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Entre las muchas imágenes de la pandemia que se nos han quedado grabadas en la retina está la de los carritos de supermercado repletos de ... papel higiénico. Mucho se escribió sobre el por qué de este acopio sin sentido: ¿acaso no era más importante llenar la nevera que limpiarse después de pasar por el excusado? Antepasados como los romanos –que usaban trapos atados a un palo y sumergidos en agua salada– se habrían reído a gusto de nuestras preocupaciones...
De hecho, antes de que el estadounidense Joseph Gayetty inventase el papel higiénico comercial (en láminas impregnadas con aloe vera, allá por 1857), las distintas civilizaciones recurrieron a soluciones tan variopintas como hojas de maíz, pieles, musgo e incluso conchas. Y no se trata de regresar a estos métodos, aunque el gran problema medioambiental que llevan aparejados los rollos de papel higiénico sí que está fomentando la búsqueda de alternativas.
42 millones
de toneladas anuales de papel higiénico son utilizadas en el mundo.
Como bien recalca la Fundación Aquae (constituida para impulsar un estilo de vida respetuoso con el medio ambiente), «desde la tala del árbol necesario para su fabricación hasta que llega a nuestra casa, el papel higiénico recorre miles de kilómetros y produce una enorme contaminación (emisiones de CO2). Además, el proceso requiere muchos litros de agua e incluso cloro, utilizado para el blanqueamiento del papel». A esto hay que sumar la presentación de los rollos en bolsas de plástico, cuya producción lleva aparejada una elevada huella de carbono.
Lo anterior queda perfectamente reflejado en las cifras hechas públicas por The World Counts: a nivel global, utilizamos 42 millones de toneladas de papel higiénico anuales, el equivalente a 184.000 millones rollos o 22.000 millones de kilómetros de papel, suficiente para envolver tres veces la superficie de Francia cada año. Producir semejantes cantidades supone la tala de 712 millones de árboles, el consumo de 1.165 millones de toneladas de agua y la extracción de 78 millones de toneladas de petróleo.
Por países y según los datos de Statista, Estados Unidos se lleva la palma con 142 rollos de papel higiénico consumidos de media por habitante y año.España, por su parte, es la sexta nación más consumidora, con 81 rollos o 7,3 kilos de papel por ciudadano. Esto reafirma la preocupación de los científicos sobre la sostenibilidad de esta forma de higiene doméstica: apelan al uso cada vez más extendido de rollos de papel reciclado, cuya fabricación no requiere talar árboles y supone unos consumos de agua y energía muy inferiores (la mitad y una tercera parte respectivamente).
Recientemente, investigadores de la Sociedad Química Americana han identificado otro problema capital del abuso del papel higiénico en la sociedad moderna: cuando la madera se transforma en la pasta requerida para confeccionar los rollos que almacenamos en el baño, numerosos fabricantes añaden sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (más conocidas como PFAS). Estos químicos, usados también en cosméticos y productos de limpieza, resultan muy persistentes en el medio ambiente al no degradarse. Además, son perjudiciales para la salud tras una exposición prolongada. National Geographic informa a este respecto sobre estudios con animales que han evidenciado «efectos adversos en los sistemas reproductivos e inmunitarios, problemas de desarrollo, daños a nivel hepático y renal e incluso una mayor incidencia de cáncer».
Lo más alarmante de esta cuestión es que las PFAS también se utilizan con el papel higiénico reciclado, lo que nos obliga a buscar alternativas sin dilación. La más evidente es el clásico bidet, que muchos tenemos por casa a modo decorativo: lo usamos para depositar la ropa sucia mientras nos duchamos, pero lo cierto es que permite limpiarnos con solvencia después de hacer nuestras necesidades. Quienes lo encuentren incómodo pueden adquirir, de hecho, numerosos accesorios pensados para orientar el chorro de agua allí donde lo necesiten.
Otra solución plausible es cambiar nuestro viejo inodoro por uno de los modelos inteligentes que llevamos tiempo viendo en países como Japón: más allá de la luz nocturna, los sonidos relajantes y la temperatura regulable, incorporan un difusor de agua diseñado para la higiéne íntima (con presión variable y función de masaje en algunos casos). Pueden parecer un capricho, pero está demostrado que reducen significativamente el consumo de papel.
Llegados a este punto también podemos pensar en las polémicas toallitas higiénicas (propensas a atascar tuberías y fosas sépticas), pero Greenpeace advierte que, «aunque se anuncien como biodegradables, rara vez lo son. Contienen microplásticos que acaban en los cauces de ríos y mares, donde actualmente causan graves daños a unas 700 especies de organismos marinos».
Como alternativas adicionales, la fundación Aquae recomienda emplear esponjas (limpiadas a conciencia tras el uso y reemplazadas periódicamente); el papel que tengamos por casa listo para reciclar (hojas de cuaderno, periódicos...), tejidos en desuso y recipientes como la clásica palangana, el 'tabo' filipino (un pequeño balde con asa) o la 'lota' coreana (con forma de tetera).
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