¿Hace falta más? El nombre justifica el viaje y, ya metidos en faena, hay que ir a la joya de la corona de este rincón en el Valle del Jerte, en el norte extremeño. Ese destino son 'Los pilones', un tramo de la garganta que reúne las más grandes de estas pozas creadas tras millones de años del agua y sus piedras erosionando el granito. Así se forman –qué gusto escribirlo–, las marmitas de gigante.

  1. Piscinas naturales donde hay playas de sobra

    Arcadio Suárez

    Cuando se decidió dotar a la zona de La Laja, en Las Palmas de Gran Canaria, de piscinas naturales, muchos se preguntaron si era necesario en una ciudad sobrada de playas; hoy el debate está superado. En especial para la parroquia de bañistas muy fieles que acude a ese entorno de la ciudad, un lugar donde el baño compensa el paseo hasta llegar al enclave. Conviene, eso sí, consultar primero el horario de las mareas y el estado de la mar. Y si se es primerizo, preguntar a los que ya conocen el lugar, porque no es difícil resbalarse y confundirse con la profundidad. Para darse un chapuzón tras una caminata, las piscinas son ideales. Y, ya puestos, a la vuelta, un menú marinero en el barrio de San Cristóbal.

  1. El mirador que muestra toda la belleza de Asturias

    Xuan Cueto

    Mira fijamente al objetivo de la cámara, sabiéndose observado, con su rubia cabellera golpeada por el viento del Cantábrico. Este caballo pasa sus días ante unas vistas privilegiadas, en un entorno que deja boquiabiertos a quienes lo visitan por primera vez y que sigue impresionando al recurrente, al que siempre le espera algo nuevo por descubrir. Estamos en el mirador del Fito, en el Mirador –con mayúscula– de Asturias. Desde allí, desde la sierra del Sueve, se observa, si la niebla no lo impide, kilómetros y kilómetros de cautivadores acantilados y playas, y otros tantos de imponente montaña, así como Ribasella, Colunga, Villaviciosa, Cangas de Onís, Covadonga... Una panorámica que solo la retina es capaz de captar.

  1. Como un cuadro firmado por un gran pintor

    Yvonne Iturgaiz

    El Golfo Norte, situado en el municipio vizcaíno de Barrika, es un paradisíaco lugar rodeado de acantilados y playas rocosas, especialmente agradable en verano, donde poder disfrutar de sus coloridos atardeceres. Barrika alberga algunos de los acantilados y playas más salvajes de la cornisa cantábrica, un auténtico espectáculo para los sentidos, un auténtico lujo. Son cientos las parejas que van a relajar cuerpo y mente en esta maravilla de la naturaleza aislada de la ciudad. Los visitantes tienen el privilegio de contemplar paisajes idílicos, maravillosos, un juego de luces que parece pintado a mano. Algunos se convierten también en protagonistas de la estampa. Como esta chica, los bebés que espera y su perro.

  1. El difícil y ansiado camino hacia la vida

    Antonio Gil / AGM

    Una carrera por la supervivencia. Eso es, en definitiva, la vida para todo ser vivo. Un trayecto que unos recorren en compañía y otros en solitario, pese a que alrededor siempre hay miles de ojos. La imagen describe ese instante en el que el horizonte se convierte en la metáfora de la vida, en la ansiada meta de un preparado atleta, en este caso una tortuga boba criada en cautividad que corre hacia el mar observada por decenas de miradas curiosas y obstinadas en inmortalizar el momento, de capturarlo para guardarlo en el bolsillo y, quizá, volver más tarde a deleitarse con él. Para el corredor, nuestra tortuga, que por primera vez avanza hacia el Mediterráneo, el público es solo un obstáculo más en su camino por la supervivencia.

  1. Más de 60 millones de años de historia a nuestros pies

    Félix Morquecho

    La costa de los municipios guipuzcoanos de Mutriku, Deba y Zumaia presenta 13 kilómetros de acantilados y playas en las que perderse. Pero no son solo los vecinos de la zona y los turistas los que se dejan llevar por la belleza de unas paredes que empequeñecen la dimensión humana. Los geólogos comenzaron a fijarse en las características del flysch, unas formaciones que como láminas en un libro recogen las características del planeta a lo largo de más de 60 millones de años. El impacto de un asteroide y la extinción de los dinosaurios tienen su reflejo en un entorno que sigue siendo objeto de estudio. Un libro de historia que se puede pisar metro a metro, siglo a siglo, a lo largo de la historia del planeta.

  1. Lujo a toda vela en Puerto Banús

    Josele

    El lujo y el glamour, el brillo y la notoriedad, van aparejados en un rincón único del Mediterráneo bajo el paraguas de una marca mundialmente reconocida. Puerto Banús mantiene incólume su nombre bajo la influencia de Marbella, siempre rodeada del misticismo de décadas pretéritas y prósperas dispuesta a recuperar una y otra vez la fama de antaño, y la Costa del Sol, sinónimos de verano y reclamos anuales del ocio asociado al encanto y a la seducción que producen los personajes acaudalados aparcando sus inconfundibles automóviles de precio desorbitado junto a yates que fondean bajo la bandera de la ostentación. Boato a toda vela para disfrutar de un tiempo diferente en el que suntuosidad es el denominador común.

  1. El río que quiso convertirse en cuadro de Van Gogh

    Carlos Espeso

    Son las aguas del Pisuerga, despeinadas por la brisa en esta noche de verano sin estrellas, un eco triste de Van Gogh. Las balizas del puente de Hispanoamérica escupen sus haces de luz al río. Los reflejos son un intento de pincelada torpe, con ese naranja deslucido, con ese blanco de led quirúrgicaque solo una farola callejera es capaz de producir. Hay regueros luminosos que no saltan de cabeza al río, sino que trepan por los cables del puente de Hispanoamérica, arpa muda de Valladolid.Y el fotógrafo nocturno, que pasea por la ribera en esta madrugada melancólica, atrapa el momento con su conjuro de píxeles, para que ni el tiempo ni el olvido se lleven por delante este momento exacto en el que el Pisuerga quiso convertirse en cuadro de Van Gogh.

  1. Sesenta años de surf en las costas del mar Cantábrico

    Daniel Pedriza

    Han pasado casi sesenta años desde que las primeras tablas de surf llegaron a las costas del Cantábrico. El mar se lo repartía entonces un puñado de pioneros, que aprendía a manejarlas a base de tesón ante el asombro de los paseantes. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, y aquel deporte marginal ha alcanzado hoy la categoría de disciplina olímpica que, temporada tras temporada, continúa ganando adeptos. Puede que en el camino se haya dejado un poco de romanticismo y que los talleres artesanos deban competir ahora con la producción industrial de tablas chinas, pero ese es el peaje del éxito. Lo único que no ha cambiado, dicen, es la sensación única de cabalgar sobre las olas.

  1. El fotógrafo, gran cazador (también en verano)

    Iván Arlandis

    Si el lector se toma su tiempo en observar la clase de fotos que ilustra esta sección veraniega, observará que la mayoría obedece a un doble principio: o bien nacen esas imágenes del fotógrafo que captura su presa luego de tender sus redes y esperar a que pique o bien se trata de un profesional amigo de la caza. En este segundo caso nos encontramos hoy: verano del 2021, Valencia. En la hermosa Albufera, a la altura de los arrozales del Saler, quiso la casualidad que nuestro hombre deambulara una tarde cuando los dioses del azar conspiraron a su favor. El resultado de su intuición (enfoque, disparo: magia) cumple el propósito principal que reclamaba el maestro Robert Capa: acertar con la distancia.

  1. Pisar y escudriñar desde la cueva de la historia

    Justo Rodríguez

    Adentrarse y pisar donde mucho antes pisaron otros. Escudriñar desde donde otearon un horizonte de paisaje ingente y bello. Imaginar si pisaron y escudriñaron siendo eremitas apartados del fluir vivo de las villas que comparten el Cidacos riojano. O si, más cerca en el tiempo, lo hicieron al custodiar a sus animales en las entrañas de la roca. Varias localidades del valle del Cidacos, en La Rioja, crecieron cobijadas bajo el abrazo de la peña de arenisca. Una criatura en cuyo interior también se guardaron creando oquedades que, tras siglos en silencio, llegan al XXI abiertas al público para sentir el latido interior de la roca y de la historia que por ella ha desfilado sujetada la cueva por sus cien pilares: desde corrales y palomares en el siglo XX a recogerse en soledad religiosa en el primer milenio.

  1. Para lectores que amen los mundos sutiles

    Jesús Signes

    Mundos sutiles, pompas de jabón: de ese material está hecha nuestra vida cotidiana, que en verano dedica un celo especial a ensimismarse: de otra manera sería imposible interpretar esta imagen, delicada como los seres vivos que retrata. Unas minúsculas libélulas, animal de exacta belleza que tiende a pasar desapercibido, entretienen su ocio como el propio fotógrafo: todos van a su aire, que es donde reside el secreto de esta imagen hipnotizante. En el aire: el aire valenciano que sopla por la Albufera, mientras la luz del Mediterráneo se clava en los arrozales y nosotros nos enamoramos no sólo de la sutileza: también concluimos que en verano somos algo más ingrávidos. Algo más gentiles.

  1. El homenaje inverso de la irrepetible luz del verano

    Ignacio Pérez

    Lo bueno de un horizonte es que es solo el principio del siguiente. Y en verano los horizontes son infinitos. Me gusta subir al coche, bajar las ventanillas y dirigirme hacia ellos sin prisas, dispuesto a detenerme para entrar en ese bosque, pasear por esa playa, cenar... Y hablar, me encanta hablar con la gente que me encuentro en este peregrinar hacia no se sabe dónde. O disfrutar de ese silencio recogido, mío, tan cercano a la felicidad. Subo otra vez al coche y me doy cuenta de que su sombra, el homenaje inverso de la irrepetible luz del verano, hace juego con un terreno rojizo que no parece de este mundo. Igual cojo una carretera secundaria y paro a descansar bajo ese árbol del fondo. Lo mismo es el final del horizonte, el principio del siguiente.

  1. Barcelona enseña su mejor sonrisa para el turismo

    Eva Parey

    Vanesa y Verónica, con su belleza afro exuberante, se toman un 'selfie' frente al hotel Vela. Son catalanas, hijas de inmigrantes nigerianos, pero la gente cree que son turistas. Quizás quieren creerlo por su afán de recuperar la vieja normalidad, por todo lo que el turismo representa para Barcelona. O quizás porque cuesta creer que el 26% de la población barcelonesa haya nacido en el extranjero. Mientras el turismo se empieza a percibir tímidamente en Barcelona, el frente litoral y el centro han sido recuperados por los barceloneses. Atrás queda el récord de los 12 millones de visitantes en 2019 antes del estallido de la pandemia. En la era post-covid el verano muestra una leve recuperación económica mostrando a la Barcelona plural.

  1. El pantano que solo sacia la sed de los deportes náuticos

    Pepe Marín

    Le llaman la piscina más grande de Europa y no es cuestión de andar midiendo con el metro, pero la predicción no andará muy lejos. El pantano de Rules, ubicado cerca de la costa de Granada, se construyó para garantizar el suministro de agua potable y multiplicar la superficie cultivable de una de las comarcas agrícolas más punteras de España... Pero no sirve ni para una cosa ni para la otra. La culpa la tiene la falta de inversión para construir las canalizaciones que transporten el agua. Mientras llega ese día, se ha convertido en un paraíso para los deportes náuticos, donde windsurfistas o practicantes de paddle surf navegan sin miedo a que un tiburón les estropee la jornada. Eso sí, sin chiringuito en la orilla.

  1. Más que teatro en una noche de verano en Mérida

    José Manuel Romero

    Se maravillaba Kapuściński del influjo que producía en él la lectura de Heródoto, narraciones que difuminan las barreras del tiempo, de forma que todos los acontecimientos ocurridos en los últimos 2.000 años «se retiran del proscenio» y pasan a un segundo plano. La misma sensación la puede sentir el espectador que acude una noche de verano al Teatro Romano de Mérida. La Medea de Eurípides, coetáneo de Heródoto en la antigua Grecia, es ya parte indisociable de su Festival. Bajo el cielo estrellado del estío extremeño, el público no asiste solo a una representación teatral, se enfrenta a las grandes preguntas que han acompañado a la Humanidad desde hace más de veinte siglos, y a las que aún les buscamos respuestas.

  1. Una imagen cegadora que se remonta al inicio de los tiempos

    Arcadio Suárez

    Los amantes del windsurf de todo el mundo conocen Pozo Izquierdo, una playa grancanaria del municipio de Santa Lucía de Tirajana que presume de tener uno de los mejores vientos para la práctica de esa modalidad deportiva. Lo que no se conoce tanto es que a tan solo cinco minutos se encuentran las salinas de Tenefé, una actividad industrial que se remonta al principio de los tiempos. Tras ser rehabilitadas, las salinas pueden visitarse como enclave de atractivo turístico, incluyendo una degustación de productos locales aderezados con la sal marina que se extrae aún hoy con el método artesanal. Un consejo a tener en cuenta: si la visita se hace en día sin nubes, no se olvide de las gafas de sol. La imagen es cegadora.

  1. Surfers en busca de una ola izquierda, larga y rápida

    Bernardo Corral

    La playa de Azkorri (Getxo, Bizkaia) es de arena fina y oscura y llama la atención por sus dunas y acantilados. Es una de las más visitadas por los surfers que quieren probar una ola izquierda larga y rápida. Un paseo por este singular arenal nos sumerge en un entorno natural de película: las formas rocosas, la vegetación y su fauna singular son sus máximos atractivos. De hecho, es el hábitat del sapo corredor, una especie en peligro de extinción en la costa cantábrica. Y, por supuesto, no hay que olvidarse de sus abruptos acantilados, un libro abierto para los estudiosos de la geología a nivel mundial. Enamora en cualquier época del año y seduce por su paisaje, por el sonido del mar durante los temporales y cómo no, por sus atardeceres.

  1. Alhambra y flamenco cuando cae la noche en Granada

    Pepe Marín

    El mirador de San Nicolás, ese lugar emblemático donde se disfrutan las puestas de sol más bellas del planeta –Bill Clinton dixit–, respira Alhambra y tipismo. El gran George Apperley, el británico que se enamoró de Granada, pintaba gitanillas de ojos azabache y tirabuzón en ese escenario tan grandioso y frecuentado por todos los turistas que visitan la capital granadina en verano, otoño invierno y primavera. En el mirador de San Nicolás se escuchan rumberos y se baila flamenco. Flamenco con el estilazo de Mari Paz Lucena, que ha llevado su arte por medio mundo. Una fotografía de esas de fondo de pantalla.La de la Alhambra al atardecer, la del duende de García Lorca, la de Granada.

  1. El apretado verano de las vecinas de arriba

    Justo Rodríguez

    La Rioja Baja se recoge en verano. Las horas centrales del día invitan a la sombra y a la intimidad. Ellas, las de arriba, no tienen tiempo pera eso. El caluroso espacio entre la primavera y el verano ha de ser suficiente como para criar a una prole hambrienta y torpe, que sólo tendrá un intento para saltar del nido y no morir en el intento. Pero mientras eso sucede, Alfaro se regodea en unos meses de maravilla. La Colegiata de San Miguel tiene encima la mayor colonia de cigüeñas blancas en un solo edificio del mundo. Son cientos de nidos que han estado preparándose para este momento. Entre junio y julio los cigoñinos prueban sus fuerzas y sus alas para saltar del tejado. No hay tiempo para pruebas: en agosto emigrarán.

  1. Un baño veraniego en la costa del cereal

    Carlos Espeso

    Bienvenidos a los mares de centeno, a la costa del cereal. En este litoral castellano, las marejadas son un oleaje de trigo y en el horizonte no hay yates, islas ni veleros. Sí que hay, al fondo, con un poco de suerte, acaso un palomar. La sombra se cotiza cara cuando no quedan cerca árboles ni sombrillas. Los chiringuitos son la casa de la abuela, el bar del pueblo, el teleclub que en verano revive, el patio de los amigos, con su merendero para el lechazo, la morcilla, la ensaladita con tomates de la huerta, el pan nuestro de cada día, que aquí no es precongelado y sabe a pan. Porque en estas playas no hay arena, pero habrá harina. Así que, están todos invitados, antes de que la cosecha acabe, a bañarse (aguadilla incluida) en la costa del cereal.

  1. Una obra de arte abisal, en lo alto de la isla de Santa Clara

    Lobo Altuna

    Se pueden conocer el tamaño, los materiales e incluso el proceso de construcción de una obra de arte, pero verla in situ y percibir las sensaciones que despierta no está al alcance de pantallas ni visitas virtuales. Hondalea es el trabajo que reúne a la artista Cristina Iglesias con su ciudad, San Sebastián, y visitarlo es un ejercicio exigente. No se puede llegar en coche, ni tampoco a pie. La isla de Santa Clara se encuentra en la bahía de La Concha y un breve trayecto en barco permite llegar a ella. Después hay que ascender una empinada cuesta y allí, en lo alto del peñasco, hay que entrar en la casa del faro para reencontrarse con el mar. Cristina Iglesias recrea la naturaleza y ubica su trabajo más personal en medio de ella.

  1. El único plato que se sostiene en el aire

    Daniel Maldonado

    Dice Justo Navarro que el espeto de sardinas es el verdadero símbolo de Málaga: el único plato que se sostiene en el aire. Los propietarios de chiringuitos, padres de este invento gastronómico, ejercieron de improvisados anfitriones cuando, en plena negrura franquista y con el litoral virgen de paseos marítimos, llegaron los primeros turistas. Les ofrecieron pescado y bebida, pero también alojamiento y ungüentos para aliviar quemaduras; llegaron allí donde las escasas infraestructuras de la época no podían y se adelantaron a las ahora tan cacareadas estrategias turísticas. Les dieron lo mejor que puede recibir un visitante: motivos para regresar. Y muchas sardinas espetadas sobre el fuego de las antiguas barcas que pueblan las playas de la provincia.

  1. La tentación prohibida que reina en el parque de El Retiro

    Virginia Carrasco

    Pusieron música y letra 'Los Refrescos' a finales de los ochenta a una realidad que nadie discute: que Madrid puede presumir de grandes pinacotecas, de restaurantes de postín y lugares emblemáticos inmortalizados en el celuloide... Hasta de hospital de pandemias. Pero no, en Madrid no hay playa; vaya, vaya, que coreaba el 'refresco' Bernardo Vázquez. De ahí que propios y extraños se las ingenien para enfrentarse al calor cuando agosto ya aparece a la vuelta de la esquina. Yes el parque del Retiro, el punto verde de referencia de la capital de España, donde jóvenes (y no tanto) despliegan toallas para tomar el sol, o la sombra. Y el emblemático estanque, ahí, tentador. Porque el agua se mira, pero no se toca. Aquí solo los patos se dan chapuzones.

  1. Cuando la luz entra en las entrañas de la cueva Tito Bustillo

    Xuan Cueto

    La Cuevona de Ardines es la antesala de Tito Bustillo. La archifamosa cueva asturiana y el macizo de Ardines son dos ejemplos perfectos de que el Principado no muestra toda su belleza, también la esconde. Este lugar, asomado al mar Cantábrico, fue nuestro hogar hace más de 30.000 años. Guarda en sus entrañas pinturas rupestres de impresionante valor y sorprendente realismo, susurra misterios en sus ecos y, de forma muy especial en las tardes de verano, deja pasar luces tan mágicas como las que se reflejan en la imagen. Esta foto es un pequeño homenaje a las tripas asturianas: todo un tesoro horadado por el agua, la misma que da la vida (y verde) a esta tierra.

  1. Un instante de densa calma antes de que llegue la tormenta

    Javier Rosendo

    El mar, el cielo, un campo verde y dos vacas. Con estos ingredientes cualquiera esperaría una imagen tranquila y bucólica, en lugar de esta tan cargada de tensión: los animales parecen escapar aterrorizados, como si corriesen a buscar refugio ante la tormenta de costa que se avecina. Los rompimientos de gloria, en vez de crear un ambiente beatífico, anticipan desgarrones de rayos en la panza de las nubes. Mientras, el mar, en calma, concentra fuerzas para expresar toda su furia. Solo el verde permanece sereno, inamovible, sediento de esa lluvia que refrescará el aire y que, al caer, hará brotar del suelo el olor a tierra mojada. Petricor: es curioso que un aroma tan poético tenga un nombre tan poco musical.

  1. Pedaladas de patrimonio en los pueblos de Navarra

    Montxo A. G.

    De Torres del Río se escribió hasta en el Codex Calixtino, texto clásico jacobeo. Hito del Camino de Santiago, este pueblo de 130 vecinos presume de bellezas como la iglesia del Santo Sepulcro, importante templo románico del siglo XII. No es raro en Navarra que los pueblos pequeños guarden tesoros del arte y la historia: las ermitas románicas en la Valdorba, el cerco de Artajona, monasterios como los de Irache, Leyre o La Oliva, castillos y palacios en Olite, Arazuri o Cortes, entre tantos; excavaciones del pasado remoto, un sinfín de hermosas iglesias… Se recorren a centenares los ejemplos, propicios además para llegar en bicicleta, incluso a pie por los más intrépidos, disfrutando de esa naturaleza amable y hermosa de la que Navarra puede presumir.

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